Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, México, D.F., 14 de febrero de 2015
Año de la Vida Consagrada
Queridos padres formadores,
muy queridos seminaristas de las diferentes etapas que integran Seminario Conciliar de Querétaro,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Con alegría y devoción hemos peregrinado hasta este santuario mariano, para agradecer a Dios todos los beneficios que nos ha concedido por la maternal intercesión de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, patrona principal de nuestro seminario, a lo largo de estos 150 de vida. Lo hacemos con la esperanza de seguir poniendo nuestra vida y la vida de cada seminarista bajo el cuidado de la Madre del Cielo, de manera que todos y cada uno de los niños, adolescentes y jóvenes que quieran seguir a Cristo en la llamada sacerdotal, encuentren en María, a la gran formadora de los discípulos misioneros de su Hijo, al servicio de la Nueva Evangelización.
2. María acompaña el proceso formativo de todas las vocaciones. Ella está presente en todo el itinerario vocacional como figura y prototipo de toda la Iglesia. La vocación de los primeros Apóstoles es un punto de referencia para toda vocación y, de modo especial, para la vocación sacerdotal. En esta referencia apostólica encontramos un inicio, como fue después de Caná, cuando los discípulos creyeron en Jesús y le siguieron “con su madre” (cf. Jn 2,11-12). Encontramos también un momento especial de perseverancia, junto a la cruz (cf. Jn 19,25-27) y un tiempo peculiar de renovación bajo la acción del Espíritu Santo, en Pentecostés (cf. Hech 1,14; 2,4). Ella está de modo activo y materno en todo el proceso de formación vocacional, que es siempre de relación personal y comunitaria con Cristo, a modo de encuentro y amistad, seguimiento e imitación, fraternidad y misión.
3. Todos los aspectos y etapas de la formación sacerdotal hacen referencia a María, como “Madre y educadora de nuestro sacerdocio” (Exhort. Apost. Post. Pastores Dabo Vobis, 82). Efectivamente, “cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen Santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia” (Exhort. Apost. Porst. Pastores dabo vobis, 82). De ahí la relación esencial de cada uno de nosotros, —sacerdotes y seminaristas— con María, “la Madre de Jesús” (cf. Jn 2,1; 19,25-27). Por esto, “La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar a Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención” (Nuevo Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 84).
4. El Papa Benedicto XVI, durante la XX Jornada Mundial de la Juventud (19 agosto 2005) comentando el encuentro de los Magos con Jesús en Belén (cf. Mt 2,11) y describiendo el itinerario formativo sacerdotal les decía a los seminaristas: “Es precisamente la Madre quien nos muestra a Jesús, su Hijo, quien nos lo presenta; en cierto modo nos lo hace ver, tocar, tomar en sus brazos. María nos enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de él. En todos los momentos de la vida en el seminario se puede experimentar esta amorosa presencia de la Virgen, que introduce a cada uno al encuentro con Cristo en el silencio de la meditación, en la oración y en la fraternidad. María ayuda a encontrar al Señor sobre todo en la celebración eucarística, cuando en la Palabra y en el Pan consagrado se hace nuestro alimento espiritual cotidiano”.
5. Dejemos que sea María la mujer que eduque nuestro corazón sacerdotal y podamos así tener los mismos sentimientos de Cristo (cf. Flp, 2, 5), de manera que cómo escuchamos en el evangelio de hoy (Mc 8, 1-10), sepamos entender las necesidades de la gente que sigue a Jesús y podamos saciar así su hambre, sus inquietudes y sus deseos. Ser sacerdote hoy día es asumir las intenciones de Jesús: darle de comer a la gente que lo sigue. Pero alimentarlas no un alimento material, finito, que se acaba, sino el verdadero pan del cielo (cf. Jn 6, 32-35); el alimento que satisface y sacia la vida; el alimento que nutre y hace crecer el espíritu.
6. La Virgen María hoy nos invita a responder a Jesús, quien ante las necesidades del pueblo nos pregunta: “¿Cuántos panes tienen?” (v. 5). Los discípulos dieron su respuesta: “Siete” (v. 5). Cada uno de ustedes ¿cuantos panes tiene?. Queridos seminaristas, la vida misma es uno de esos panes, una vida que está llamada a ponerse en las manos de Dios para que él la bendiga y la transforme en alimento para los demás.
7. Señalo los ‘siete panes’ con los que cada uno de los seminaristas debe contar y, que ya en algún otro momento reflexionamos con los seminaristas teólogos (cf. Homilía a los seminaristas teólogos de la Provincia Eclesiástica del Bajío, 15 de febrero de 2014):
- El primero, la voluntad, es decir, el libre movimiento del alma racional, sin que nadie le fuerce ni a no perder ni a adquirir algo. En un lenguaje más coloquial diríamos que la voluntad, es el deseo natural de ser feliz y de ser libre para amar. Por eso queridos jóvenes, cada uno de nosotros tenemos en nuestras manos esta gracia de Dios, que se orienta por naturaleza para el amor.
- Luego, la inteligencia, es decir, aquella actividad del alma o mente, por la cual el alma percibe, entiende y juzga cosas inteligibles con la luz divina de la verdad eterna. Mediante la cual cada quien puede encontrar en la creación los signos y las huellas de Dios, y así comprender a fondo la Palabra de Dios y la verdad de la fe.
- Después, la libertad, es decir, el don sobrenatural de Dios, concedido a la voluntad de los elegidos en virtud del amor redentor de Cristo. Actúa dentro de la voluntad, fortaleciéndola de tal manera que ésta se deleita verdaderamente en la realización de actos buenos, principalmente el amor a Dios y el amor al prójimo, manifestándose así misma como un espejo de las acciones divinas.
- Sigue, la vida espiritual, es decir, la vida en el Espíritu, la cual hace que las personas sean semejantes a Cristo, dándoles la caridad de poder orar exclamando ¡Abbá!. Esta vida es fruto del encuentro constante con la Palabra de Dios y la persona de Cristo, de manera que en el conocimiento de la voluntad divina y en el deseo de adecuar el ser y la persona al proyecto de Dios, cada ser humano se entregue con amor.
- Además, la creatividad, es decir, la capacidad humana de buscar herramientas para una vida plena, siendo felices y haciendo felices a los que nos rodean. Es la capacidad que Dios nos da de poder transformar el mundo en un espacio donde encontrarnos con nosotros mismos, con él y con los hermanos.
- Otro, es la amistad, es decir, la capacidad humana que une a dos o más persona en mutua simpatía. No hay verdadera amistad, sino cuando cada uno la establece como un vínculo entre almas que se unen mutuamente por medio del amor, derramado en neutros corazones por el Espíritu que se nos ha dado (cf. Rm 5, 5). Dios origina la amistad y la establece como un vínculo.
- Finalmente, el proyecto personal, es decir, la asimilación del proyecto de Dios para la propia vida. Esto supone una clara definición en la vida y en la personalidad. Jesús, el Buen Pastor, tenía un proyecto bien determinado, se distinguió con claridad de los malos pastores que vienen únicamente para sus fines y definió su proyecto para dar vida en plenitud, en el cual medió la entrega de sí mismo.
8. Queridos jóvenes seminaristas, estos siete panes con los que cada uno de ustedes ya cuenta, es importante que los tengan bien consolidados, de manera que al tomaros Jesús en sus manos y conságralos el día de la ordenación, la gente que vive hambrienta y sedienta de Dios, pueda saciarse y ser feliz. Cuando ponemos estos siete panes que Dios nos da como cualidades, en las manos de Jesús, él hace maravillas en medio de su comunidad, al grado que la gente coma hasta quedar satisfecha y todavía, sobra para llenar siete canastos (cf. Mc 8, 8). Por el contrario, cuando no dejamos que estos siete panes maduren y sean bien horneados, somos panes duros, sin sabor y que no alimentan, somos panes que envenenan, que hacen daño y que impiden a los hombres y mujeres tener vida eterna. Si no dejamos que Cristo nos tome en sus manos, seremos panes que no ajustan a las necesidades de nuestra cultura y de nuestro mundo. Seremos panes que alimentarán la vanagloria del propio egoísmo personal y eclesial, que en vez de santificar mundanizaremos la vida y la moral de las personas.
9. Dejemos que sea María La mujer que amase nuestra vida y nos haga alimento de vida para La humanidad; dejemos que sea ella en su escuela la mujer la que nos enseñe el camino para seguir caminado por los rincones de la cultura y de la nueva evangelización. Pidámosle su maternal intercesión: “Santísima Virgen María de Guadalupe, patrona y reina de nuestro Seminario, al celebrar estos 150 años de fundación, venimos a ti con el corazón lleno de gratitud, por tu amor y protección maternal. Sigue enseñándonos a formar nuestro corazón semejante al de tu Hijo, capaz de entregarnos sin reserva a la nueva evangelización; capaz de ser pan de vida que sacie las inquietudes y anhelos del corazón humano”. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro