Queridos hermanos sacerdotes,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Con alegría y esperanza nos reunimos en esta mañana para celebrar nuestra fe y agradecer juntos a Dios las bendiciones que nos ha regalado a lo largo de estos tres años de ministerio episcopal en esta Iglesia Particular. Tres años en los cuales hemos podido caminar de cerca con nuestro pueblo, con sus gozos y con sus esperanzas, con sus alegrías y con sus penas, pero sobretodo, asumiendo juntos el compromiso de la Nueva evangelización en cada una de las comunidades cristianas dispersas en esta querida diócesis de Querétaro mediante la Misión Permanente. Una tarea que coyunturalmente nos apremia y nos reclama la integridad de nuestra fe, la plena docilidad a las mociones del Espíritu y la total adhesión a la voluntad de Dios. Hoy, queremos testimoniar que “Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre” (EG, 114).
2. La palabra de Dios que hemos escudado en este día, tanto en el libros de los Reyes (1 Re 21, 1-6) como en el evangelio según san Mateo (5, 38-42), nos presenta dos escenas muy particulares que nos dejan una gran enseñanza: El mal no puede “compensarse”, sino que sólo puede detenerse y superarse por medio de una actitud y una acción positivas. La oposición entre el bien y el mal plantea al creyente de nuestros días un serio problema. ¿De dónde viene el mal en este mundo creado bueno?, ¿Cuándo y cómo se le vencerá? La bondad de las criaturas se mide en relación con el Dios Creador, único que da a las cosas su bondad. Pero la bondad del hombre constituye un caso particular. Depende en parte de él mismo. Dios nos concedió un gran don: la potestad de elegir. Si rechazamos el mal y hacemos el bien, observando la ley de Dios y conformándonos con su voluntad, seremos bueno y agradaremos a Dios; de lo contrario, seremos malos y lo desagradaremos. Nuestra elección determinará la calificación moral y, consiguientemente, nuestro destino. El primer hombre y la primera mujer escogieron el mal. Buscaron su bien en las criaturas, pero fuera de la voluntad de Dios. Fueron castigados. Esto se plantea encada uno de nosotros, más aún con las consecuencias del pecado original. Pero vino Cristo y nos dio su gracia para vencer el mal. Escogiendo el cristiano vivir con Cristo, se desolidariza de la opción de Adán.
3. Por eso, es preciso que hoy caigamos en la cuenta de que es la santidad de Dios, su misericordia bondad y amor, el criterio de medida y de conducta para los discípulos de Jesucristo. Al practicar la justicia sobreabundante e imitar en su comportamiento a Dios, los creyentes cumplimos la voluntad salvífica de Dios. Esto implica que quienes tienen esta experiencia sean el fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir que es necesario anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. Que sepan distinguir entre el bien y el mal. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio (EG, 114).
4. Queridos hermanos sacerdotes, es preciso que cada uno de nosotros prestemos mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de nuestra conciencia. Si la dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la conciencia moral. Muchas más lo exige el compromiso de cada uno de nosotros como ministros de Dios. La conciencia moral comprende la percepción de los principios de la moralidad, su aplicación a las circunstancias concretas mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes, y en definitiva el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1178). ¡Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio! La conciencia hace posible asumir laresponsabilidad de los actos realizados. Si el hombre comete el mal, el justo juicio de la conciencia puede ser en él el testigo de la verdad universal del bien, al mismo tiempo que de la malicia de su elección concreta. El veredicto del dictamen de conciencia constituye una garantía de esperanza y de misericordia. Para ello es importante que sea la Palabra de Dios la que nos instruya y enseñe el camino que debemos seguir. Hagamos nuestras cada día las palabras del salmista que acabamos escuchamos en la antífona del aleluya: “Tus palabras, señor, son antorcha para mis pasos y una luz en mi sendero” (cf. Sal 118, 105).
5. Quiero aprovechar este momento para hacer extensivos los saludos y la bendición que el Santo Padre les ha enviado a cada uno de ustedes, a los fieles de las comunidades parroquiales y a la diócesis en general. La reciente Visita ad limina apostolorum que los obispos de México hemos hecho a la ciudad de Roma, ha sido una oportunidad muy especial, en primer lugar para refrendar nuestra fe, unidos a los Apóstoles Pedro y Pablo, visitando especialmente sus santos sepulcros y donde hemos hecho presente a cada una de las Iglesias Particulares con sus proyectos y necesidades; además hemos podido visitar todas y cada una de las Congregaciones y los Dicasterios de la Curia Romana para recibir de ellos orientaciones precisas en el trabajo pastoral; finalmente, el momento más emotivo y más significativo sin da ha sido un par de encuentros con la persona del Papa Francisco, donde cada uno le hemos saludado personalmente y le hemos hecho saber los gozos y las esperanzas, las inquietudes y las desafíos en el caminar de la propia diócesis. Recuerdo muy bien la recomendación que nos hacía de corazón en el encuentro general con todos los obispos: “Trascender, en la oración al Señor. ¡No dejen la oración!, ese negociar con Dios del Obispo por su pueblo. No lo dejen. Y la segunda trascendencia: cercanía con su pueblo. Esas dos cosas. Adelante, y con esa doble tensión, adelante” (Francisco, Discurso en la visita ad limina a los Obispos de la conferencia episcopal mexicana, 19/05/2014). Personalmente, me siento muy contento por el hecho de saber que como diócesis vamos por buen camino. Yo le compartía en la reunión con el grupo más pequeño de obispos que en Querétaro, la misión es nuestra prioridad y que nos hemos tomado en serio el hecho de ser una Iglesia en salida, a lo que respondió ―asintiendo con su mano― positivamente. Del mensaje que el Santo Padre nos entregó por escrito ha llamado mi atención particularmente aquella parte cuando afirma que a nosotros los pastores ante la realidad que vive nuestro país “no compete, ciertamente, aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas, que sobrepasan el ámbito pastoral; sin embargo, no pueden dejar de anunciar a todos la Buena Noticia: que Dios, en su misericordia, se ha hecho hombre y se ha hecho pobre (cf. 2 Co 8, 9), y ha querido sufrir con quienes sufren, para salvarnos. La fidelidad a Jesucristo no puede vivirse sino como solidaridad comprometida y cercana con el pueblo en sus necesidades, ofreciendo desde dentro los valores del Evangelio” (Ibíd.).
6. Al celebrar hoy este tercer aniversario junto con ustedes, quisiera recordar aquellas palabras del Papa Pablo VI en la Evangelii nuntiandi donde nos apremia a considerar esto que hacemos como un verdadero servicio a la humanidad. “El esfuerzo ―enseña el Papa― orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad” (n. 1). Hagamos nuestro este servicio con alegría y con entusiasmo, en favor de la humanidad, en favor de nuestras comunidades. Hagámoslo conscientes que Dios para esto nos ha elegido. Valoro el esfuerzo que la gran mayoría de ustedes realiza día con día en sus comunidades. ¡No nos dejemos robar la alegría y el entusiasmo del primer amor! Dice el Papa Francisco: “¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!” (EG, 83).
7. Que la Santísima Virgen María, nuestra Madre Dolorosa nos ayude a seguir permaneciendo files a nuestro ministerio y que sea ella la “Estrella de la mañana” la que nos oriente en el camino de la Nueva Evangelización. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro