1. Me llena de gozo poder encontrarme con ustedes aquí en la Catedral e iniciar juntos esta maravillosa experiencia de la Semana Santa, que simboliza mucho para cada uno de nosotros, en ella contemplamos de manera extraordinaria, lo más grande que Dios ha hecho por la humanidad. Al celebrar el año de la Pastoral Social y del Año jubilar Diocesano, en comunión con la Iglesia universal que celebra el año de la fe, esta Semana Santa adquiere un carácter muy especial, centrándonos en el misterio central de nuestra fe: la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Les saludo a cada uno con grande alegría, muy especialmente a ustedes queridos Jóvenes, quienes se han unido con esta celebración a la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud.
2. Son casi ya 40 días en los cuales, bajo la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio de las obras de misericordia y la oración, hemos seguido un itinerario cuaresmal, buscando renovar nuestra identidad cristiana como hijos de Dios. Y es precisamente en esta “hora” ―como escuchamos en la pasión según san Lucas (Lc 22, 14-23, 56)― cuando comienza la “prueba” mediante la cual, Jesús lleva a cumplimiento el proyecto del Padre, que consiste en “la reconciliación y la salvación de los hombres, para que junto con él, ―aquellos que perseverando en la prueba—, puedan sentarse a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos”. Una prueba que se vive apoyándose directamente en la cruz, y teniendo como modelo principal a Jesús, el Hijo de Dios y el Siervo Inocente. Jesucristo manifiesta la fidelidad a este proyecto de Dios, porque es fiel a la escucha de la Palabra de Dios y porque no se siente abandonado por él (cf. Is 50, 4-7). La pasión de Jesús constituye la última etapa del “camino” que ha llevado al Mesías a través de Galilea hacia Jerusalén. Este camino conducirá a Jesús a la derecha del Padre. Lucas poniendo en boca de Jesús una terminología clave, característica de esta etapa, habla de su partida, es decir, del éxodo (Lc 9, 31), de su asunción (Lc 9, 51) y del cumplimiento (Lc 13, 32).
3. Queridos hermanos y queridos jóvenes, la pasión representa al mismo tiempo, el fin del camino y de la misión terrena, llevadas positivamente a término, convirtiéndose así en una etapa a la resurrección y a la entrada en la gloria eterna. Así, el sufrimiento viene asumido, en tal modo, como elemento indispensable para la vía que conduce a la gloria, a la felicidad (Lc 24, 26); un camino que Jesús inaugura para el hombre y que se convierte en paradigma de la existencia cristiana. La cultura que nos circunda y ante la cual cada día nos enfrentamos, muchas veces nos confronta con la idea que el dolor y el sufrimiento no deben ni pueden ser parte de la vida ordinaria. Sin embargo, hoy Jesús nos está diciendo que es parte esencial y constitutiva de la vida misma del ser humano, del camino para llegar a la gloria del cielo; solamente que es escudando la Palabra de Dios y en una constante escucha de sus designios, que se puede entender y se puede asumir, como un estilo de vida. El profeta Isaías lo profetiza cuando escribe: “Mañana tras mañana, el Señor, despierta mi oído, para que escuche yo como discípulo. El Señor me ha hecho oír sus palabras y yo no he puesto resistencias” (cf. Is 50, 4-5). En un lenguaje nuestro diríamos que es en la experiencia del discipulado que se entiende el plan de Dios. La tradición hebraica refiere que el discípulo es “aquel alumno que viene instruido, capacitado, ejercitado o familiarizado con cualquier cosa”, más aún, “es aquel quien debe sellar la ley en su corazón”, con el objetivo de conocer los caminos de Dios (Sal 25, 4; Dt 5, 1; Sal 119, 7. 71). Pues lo exige la palabra que viene de la fuente de la sabiduría. El ideal no está en apoyarse en un maestro humano, sino en ser discípulos de Dios mismo. En tal modo, la sabiduría divina es personificada con claridad a los hombres, para escucharla y seguir sus enseñanzas (cf. Prov 1, 20; 8, 4).
4. El texto litúrgico que escuchamos esta mañana de la Pasión el Señor (Lc 22, 14-23,56), presenta el drama de la pasión en un escenario, donde Cristo es la figura central y en torno al cual actúan diferentes actores con diversos guiones y actitudes; quienes reconocen su mesianismo (los Apóstoles, Pedro, la piadosas mujeres, el buen ladrón, el Centurión), y quienes con una actitud diferente se mantienen al margen (Judas, Pilato, Herodes, los sumos sacerdotes). En él, aparecen también la muchedumbre, quienes con una actitud de acogida, observan en la pasión una enseñanza y una exhortación (Lc 23, 27.35).
5. Ante tal perspectiva, no es extraño que el comportamiento de varios actores represente las actitudes de imitar o de evitar, comenzando por mismo Jesús. Lucas retomando la reflexión de la tradición, con la ayuda de la Escritura, presenta a Jesús con los rasgos del Siervo de yhwh o del Justo sufriente, modificando la comprensión de tal figura. No se preocupa por describir tanto la experiencia de despojo y de abandono vivida por Cristo, que ha asumido el grito del Justo sufriente llevándolo a la solución, sino más bien, la actitud del justo que sufriendo y probado en el dolor, se convierte en modelo para todos los creyentes. El Salvador que sufre, es el hombre de Dios, atacado por potencias hostiles, mediante la paciencia y en el perdón ofrecido, se convierte en modelo del sufrimiento inocente. Jesús, inocente y fiel, supera la grande prueba de la Pasión en la obediencia filial y en la completa confianza al Padre. La Pasión, es la grande prueba, que Jesús atraviesa con serenidad, en plena libertad, consciente de lo que es parte del proyecto divino (Lc 22, 42.53s). Él, como Profeta, al entrar en diálogo con los diferentes personajes, establece no una relación vana, sino que provoca una reacción que va más allá de los paradigmas comunes, mostrando en ellos la fuerza de quien es capaz de explicar y fundamentar la propia existencia.
6. Queridos jóvenes, siéntanse alegres y felices porque Jesucristo quiere ser el modelo para sus vidas, el modelo para que también, ustedes puedan acceder a la gloria del Padre. Hoy al escuchar su Palabra, esta alegre noticia se renueva y se afianza en cada uno de nosotros. Es justo y necesario que asumamos cada quien una actitud respecto a lo que Jesús nos propone, él no desea imponernos nada, es más bien propositivo, desea que cada uno de nosotros teniéndolo a él como modelo, asumamos un papel respecto a su pasión. Un papel que nace a partir de la experiencia propia de encuentro con su persona.
7. En la oración colecta de la misa le hemos pedido a Dios que nos conceda vivir según las enseñanzas de la pasión de Cristo, “Imitando su ejemplo de humildad”. Esto nos lleva a pensar en lo que la espiritualidad cristiana postconciliar llama la “sequela Christi”, queriendo expresar la realidad de conformarse a Cristo, como un proceso permanente y como un profundo empeño a vivir el evangelio, por lo tanto ver en él un modelo de vida verdadero. San Pablo evidenciando la sequela Christi pone en relevancia que ésta consiste en conformarse a él, en el misterio de la muerte y la resurrección; inaugurada con el bautismo (Cfr. Rm 6, 2-11), profundizada con la imitación de Cristo de su vida (Cfr. 1 Cor 11, 1), perfeccionada con la unión salvífica en su sufrimiento; en ella se manifiesta el poder de la resurrección (Cfr. 1Cor 4, 10; Fil 3, 10-11) en la búsqueda de los bienes del cielo, dando así, testimonio en la vida ordinaria de cada cristiano (Cfr. Col 3, 1-3). San Andrés de Creta al inicio de esta semana nos exhorta diciendo: “Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo que hoy vuelve de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa Pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres… Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su Pasión, e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para postrarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros” (cf. Disertación 9, Sobre el domingo de ramos, PG 97, 990-994). El Santo con estas palabras pone en evidencia, la disposición que exige este seguimiento y la decisión a través de un acompañamiento, en el reconocimiento de la necesidad de la salvación.
8. Queridos amigos, para cada discípulo, cualquiera que sea el grado de madurez en la pertenencia a Cristo, la sequela consiste en reconocerlo como el Mesías y el Maestro de vida (Lc 22, 27) y no simplemente como uno que anuncia un programa ético de vida por conquistar. La vocación cristiana no es una llamada a ser simplemente imitadores de un modelo, o a vivir una vida paralela a aquella de Cristo; se trata más bien de dejar crecer dentro de sí, una existencia nueva por el hecho que ninguno vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo, “porque si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor” (Rm 14, 7). Por esta pertenencia, que inicia en el bautismo, Cristo nos hace partícipes de su vida (Ga 3, 28). El seguimiento de Cristo conduce necesariamente a cada discípulo a compartir su Pascua, ahí donde verdaderamente surge la condición de Hijo que acepta la prueba de la cruz, como el lugar dónde se expresa la más profunda confianza en el Padre, a pesar de su aparente ausencia. La condivisión del camino de la cruz de Jesús, conduce al discípulo a la renuncia de toda posesión para vivir el don de sí mismo, aún en la fatiga y en la prueba como condición indispensable para una auténtica vocación cristiana. La Palabra de Dios exige la disposición de la mente y del ánimo para poder entrar en la vida del hombre y dar cabida a Dios, pues en la liturgia cristiana, siendo una liturgia dialógica, interpela a los creyentes a dar una respuesta efectiva y afectiva. Cristo, mañana tras mañana (Cfr. Is 50 4), es modelo de quien sabe escuchar la Palabra de Dios, entenderla y llevarla a la práctica con la propia vida, al grado de exponerse y entregarse a la muerte (Cfr. Hb 10, 1-18).
9. Les animo y les exhorto a que vivamos con intensidad estos días santos, dando el especio y el momento para reflexionar y vivir los misterios de Dios en nuestra vida. Sin duda que la religiosidad popular nos ayudará a entender y a conocer mejor la celebración de estos días, por lo cual les deseo que participemos con devoción y con fe, evitando caer en la sola presencia artística o cultural. Es necesario que intensifiquemos la oración la penitencia y particularmente el ejercicio de la caridad.
10. Que María Santísima nuestra Señora de los Dolores, nos enseñe a contemplar la pasión de su Hijo con la certeza que sólo en la cruz está nuestra esperanza Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro