Queridos seminaristas, estimados padres formadores:
1. He querido venir a celebrar con ustedes la Santa Eucaristía para expresarles mis mejores deseos para este año civil 2014 que estamos comenzando y, que mejor ocasión que la celebración del LVII Aniversario de la Coronación Pontificia de la Venerada Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona principal de nuestro Seminario, en este tempo todavía de la Navidad. Les saludo a cada uno de ustedes con la esperanza que la Providencia de Dios les muestre cada día, el rosto glorioso de su Hijo Jesucristo, nacido de la Virgen María.
2. Espero que al regresar de su casa, después de este tiempo de vacaciones, la experiencia de encontrarse con la familia y con los amigos, haya fortalecido su vocación y su deseo de continuar con su proceso formativo, con un corazón generoso y dispuesto para seguir haciendo de este lugar una “casa y escuela de verdaderos discípulos y misioneros de Jesucristo”, y “un lugar donde se viva con profundidad la experiencia de fe en Jesús”. Personalmente puedo compartirles que en mi vida, mi familia siempre ha sido un punto de referencia, no sólo en la identidad humana, sino también en la identidad cristiana y en la respuesta que Jesús me ha ido pidiendo, pues ha sido en la familia donde he descubierto mi vocación, mi llamada a la vida de la fe. Por eso, siempre tengan en cuenta a su familia, sus raíces y sobre todo, aquello que han recibido por la fe y en el testimonio. El sacerdote que vive desencarnado de su realidad familiar y cultural, se pierde y puede desvirtuar la llamada de Dios con intereses mezquinos e individualistas. El Seminario está llamado a ser un mosaico de virtudes humanas y espirituales, enriquecido con los valores que cada un ofrece para el crecimiento en la fe. Cada uno de ustedes al finalizar el día, en su examen de conciencia, pregúntese: “Este día, ¿se ha fortalecido mi fe y la de los demás?”.
3. Al escuchar los textos de la liturgia de la Palabra durante estos días hemos podido constatar como Dios ha querido para su Hijo una familia, un hogar donde aprender a ser hombre y a cultivar las virtudes humanas. Un hogar donde comprender sus tradiciones culturales y religiosas. Solamente así se puede entender el hecho que su ministerio haya sido tan cercano al corazón del hombre, principalmente los enfermos y los que sufrían por la pobreza. Esta noche, hemos escuchado un texto de la primera carta del Apóstol san Juan, donde nos hace un planteamiento a partir de una pregunta fundamental: “¿Quién es el que vence al mundo?” (5, 5 ), respondiendo inmediatamente “Sólo el que cree que Jesús es el hijo de Dios” (5, 5). La pregunta es clara pero es más clara la respuesta. La victoria sobre el mundo se debe a la fe permeada por esa convicción. El vencedor es sólo el auténtico cristiano.
4. Queridos jóvenes, no estamos exentos de vivir en nuestra vida expuestos a la realidad del secularismo y de la vida sin fe. El hecho de estudiar las ciencias sagradas no es garantía para una vida de fe, para una vida ajena al misterio de Dios. Hoy, necesitamos fortalecer nuestra fe en Dios, en su Hijo Jesucristo. Necesitamos hacer que la fe sea una fe viva, una fe en que Jesús es el “cárdine” de nuestra existencia. La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último (cf. Lumen fidei, 15). Preguntémonos ¿cómo es nuestra fe? En este sentido la gente sencilla tiene mucho que enseñarnos, entre nosotros podemos aprender untos de otros; por eso he iniciado la homilía hablando de la importancia de la familia. Pues en ella y por ella, hemos recibido la fe. No la fe escolástica sino la fe vivida. Cada uno de ustedes tiene una manera muy particular de vivir su fe y no por eso es mejor o peor, sin embargo, hoy es necesario que la adecuemos a Jesucristo. El papa Francisco al escribir la encíclica sobre la fe, comenta: “Nuestra cultura ha perdido la percepción de esta presencia concreta de Dios, de su acción en el mundo. Pensamos que Dios sólo se encuentra más allá, en otro nivel de realidad, separado de nuestras relaciones concretas. Pero si así fuese, si Dios fuese incapaz de intervenir en el mundo, su amor no sería verdaderamente poderoso, verdaderamente real, y no sería entonces ni siquiera verdadero amor, capaz de cumplir esa felicidad que promete. En tal caso, creer o no creer en él sería totalmente indiferente. Los cristianos, en cambio, confiesan el amor concreto y eficaz de Dios, que obra verdaderamente en la historia y determina su destino final, amor que se deja encontrar, que se ha revelado en plenitud en la pasión, muerte y resurrección de Cristo” (cf. Lumen fidei, 17).
5. Queridos seminaristas y padres formadores, la palabra de Dios dice que “Dios nos ha dado al vida eterna y esa vida eterna está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo no tiene a vida” (1 Jn 5, 10-11). Les pregunto y me pregunto a mí mismo. Nos hemos preparado para celebrar la Navidad, lo hemos celebrado y estamos casi al finalizar este tiempo. ¿Aumentó en mi la presencia de Dios? o ¿sencillamente se esfumó y fue una celebración social? Cada uno de nosotros estamos llamados a vivir la fa y de la fe. Desgraciadamente muchos de nosotros al crecer en nuestros conocimientos intelectuales sobre Dios perdemos la fe sencilla y humilde que nos hace acudir a Dios en la sencillez de una oración al levantarnos, antes de dormir o al bendecir los alimentos, en la confianza de que es por Dios que tenemos lo necesario para vivir, más aún de confiramos a su cuidado. “Para la fe, Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver. En muchos ámbitos de la vida confiamos en otras personas que conocen las cosas mejor que nosotros” (cf. Lumen fidei, 18).
6. Mi deseo es que este seminario diocesano forme jóvenes sacerdotes que por la fe en Jesucristo, caminen entre la gente “predicando la buena nueva del Reino y curando las enfermedades y dolencias del pueblo” (Mt 4, 23). Necesitamos tener fe de que la presencia de Cristo en medio de los hombres transformará los corazones y la vida de las personas. En la hora de la prueba, la fe nos ilumina y, precisamente en medio del sufrimiento y la debilidad, aparece claro que “no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” (2 Co 4,5). Cada uno de nosotros debemos saber que siempre habrá sufrimiento, pero que éste puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor.
7. Al celebrar este día a Nuestra Señora de Guadalupe y reconocer en una corona material su protección maternal y poderosa intercesión, pidámosle a ella que nos obtenga de su Hijo la fe, esa fe que le movió a ella a hacer a voluntad del Padre. Pidámosle que nos enseñe a no tener miedo de hacer la voluntad de Dios y se cumpla en nosotros su proyecto divino de salvación. Ella, sabe y conoce nuestra vida y nuestro proceso. Quisiera que al reconocer en María a la Patrona y Reina de este seminario, le pidamos también que nos obtenga de su Hijo las gracias para vivir con una actitud valiente el heroísmo de la vida cristiana. Con nuestro testimonio de fe y de entrega. Que nos avergüence nuestra manera de ser, de pensar y de vestir y de hablar conforme al estilo de Jesús. Hagamos nuestras las palabras de María que pronunció al recibir el anuncio el Ángel: “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1, 38).
8. Este año se ve enmarcado por tres grandes acontecimientos para nuestra Iglesia Diocesana: la clausura del Año Jubilar Diocesano por los 150 años de la erección canónica y el inicio del Año Jubilar del Seminario por los 150 años de su fundación, todos ellos engarzados por la celebración de año de la Pastoral Litúrgica. Mi deseo es que no los veamos como meros acontecimientos, sino que los vivamos con un corazón agradecido con Dios y que ellos, nos impulsen cada día a seguir haciendo nuestro el mandato de Jesús. Especialmente quiero invitarles a que desde aquí, se irradie a nuestra Iglesia diocesana un testimonio vivo, particularmente manifestado en la manera de vivir y celebrar la liturgia. Debemos ser maestros de la acción sagrada, no desde la cabeza sino desde la fe y desde el encuentro con Dios. Por lo tanto, le pido a los formadores que tutelen con maestría el modo de celebrar la Eucaristía y la Liturgia de las Horas, que sean celebraciones que gocemos al encontrarnos con Dios.
9. María nuestra Madre nos enseñe cada día a ofrecer, el verdadero culto, en espíritu y en verdad. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro