Santa Iglesia Catedral, Santiago de Querétaro, Qro., a 24 de Febrero de 2013
Querido hermanos y hermanas:
1. Con esta celebración Eucarística dominical, llegamos ya al segundo domingo de este tiempo santo de la cuaresma, que como un sacramento de la reconciliación y de la penitencia, nos conduce paulatinamente a la celebración anual de los misterios de nuestra redención en Cristo, quien nos reconcilia con el Padre de manera perfecta. Me complace poder encontrarme con ustedes y vivir juntos estos misterios, de modo muy especial saludo a quienes forman parte del movimiento eclesial “Comunión y Liberación”, en esta Diócesis. Quienes se han congregado para recordar el VIII aniversario de la muerte de Mons. Luigi Giussani (22 de febrero de 2005) y el XXXI aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad. Este domingo, se caracteriza por ser el domingo de la Transfiguración de Jesús, manifestando así, la identidad que el creyente recibirá como don, si sabe escuchar la voz del Elegido por el Padre. Se trata de un acto profundo y totalizante de fe, comparado con aquel de Abram. La liturgia, después de habernos invitado a seguir a Jesús en el desierto, para enfrentar y superar con Él las tentaciones, nos propone subir con él al “monte” de la oración, para contemplar en su rostro humano la luz gloriosa de Dios. Los cristianos podremos llegar a ser como el propio Maestro, no por nuestros propios méritos, sino porque el Señor Jesucristo es quien transfigurará nuestro cuerpo, en un cuerpo glorioso como el suyo.
2. El episodio de la transfiguración de Cristo es atestiguado de manera concorde por los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas. En esta celebración hemos escuchado el texto lucano, donde se subraya, a través de los términos apocalípticos, la pertenencia divina de Jesús, presente en nuestra historia. De este modo los discípulos de Jesús, que conocen el rostro histórico, están por conocer su rostro divino. Los elementos esenciales que podemos descubrir son dos: en primer lugar, Jesús sube con sus discípulos Pedro, Santiago y Juan a una montaña alta, “y se transfiguró delante de ellos” (Lc 9,2), su rostro y su ropa irradiaban una luz brillante, mientras que junto a él, aparecieron Moisés y Elías; y en segundo lugar, una nube envolvió la cumbre y de ella salió una voz diciendo: “Este es mi Hijo, mi escogido, escúchenlo” (Lc 9, 35). Por lo tanto, la luz y la voz son dos elementos que nos ayudan a seguir en este camino cuaresmal: la luz divina que resplandece en el rostro de Jesús, y la voz del Padre Celestial que da testimonio de Él y nos manda a escucharlo.
3. El misterio de la Transfiguración no se separa del contexto del camino que Jesús está haciendo. Él se ha dirigido ya decididamente hacia el cumplimiento de su misión, a sabiendas de que, para llegar a la resurrección, tendrá que pasar a través de la pasión y la muerte de cruz. De esto les ha hablado abiertamente a sus discípulos, los cuales no han entendido, sino más bien han rechazado esta perspectiva porque no razonan de acuerdo con Dios, sino con los hombres (cf. Mt 16,23). Por eso, Jesús lleva a tres de ellos a la montaña y les revela su gloria divina, el esplendor de la Verdad y del Amor. Jesús quiere que esta luz pueda iluminar sus corazones cuando pasen por la densa oscuridad de su pasión y muerte, cuando el escándalo de la cruz será insoportable para ellos. Dios es luz, y Jesús quiere dar a sus amigos más íntimos la experiencia de esta luz, que habita en Él. Por lo tanto, después de este evento, Él será en ellos una luz interior, capaz de protegerlos de los ataques de las tinieblas. Incluso en la noche más oscura, Jesús es la luz que nunca se apaga. San Agustín resume este misterio con una bella expresión, y dice: “Lo que para los ojos del cuerpo es el sol que vemos, lo es Cristo para los ojos del corazón” (Sermo 78, 2: PL 38, 490).
4. Hermanos y hermanas, el Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan “al monte para orar” (Lc 9,28). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor. La transfiguración es un acontecimiento de oración donde se ve claramente lo que sucede en la conversación de Jesús con el Padre: la íntima compenetración de su ser con Dios que se convierte en luz pura. Si nos fijamos bien, Jesús mismo irradia luz desde su interior, no recibe la luz, él mismo es luz de Luz. Comenta san Agustín: “Él me ilumina; apártense las tinieblas. Él me salva, desaparezca la flaqueza. Caminando seguro en la Luz, ¿a quién temeré? No otorga Dios una salvación que pueda ser quebrantada por algo; ni una Luz que pueda ser oscurecida por alguien. El Señor salva, nosotros somos salvados. Luego, si Él ilumina y nosotros somos iluminados, si Él salva y nosotros somos salvados, sin Él somos tinieblas y flaqueza” (Sermón 243,6). Queridos hermanos y hermanas, todos necesitamos la luz interior de Cristo para superar las pruebas de la vida. Esta luz proviene de Dios, y es Cristo quien nos la da, Él, en quien habita toda la plenitud de la divinidad (cf. Col 2,9). Subamos con Jesús al monte de la oración y, contemplando su rostro lleno de amor y de verdad, dejémonos colmar interiormente de su luz.´
5. Hay otra particularidad en el relato evangélico, que hemos escuchado, que quiero compartir con ustedes; narra el evangelista: “De pronto aparecieron conversando con él dos personajes rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén” (Lc 9 38-39). La ley y los profetas hablan con Jesús, hablan de Jesús. Sólo Lucas nos cuenta de qué hablaban los grandes testigos de Dios con Jesús. Su tema de conversación es la cruz pero entendida en un sentido más amplio, como el éxodo de Jesús debía cumplirse en Jerusalén. La cruz de Jesús es éxodo, es un salir de esta vida, atravesar el mar rojo de la pasión y un llegar a su gloria, en la cual no obstante quedan siempre impresos los estigmas. Queridos hermanos esto nos enseña que en el fondo existe una gran esperanza, pues aunque la cruz y la pasión son una realidad, sin embargo es más grande y más hermoso saber que después viene la gloria, la reconciliación perfecta con el Padre. Una esperanza cuyo contenido esencial es el Hijo del hombre, quien sufriendo abre la puerta de la resurrección y de la libertad. Creo que esta buena nueva debe ser el motor que alimente y fortalezca nuestra vida, nuestros itinerarios personales y comunitarios; cuando parece que el dolor y el sufrimiento del hombre no tiene sentido, en Cristo adquieren una nueva dimensión son causa de causa de salvación y reconciliación. Necesitamos ― como dice el papa Benedicto XVI― convertirnos en heraldos de esta esperanza. Un esperanza que consiste en “Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza” (cf. Carta encíclica Spe salvi, 3). Lo que Jesús traerá, una vez que sufra el éxodo de la cruz, será algo totalmente diverso: el encuentro con el Señor de todos los señores, el encuentro con el Dios vivo y, así, el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transformará desde dentro la vida y el mundo. Es encesario que conozcamos la ley y los profetas para que el escándalo de la cruz no no de miedo y nos veamos aterrorizados. Siempre tenemos que dejar que el Señor nos introduzca de nuevo en su conversación, tenemos que aprender continuamente a comprender la Escritura de nuevo a partir de Jesucristo.
6. Finalmente, llama nuestra atención de esta narración la epifanía de Dios, manifestada en la voz que sale de la nube. Por una parte, los discípulos rendidos por el sueño no alcanzan aún a comprender esta situación y Pedro le dice a Jesús: “Maestro sería bueno que nos quedáramos aquí e hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías. Sin embargo, no sabía lo que decía” (Lc 9, 33). Quizá Pedro, interpreta con ésto la llegada de los tiempos mesiánicos, ante lo cual debe aprender a comprender de un modo nuevo, que el tiempo mesiánico es, en primer lugar, el tiempo de la cruz y que la transfiguración comporta nuestro ser abrazados por la luz de la pasión. Sin embargo, la realidad es que para permanecer en Cristo y en su gloria, es necesario escuchar su voz, en la cual se manifiesta la revelación completa del Padre y en la cual se encuentra el fundamento y la plenitud del obrar de Dios. Esta palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro que podemos ver en Jesús de Nazaret. Esta Palabra es la luz verdadera que necesita el hombre, que necesitamos cada uno de nosotros. Sí, queridos hermanos, en la transfiguración, el Hijo de Dios surge como Luz del mundo. Ahora, viviendo con él y por él, podemos vivir en la luz. De ahí que hemos cantado con el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación. ¿A quien voy a tenerle miedo?” (Sal 26). Los discípulos de Jesús tras la experiencia de la transfiguración, tenemos que aprender y asimilar que nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo poder y sabiduría de Dios (1 Cor 1, 23).
7. Queridos hermanos, no tengamos miedo de anunciar la verdad de la cruz, como el camino para acceder al Padre, la escucha perenne de su Palabra será nuestra fortaleza y nuestro escudo. Estamos viviendo este tiempo de cuaresma, de manera privilegiada en el año de la fe, les animo a que cada quien nos convirtamos en “audientes perennes” de la Palabra de Dios, la cual, no se contrapone al hombre, ni acalla nuestros deseos auténticos, sino que más bien los ilumina, purificándolos y perfeccionándolos. Qué importante es descubrir en la actualidad que sólo Dios responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano. En nuestra época se ha difundido lamentablemente, la idea de que Dios es extraño a la vida y a los problemas del hombre y, más aún, de que su presencia puede ser incluso una amenaza para su autonomía. En realidad, toda la economía de la salvación nos muestra que Dios habla e interviene en la historia en favor del hombre y de su salvación integral. Por tanto, es decisivo desde el punto de vista pastoral mostrar la capacidad que tiene la Palabra de Dios para dialogar con los problemas que el hombre ha de afrontar en la vida cotidiana. Jesús se presenta precisamente como Aquel que ha venido para que tengamos vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Por eso, debemos hacer cualquier esfuerzo para mostrar la Palabra de Dios como una apertura a los propios problemas, una respuesta a nuestros interrogantes, un ensanchamiento de los propios valores y, a la vez, como una satisfacción de las propias aspiraciones (cf. Benedicto XVI, Exhort. Apost. Post. Verbum Domini, 23).
8. Invito de manera muy especial a cada uno de ustedes, quienes integran la Fraternidad y el Movimiento Eclesial “Comunión y Liberación”, para que desde su modus viviendi se transformen en verdaderos oyentes de la Palabra y puedan así, iluminar con su testimonio, en una sociedad que sufre sin sentido, mostrando el rostro transfigurado de Jesucristo. De esta manera la esencia de su carisma se hará una realidad en el anuncio de la Palabra que se ha hecho hombre, desde el entusiasmo y la razón y, la convicción de que sólo mediante la presencia de Dios hecho hombre, la humanidad puede ser verdaderamente más humana.
9. Pidamos a la Virgen María, nuestra guía en el camino de la fe, que nos ayude a vivir esta experiencia en el tiempo de la Cuaresma, encontrando algún momento en el día para la oración en silencio y para la escucha de la Palabra de Dios. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro