Homilía en la Misa de Ordenación Sacerdotal del Diácono Frank Gerardo Pérez Alvarado

Santa Iglesia Catedral, Santiago de Querétaro, Qro., 15 de marzo de 2015

Año de la Vida Consagrada – Año de la Pastoral de la Comunicación

 

Estimados sacerdotes,

querido Diác. Frank Gerardo Pérez Alvarado, TC.

estimados miembros de la Vida Consagrada,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. Al reunirnos en esta tarde para celebrar nuestra fe en este IV Domingo del Tiempo de la Cuaresma, mediante el cual, nos seguimos preparando para la celebración anual de los misterios de nuestra redención. En este camino resplandece la cruz que levanta al Hijo del hombre, para que todo el que crea en él sea curado y liberado de la muerte. Esta es y debe ser la verdadera fuente de nuestra alegría.  La tradición litúrgica llama a ese domingo, el Domingo del “Laetare”, precisamente porque en lo pesado del desierto cuaresmal, Cristo mismo nos revela su disposición para morir por nosotros y así tener la vida eterna. “Dios no envió a su Hijo, para condenar al mundo sino para que el mundo se salvara por él” (Jn 3, 17).

2. En esta tarde y cobijados por el clima cuaresmal, queremos conferir la Sagrada Ordenación Sacerdotal al Diác. Frank Gerardo Pérez Alvarado, TC., a quien saludo con afecto en el Señor, confiando en que la gracia de Dios que le ha llamado a seguirle de cerca, le fortalezca cada día en la misión, especialmente bajo el carisma de los Religiosos Terciarios Capuchinos (Amigonianos). “Quienes son  llamados a crecer en el amor, desarrollando particularmente las actitudes de sencillez y de humildad, de compasión y de misericordia, de alegría y de esperanza,  de entrega y generosidad,  distinguiéndose en la vida de quién conoce a las ovejas, camina delante de ellas, busca a las que se pierden, comparte sus alegrías y penas, y está dispuestos a dar la vida por todas”. Saludo, además, al Rev. P. Carlos Luis Montoya, Superior Provincial de los Religiosos Terciarios Capuchinos de la Provincia del Buen Pastor, a quien le agradezco la confianza de solicitarme agregar al número de los presbíteros a este hermano nuestro diacono. Dirijo un especial saludo a la Sra. María Chiquinquirá Alvarado  y al  Sr. Gerardo Antonio Pérez Alvarado, papás del diácono y que por razones personales no han podido hacerse presentes en esta celebración. Sin embargo, sabemos que su oración y su cariño paternal están unidos en este momento con nosotros.

3. Sin duda que hoy es un día grande para toda la Iglesia, pues con esta Ordenación Sacerdotal, el Señor Jesús nos confirma su deseo de seguir eligiendo a personas muy concretas, en primer lugar para que vivan una experiencia cercana con él y después poder así, enviarles a proclamar el Evangelio de la Buena Nueva de la Salvación hasta los últimos rincones de la tierra, especialmente expresando la misericordia de Cristo, Buen Pastor,  a los jóvenes con problemas de conducta.  Puesta la mirada en la cruz redentora, donde el Hijo del hombre ha de dar su vida, para que todo el que se encuentre en peligro de muerte a causa del pecado, dirigiéndose con fe a él, sea salvado y por la fe tenga la vida eterna (cf. Jn, 3, 13).

4. Así nos lo confirma la Palabra de Dios que recientemente hemos escuchado en la liturgia de la Palabra. El Evangelio (Jn 3, 14-21) nos relata la última parte del diálogo que Jesús tiene con Nicodemo. Jesús revela su propia identidad  y la suerte que le espera, la misión recibida del Padre y su desenlace entre los hombres. Después de haberse identificado con la figura del ‘Hijo del hombre’ bajado del cielo, Jesús se paragona con la serpiente  de bronce que Moisés había alzado en el desierto para liberar de la muerte segura al pueblo pecador. «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna» (Jn 3, 14-15). La elevación de Jesús como maldito, aunque represente el culmen de la ignominia, constituye también el máximo de su gloria. En la cruz se manifiesta, en todo su esplendor el amor salvífico de Dios. Es el amor el que mueve al Padre a entregar al Unigénito para que el hombre pase del pecado  a la vida eterna. Pero este don exige la acogida de la fe: en el desierto había que mirar a la serpiente de bronce, ahora se debe creer en Jesús. El envío del Hijo es para una misión de salvación y cada uno  con su adhesión o su rechazo, hace una opción que implica un juicio.

5. Al encaminarnos hacia la pascua los cristianos estamos invitados a reconocer  que a causa de nuestro pecado, estamos condenados a la muerte y que sin la ayuda de Dios, todo está perdido. Este domingo, Jesús se dirige a cada uno y quiere que reconozcamos en él, la única salvación para nuestra vida y de esta manera no perecer con la muerte. San Agustín comenta: «El médico, en lo que depende de él, viene a curar al enfermo. Si uno no sigue las prescripciones del médico, se perjudica a sí mismo. El Salvador vino al mundo… Si tú no quieres que te salve, te juzgarás a ti mismo» (Sobre el Evangelio de Juan, 12, 12: PL 35, 1190). Así pues, si es infinito el amor misericordioso de Dios, que llegó al punto de dar a su Hijo único como rescate de nuestra vida, también es grande nuestra responsabilidad: cada uno, por tanto, para poder ser curado, debe reconocer que está enfermo; cada uno debe confesar su propio pecado, para que el perdón de Dios, ya dado en la cruz, pueda tener efecto en su corazón y en su vida.

6. Escribe también san Agustín: «Dios condena tus pecados; y si también tú los condenas, te unes a Dios… Cuando comienzas a detestar lo que has hecho, entonces comienzan tus buenas obras, porque condenas tus malas obras. Las buenas obras comienzan con el reconocimiento de las malas obras» (ib., 13: PL 35, 1191). A veces el hombre ama más las tinieblas que la luz, porque está apegado a sus pecados. Sin embargo, la verdadera paz y la verdadera alegría sólo se encuentran abriéndose a la luz y confesando con sinceridad las propias culpas a Dios. Es importante, por tanto, acercarse con frecuencia al sacramento de la Penitencia, especialmente en Cuaresma, para recibir el perdón del Señor e intensificar nuestro camino de conversión.

7. Diácono Frank, con la ordenación sacerdotal que estás a punto de recibir, el Señor Jesús confirma la vocación a la que te ha  llamado desde  hace algún  tiempo; una llamada para que seas tú el primero en reconocerle a él como el Hijo de hombre, que viene a salvarte y a dar la vida por ti y por tu salvación. Una llamada que exige un “si” definitivo, generoso y alegre. Un “sí” sin condiciones y sin miedos. Capaz de provocar en tu vida la libertad del espíritu. “Una respuesta de amor a quien te amó primero “hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1)” (DA, 136). Pues gracias a esta respuesta es como se puede “practicar las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida” (DA, 139). Identificarse con Jesucristo es también compartir su destino: “Donde yo esté estará también el que me sirve” (Jn 12, 26). El cristiano, —más aún el sacerdote — corre la misma suerte del Señor, incluso hasta la cruz: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc 8, 34).

8. El camino que hoy inicias como sacerdote, te une más estrechamente a Cristo, y por ende, a su misión,  por lo tanto, debes estar convencido que tu ministerio no será otro sino el de ser “Signo de salvación para la humanidad”. Tu estilo de vida como religioso y como sacerdote,  deberá provocar y propiciar que muchos experimenten que Cristo es su salvación. Jesús salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y mujeres, pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores…, invitándolos a todos a su seguimiento. Hoy tu estas llamado a seguir invitando a muchos a encontrar en Él el amor del Padre. Por esto mismo has de ser un hombre que haga visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y pecadores (cf. DA, 147). Por ello, la ordenación sacerdotal te constituirá ministro de la Reconciliación. Ojalá que nunca desfallezcas y pierdas el ardor de ser un “alegre ministro de la misericordia”. Si hojeamos las obras completas de Luis Amigó comprobaremos la convicción que él tiene sobre este tema, al grado que de ella nace el ministerio  pastoral misericordioso y redentor. “Porque quien salva un alma predestina la suya” (St 5, 16-20). En repetidas acciones solía decir: “Queridos hijos, no temáis desfallecer en los despeñaderos y precipicios  en que muchas veces os habréis  de poner para salvar a la oveja perdida, pues podéis estar seguros, que si lográis salvar un alma, con ello predestináis la vuestra” (cf. Agripino González, T.C.  Divagaciones espirituales sobre fondo Amigoniano, p. 48). El Papa Francisco nos ha dicho en varias ocasiones: “El confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible” (EG, 44). El corazón del sacerdote es un corazón que sabe conmoverse, no por sentimentalismo o por mera emotividad, sino por las «entrañas de misericordia» del Señor. Si bien es verdad que la tradición nos indica el doble papel de médico y juez para los confesores, no olvides nunca que como médico estás llamado a curar y como juez a absolver.  ¡No olvidéis esto: la misericordia es el corazón del Evangelio! Es la buena noticia de que Dios nos ama, que ama siempre al hombre pecador, y con este amor lo atrae a sí y lo invita a la conversión. Las ciencias humanas y la técnica, pueden ayudar al hombre de nuestro tiempo a liberarse de las esclavitudes  del corazón, pero nunca serán capaces de darle la gracia que nos regala el Sacramento de la Reconciliación.

9. Querido Diácono Frank, en la liturgia de la ordenación  el Obispo, cuando te entregue  la paterna con el pan y el cáliz con el vino, te dirá: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Advierte bien lo que vas a realizar, imita lo que tendrás en tus manos  y configura toda tu vida con el misterio de la cruz del Señor” (cf. Ritual de la Ordenación). Lo que significa que no debes dejar que tu ministerio sacerdotal se mundanice, detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, buscando en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal (cf. EG, 93).

10. Pidámosle al Señor, unido a la comunión de los santos, que a todos nosotros nos permita llegar con alegría al final del itinerario cuaresmal y, que a ti Diác. Frank, la alegría de ser discípulo misionero de Jesucristo, te acompañe siempre. Especialmente cobijado de la maternal intercesión de la Santísima Virgen María de los Dolores. Amén.

 

† Faustino Armendáriz  Jiménez

Obispo de Querétaro