HOMILÍA EN LA MISA DEL ESPÍRITU SANTO EN EL INICIO DE LOS CURSOS ACADÉMICOS DEL SEMINARIO CONCILIAR DE QUERÉTARO (SEMINARIO MAYOR)

Capilla de teología del Seminario Conciliar de Querétaro, Av. Hércules, 216, Pte., Col Hércules, Santiago de Querétaro, Qro., a  16 de agosto de 2017.

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Muy estimados padres formadores,
Muy queridos seminaristas,
Queridos alumnos de las diferentes casa s de formación que integrarán la comunidad educativa,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. En la oración de la Santa Misa le hemos dicho al Señor “Señor, Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos que, bajo su inspiración, sepamos discernir lo que es recto y experimentemos siempre el gozo del consuelo”  (Oración Colecta, MR, p. 1124). Lo hemos hecho con la esperanza que al iniciar este año escolar, también nosotros,  guiados por ese mismo Espíritu, hagamos del discernimiento la principal herramienta que nos permita conocer la verdad y formar el corazón, de tal manera que cada vez más nos configuremos a Cristo, Buen Pastor.
  2. Hemos pedido el Espíritu santo porque solamente él puede formar el corazón de un sacerdote. ¿Pero qué significa formar el corazón? La expresión conlleva un contenido profundo, enlazando con un concepto bíblico de primer orden. Dios habla al corazón y el hombre responde desde el núcleo profundo de su personalidad, es decir, desde el corazón. La expresión formar el corazón tiene primeramente un contenido espiritual. Se trata de adquirir el corazón del pastor, a ejemplo de Cristo Siervo y Pastor del rebaño. Pero al mismo tiempo conlleva un contenido psicológico. Se trata de formar el corazón del hombre para que sea capaz de amar con el amor de Cristo por su Pueblo. Esto también implica permanecer atentos a la solidez de la personalidad, a la madurez afectiva y sexual que tanto se reclama hoy para los clérigos. Es fundamental que exista un corazón. Cuando esto falta en el interior de la persona, desaparece el gozo de ser pueblo y surgen en el horizonte del seminarista otros intereses. Formar el corazón implica, contando con dicha complejidad de contenidos, educar en la caridad pastoral.
  3. Esta noble tara conlleva algunos rasgos que deben estar presentes en la formación:
  • Adquirir los sentimientos del Hijo. Esta es la parte más propiamente espiritual. Para tener un corazón como el de Cristo Siervo y Pastor es necesario identificarse profundamente con Cristo. Todos los creyentes viven esta identificación, pero en el caso de los seminaristas se trata propiamente de una configuración espiritual con Cristo. Tal proceso se realiza en dos momentos. En el primero han de adoptar con el Señor la actitud y la misión del siervo, es decir, que sus expectativas dejen de ser las de mandar y comiencen a ser, definitivamente, las de servir, como ocurrió a los apóstoles que acompañaron a Jesús (cf. Francisco, Discurso a la Unión de Superiores Generales, 29 de noviembre de 2013). En lo profundo de la personalidad del seminarista el Espíritu Santo ha transformado en servicio todo lo que es y tiene. El segundo paso consiste en hacer internas las actitudes del Buen Pastor, tan abundantemente expresadas a lo largo de la Sagrada La configuración implica todas las dimensiones de la formación, pero especialmente pone en juego dos elementos: la contemplación de la persona de Jesús y la confrontación de las propias actitudes. La contemplación de Jesús dibuja la mística sacerdotal, pero esta progresiva confrontación exige todo un aprendizaje ascético. Es evidente que el proceso de configuración no se puede conseguir sin un asiduo acompañamiento humano y espiritual. Sin el acompañamiento cotidiano y verdadero de parte de los formadores, y sin la docilidad humana-espiritual de los seminaristas, los proyectos formativos no tocan el corazón, no transforman desde el interior la propia historia personal y dan como resultado una fachada exterior que fácilmente se derrumba después de la ordenación sacerdotal.
  • Sentir con el Pueblo de Dios. El corazón del pastor necesita sentir como propios los gozos y los sufrimientos del Pueblo de Dios. Esto hay que decirlo en un sentido muy amplio. Un verdadero corazón sacerdotal no es indiferente ante nadie. Sabe celebrar con los demás el don de la vida y el solo hecho de ser comunidad. Los rasgos con los que describe la Gaudium et Spes a la Iglesia puesta al servicio del mundo actual ( Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 1-3), deben ser concretizados en las actitudes sociales del presbítero. Por ello es necesario que la formación pastoral de los seminaristas les lleve al contacto con las necesidades reales de los demás, especialmente de los pobres y de los excluidos, de las familias, los jóvenes y los ancianos. El llamado del Papa a salir a las periferias tiene su fundamento y su motivación en la caridad pastoral. El hombre configurado con Cristo, dispuesto a asumir siempre las actitudes del siervo, se transforma en pastor solícito de las ovejas más débiles.
  • Dar consistencia a la personalidad. La madurez humana no es solo un previo en la formación presbiteral, es decir, algo que se supone como ya dado o que se consigue durante las primeras etapas. Cada etapa formativa debe incidir directamente en la maduración de la persona, la cual se realiza en un continuo durante toda la vida. La mejor motivación para que el seminarista realice este trabajo sobre sí mismo es el amor a Cristo y a la Iglesia. La consistencia vocacional se adquiere así como adquiere consistencia la mezcla que preparan los albañiles para pegar los ladrillos. Hay que poner los ingredientes adecuados y mezclarlos hasta conseguir el punto de una mezcla útil. Hoy más que nunca somos conscientes de las exigencias de madurez personal que conlleva la vida sacerdotal, no sólo en lo que se refiere al celibato sacerdotal, sino también a la misma conducción de la comunidad cristiana. Todos tenemos experiencia de las terribles consecuencias que conlleva el hecho de poner en manos de una persona inmadura el caminar comunitario. No podemos permitirnos el lujo de dar esto por supuesto o de ser negligentes en ello. Debemos acostumbrarnos y habituar a los futuros sacerdotes a un acompañamiento humano-espiritual permanente donde, sin restricciones, se aborden todos los temas personales, sin temor a descubrir «involuciones» afectivas, nuevos sentimientos, deseos y aspiraciones desconocidos, cansancios, sueños y frustraciones. Es importante colocar la propia vocación como objeto de discernimiento, para poder distinguir qué viene del buen espíritu y qué es tentación del espíritu del mal. Un verdadero discernimiento espiritual está a la base de la madurez humana sacerdotal, que necesita renovarse continuamente.
  • Vivir la fraternidad. La presencia del Señor adquiere rostros muy específicos en la vida del seminario: los propios compañeros, a quienes el seminarista llama «hermanos», los formadores, el obispo, los diversos miembros de la comunidad cristiana con quienes interactúa a través de su proceso formativo. Todos ellos son también el objeto amoroso de la caridad pastoral. Por ello una verdadera configuración con Cristo deviene prontamente actitud fraterna hacia los demás. Quien ha adquirido los sentimientos del Hijo se transforma en hermano y se vincula con la misma profundidad y definitividad a Dios y a la comunidad a la que pertenece. De ahí la gran importancia de que la maduración vocacional del seminarista se realice en una comunidad formativa. Es allí donde se aprende a servir, a celebrar la presencia de Dios en la vida, a compartir la misión y, en suma, a evangelizar. Cuando el número de seminaristas se va reduciendo, como ocurre en muchos de nuestros seminarios, tenemos la grave responsabilidad de ofrecer a los jóvenes seminaristas una comunidad suficiente, capaz de sustentar la formación sacerdotal.

El acompañamiento comunitario que realiza el formador y el servicio de un verdadero padre espiritual, permiten que el ambiente cotidiano del seminario crezca en fraternidad y ayuda vocacional recíproca y se aleje consecuentemente de intrigas, chismes, celos, envidias y luchas de poder, que son expresiones concretas de una vida común anti-evangélica y, por lo tanto, anti-sacerdotal.

  1. Queridos seminaristas y formandos, hay que formarse de un modo positivo y claro en la valoración del sacerdocio y, consecuentemente, denunciar la búsqueda de escalafones y posiciones en la vida sacerdotal. Uno de los grandes problemas del sacerdocio hoy es el nivel económico en el que en muchos lugares se sitúan los sacerdotes, el estilo de carrerismo y la búsqueda de privilegios, dinámicas que son tan contrarias al espíritu del evangelio. En muchos de nuestros seminarios educamos para la abundancia, pero no para la pobreza y la austeridad. Es necesario provocar un discernimiento sobre el modo de utilizar los bienes y la actitud fundamental que los seminaristas tienen ante todas las cosas, de modo que, según van avanzando en el proceso formativo, efectivamente sean más libres antes los bienes y posean menos bienes. Si este criterio vale para los bienes materiales, tanto más para otro tipo de bienes, como el saber, las relaciones o el protagonismo. Tenemos mucho que trabajar con los seminaristas y entre nosotros mismos como sacerdotes para llegar a un estilo de auténtica pobreza sacerdotal.
  2. Sería maravilloso que llegásemos a cambiar el tono de nuestras conversaciones, de modo que en vez de hablar continuamente de los que tienen cargos y privilegios, hablásemos del servicio que se presta a los pequeños. Todos conocemos a sacerdotes miembros de equipos formadores y de presbiterios concretos que transmiten el gozo de ser sacerdotes, que sirven donde la Iglesia los necesita, sin búsqueda de títulos y escalafones jerárquicos. Estos buenos ejemplos son los que debemos apreciar en nuestras conversaciones y actitudes, evitando mensajes y acciones mundanas en torno a la pregunta de «quién es más importante». Toda la formación en el seminario debiera educar para hacer este movimiento de salida hacia los pobres y los pequeños. Lo contrario sería una educación centrada en el cumplimiento de normas o en la mera observancia de una serie de consignas. Esto no quiere decir que se deje todo a la improvisación. Lo que hay que evitar es crear un estilo en el que se justifique la lejanía del sacerdote de aquellos que lo rodean
  3. Todos somos llamados a mantenernos firmes en el discipulado y a asumir consecuentemente la misión. Una clave importante de la interpretación de la misión consiste en que no sólo se la refiera a las grandes salidas de la Iglesia, por ejemplo, y en el contexto del mensaje del Papa Francisco, la salida hacia las periferias, sino que incluya también el pequeño servicio. Todo en la vida del cristiano, y especialmente del sacerdote, viene marcado por el dinamismo propio de la misión. Esta clave se aplica al seminario de un modo muy concreto. La práctica apostólica de los seminaristas se vincula a las actitudes de servicio en la vida cotidiana, de modo que llegan a ser capaces de encontrar siempre el sentido de la misión. Esto vale de un modo especial para el mismo equipo formador, que entiende cada actitud y cada servicio en el seminario como una verdadera acción pastoral.
  4. Que al iniciar este año académico, cada uno de ustedes se deje formar el corazón por la gran Maestra, la Santísima Virgen María; Ella, sin da sabrá acompañarles y guiarles por el camino correcto. Como decía san Bernardo dirigiéndose a la Virgen María: « Jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a su protección, implorando su asistencia y reclamando su socorro, haya sido abandonado de ella». Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro