Año de la Vida Consagrada – Año de la Misericordia
1. Con el corazón lleno de alegría esta tarde nos congregamos para celebrar esta Santa Misa y poder así ofrecer a Dios nuestra gratitud por la hermosura de su sacerdocio, confiado a la Iglesia en la nobleza y sencillez de los sacerdotes. Especialmente, esta tarde queremos unirnos a la acción de gracias del P. Antonio Cárdenas Salinas, quien hace 50 años recibió la ordenación sacerdotal de manos del Excmo. Sr. Obispo D. Alfonso Toriz Cobián, como un “Don de Dios, para el bien de todos”, sirviéndoles a los hombres, haciéndoles llegar la misericordia de Dios y anunciándoles la Palabra de vida.
2. Lo hacemos cobijados por el contexto eclesial de la segunda etapa del Adviento, que nos prepara mediante la palabra de Dios, de manera intensa, para la celebración gozosa del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Mediante el cual, el Padre misericordioso ha querido reconciliar a la humanidad y hacer de ella una gran familia de santos.
3. El día de hoy, con las palabras del profeta Jeremías (23, 5-8) y el evangelio según san Mateo (1, 18-24), la palabra de Dios nos ayuda a comprender con mayor profundidad cómo el misterio de Dios penetró la historia de la comunidad concreta de Israel y cómo en esta economía, fue necesaria la participación de algunos personajes, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, para llevar adelante la historia de la salvación. Dios, con sus profetas intervine manteniendo la promesa hecha a David, reagrupando al pueblo y guiándolo mediante un verdadero rey en la justicia y en el derecho. Su palabra logró penetrar el corazón del pueblo de Israel, porque el testimonio de los profetas, fue contundente y esperanzador. José, como hemos escuchado en el Evangelio, aunque temeroso y con intenciones de abandonar dicho proyecto, como hombre justo, confió en el mensajero de Dios y decidido asumió la responsabilidad de tutelar la inminencia de la salvación en el hijo de María, a quien había tomado por esposa, incluso a pesar de los riegos culturales y religiosos que dicha acción implicaba.
4. Queridos hermanos y hermanas, la realidad en la cual nos encontramos parece ocultar muchas veces que sea posible encontrar a Dios en la historia, o más aún, que Dios sea quien lleve la historia. Hay quien piensa que “la historia se apoya de manera exclusiva en las capacidades y en las fuerzas del hombre. La historia es progreso. En el curso de la historia, el hombre se hace a sí mismo, sin referencia a Dios. El fin de la historia, una era de libertad y de felicidad, será fruto de la obra del hombre. Se realizará dentro del tiempo. La historia es inmanente a sí misma”. Tal concepción de la historia se debe considerar como una forma radical de secularización de la concepción bíblico-cristiana. Contraria al plan salvífico de Dios en una reciproca colaboración. El Concilio Vaticano II nos permite precisar cuál es el contenido propio de la visión cristiana, para la cual el Antiguo Testamento representa una preparación, con la promesa del Reino de Dios. Con la venida de Cristo este Reino está presente entre nosotros. Cristo es el centro de la historia, que es la historia de la humanidad salvada, redimida y hecha partícipe de la vida divina. Por ello, el fin de la historia no está en la historia, va al otro lado del tiempo, su cumplimiento está en la participación en la gloria de Dios. Esperamos una tierra nueva y un cielo nuevo (cf. GS, n. 39).
5. Al escuchar esta palabra en este día y en este contexto jubilar, podemos comprender cómo el sacerdocio de Cristo ancla sus raíces en este misterio de salvación, pues tanto la dimensión profética como la dimensión esperanzadora del sacerdocio, tienen como único objetivo: encaminar la historia de la humanidad como historia de salvación, en la cual el único centro de todo sea la persona del Hijo de Dios. El sacerdote con su palabra y con su ejemplo, está llamado a ser profeta que prepare la venida del Mesías. El sacerdote a ejemplo de san José está llamado a ser hombre justo, es decir, el hombre de la Palabra de Dios que no se defiende ni se queda con las teorías, sino que lee los acontecimientos de su vida y los comprende en la medida en que interioriza la palabra y la vive en su día a día. Sólo el hombre humilde y rico de fe, disponible a la voluntad de Dios es agradable a sus ojos y colaborador de los designios de salvación. Como creyentes estamos llamados a la escuela de los justos que como José, creen plenamente en el amor de Dios y han experimentado su don.
6. Padre Antonio, durante estos 50 años Usted ha podido desempeñar su ministerio en diferentes comunidades y apostolados, especialmente dedicándose al servicio de la formación intelectual de los futuros pastores como maestro de este Seminario, de la Universidad Pontificia de México y de otras universidades y centros de estudio. Su ejemplo y su enseñanza al estar al frente de algunos templos como san Isidro y la Congregación, han podido dar una muestra clara de que es posible hacer de nuestra historia una historia de salvación. Y que quien lleva la historia es Dios mismo, valiéndose de personas como usted y como nosotros. Sabemos muy bien que el periodo de su enfermedad, no ha sido otra cosa sino una experiencia profunda para entender que Dios tiene nuestra vida en sus manos y que algo quiere de nosotros. Hoy Usted desempeña en la diócesis un papel fundamental al ser Vivario Penitenciario, un ministerio que en los albores de la nueva evangelización tiene el gran desafío de mostrar la verdad y la justicia, pero sobre todo la misericordia. Estamos viviendo el ‘Año Santo de la Misericordia’. Ayúdenos con su ministerio y su servicio a vivir y a experimentar que Dios nos ama y que siempre está dispuesto a perdonarnos. Ayúdenos a entender que: “La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia – el atributo más estupendo del Creador y del Redentor – y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora” (MV, 11).
7. Le felicitamos Padre por estos 50 años de vida sacerdotal, deseamos que este acontecimiento de gracia, nos permita a todos valorar cada vez más el ministerio sacerdotal y que como San José, no dudemos en estar dispuestos para colaborar en la obra de la redención, dando nuestro sincero y gozoso asentamiento a lo que el Señor nos pida, aún a través de los caminos misteriosos de su amor. Que la Santísima Virgen María de Guadalupe, siga intercediendo por Usted P. Toño y por todos los sacerdotes en esta Diócesis de Querétaro. Amén.