Estimados sacerdotes, querido Diác. Juan Arcos Soto, M.G., estimados miembros de la Vida Consagrada, hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Al reunirnos en esta tarde para celebrar la Eucaristía en la cual queremos conferir la Sagrada Ordenación Sacerdotal al Diác. Juan Arcos Soto, M.G., les saludo a cada uno de ustedes en el Señor Jesucristo, el Sumo y Eterno sacerdote de la Nueva Alianza, en quien el Padre del cielo nos ha otorgado un intercesor y a quien ha puesto como cabeza de la Iglesia, a fin de que san muchos los que experimenten su amor y su misericordia. De manera muy especial quiero saludar el Rev. P. Juan José A. Luna Erreguerena, M.G., Superior General de los Misioneros de Guadalupe, a quien agradezco la confianza de solicitarme agregar al número de los presbíteros a este hermano nuestro diacono.
2. Sin duda que hoy es un día grande para toda la Iglesia, pues con esta Ordenación Sacerdotal, el Señor Jesús nos confirma su deseo de seguir eligiendo a personas muy concretas, en primer lugar para que vivan una experiencia cercana con él y después poder así, enviarles a proclamar el evangelio de la Buena Nueva de la Salvación hasta los últimos rincones de la tierra, especialmente a través de la misión ad gentes en los pueblos no cristianos.
3. Así nos lo confirma la Palabra de Dios en los textos de la Escritura que acabamos de escuchar en la Liturgia de la Palabra. El evangelio (Mt 4, 18-22) nos relata en primer lugar, la elección de los dos primeros discípulos de Jesús, una elección que trae consigo una vocación, es decir, una misión específica: la de ser pescadores de hombres. Una “elección novedosa” a diferencia de la cultura rabínica del pueblo de Israel. Una elección que nace de lo profundo del corazón de Jesús, y que va encaminada a elegir a personas muy concretas, que sean capaces de vivir su mismo estilo de vida; personas que sean capaces de sentir con sus mismos sentimientos, de pensar con sus mismos pensamientos, de actuar con sus mismas actitudes, al grado de poder llegar a correr la misma suerte del Maestro. La llamada al seguimiento implica la plena responsabilidad por las personas y por toda la humanidad. Esto exige la estrecha cercanía con la persona misma de Jesús, al grado de poder llegar a decir como san Pablo: “No soy yo quien vive. Es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Sin embargo, como nos narra el evangelio, es una elección que exige una respuesta generosa y desinteresada; una respuesta pronta y definitiva, pues dice el evangelio, “Ellos al instante, dejando las redes lo siguieron” (Mt 4, 20). Jesús llama con la intención de vincular a sus discípulos mediante un seguimiento personal, de un acompañamiento, que será caracterizado por el discipulado. Un acompañamiento que logre la vinculación íntima con Jesús en el grupo de los suyos y participar así de la Vida salida de las entrañas del Padre, y formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (cf. Lc 6, 40b), correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas (cf. DA, 131).
4. Diácono Juan, al celebrar este día tu ordenación sacerdotal, la palabra de Dios se cumple en ti. Jesús confirma tu elección, te llama personalmente, pues desea vincularte aún más estrechamente a su persona, mediante la experiencia del discipulado. A lo largo de estos años de formación, tú has podio experimentar esto de manera personal, ahora sabes muy bien qué significado tiene esto en tu vida y en tu persona. Jesús hoy te confirma el “Sígueme” que una vez dirigió a Pedro y a su hermano Andrés. Un “sígueme” que no puede limitarse a un tiempo y a un espacio determinados, pues es una invitación a vivir constantemente un estilo de vida. Me alegra que sea hoy, el día en el cual sacramentalmente, después de haberte preparado durante estos varios años de formación, hagas realidad el hecho de dejar las redes de tu vida ordinaria y te decidas a seguirlo. Claro está que humanamente lo has hecho desde hace algunos años, especialmente dejándote acompañar en el tiempo de la formación. Hoy en unos momentos más, lo harás de manera definitiva al responder a las preguntas que te haremos con el propósito de interrogarte sobre tu intención. Sin embargo, debes ser consciente que todo esto es un signo del amor y de la predilección de Dios hacia ti. La llamada que Jesús te hace no es un proyecto arbitrario de parte de Dios, es una invitación libre y que por ende exige una respuesta generosa. Una respuesta que exige la madurez humana y la fortaleza espiritual. Realidades que no se improvisan, sino que se van madurando a lo largo de la vida.
5. Quiero invitarte para que todos los días de tu vida sacerdotal, seas consciente que Jesús te llama, porque te ama. Esto será el motor y la fuerza que dinamizará tu ministerio. Jesús te ha llamado; sí, porque te necesita, pero antes que eso, porque te ama. Y en la medida en la cual te convenzas de ello, en esa medida serás capaz de donarte a los demás. Este es el verdadero sentido de la consagración que Dios hace de ti en este día, mediante el rito de la ordenación. La imposición de manos y la oración consecratoria son dos gestos que simultáneamente buscan sellar en tu corazón la predilección de Dios en el amor. Podemos decir, que el Espíritu Santo te consagra y te envuelve en este amor y en su santidad, con el firme propósito que tú seas el primero en experimentar la gracia de Dios en este sacramento. El gesto que haremos después de la imposición de manos de poner sobre tus manos la patena con el pan y el vino con el cáliz, son precisamente con la intención de que caigas en la cuenta que es a partir de esta consagración, que Dios te llama para dar una respuesta generosa mediante una vida ofrecida en sacrificio eucarístico. Un sacrificio que nace de la experiencia de vivir vinculado a Dios y a tu pueblo. Esta es la razón del porqué el sacerdote ofrece a Dios cada día el sacrificio de la Misa y del porqué el sacerdote es capaz de perdonar los pecados de su pueblo, en nombre de Dios. ¡Solamente un enamorado de Dios puede entonces transmitir ese amor!
6. Sin embargo, esta elección se vería reducida y mutilada, si solamente se quedara en la experiencia del discipulado. Esta elección tiene una segunda vertiente, la dimensión misionera. Jesús, al llamar a los suyos para que le siguieran, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús a quienes llama, les hace partícipe de su misión al mismo tiempo que los vincula a Él como amigo y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma (cf. DA, 144). Una misión que no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1, 8).
7. Diácono Juan, hoy quisiera que grabaras estas palabras en lo más profundo de tu corazón, aunque sé que voluntariamente te has querido consagrar a la Misión ad gentes bajo el carisma de que ejercen los Misioneros de Guadalupe en el mundo, es necesario confirmar esta cada día de tu ministerio, la opción en la misión sea un estilo de vida. Me alegra que existan jóvenes como tú con estos deseos. La Iglesia valora mucho las vidas que se consagran a ello. Pues la evangelización es la riqueza y el servicio que la Iglesia tiene hoy día, para ofrecer a la humanidad. El Papa Pablo VI nos lo enseñó cuando nos decía: “El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad” (EN, 1). Por eso, es necesario fortalecer esta conciencia en muchos sectores de la misma Iglesia. Hagamos nuestro este servicio con alegría y con entusiasmo, en favor de la humanidad, en favor de nuestras comunidades. Hagámoslo conscientes que Dios para esto nos ha elegido. Por ello, en este día en el cual recibes de Dios la ordenación sacerdotal, haciendo mías las palabras del Papa Francisco te digo: “¡No te dejes robar la alegría evangelizadora!” (cf. EG, 83). Que la evangelización sea la fuente de tus alegrías, el motivo de tus desvelos y la fuerza de tu ministerio. En la oración consecratoria le pediremos a Dios que renueve en ti el “Espíritu de santidad”, el cual al vivirlo en la misión, te llevará al corazón del mundo (cf. DA, 148). A entrar en sus alegría y en sus tristezas, en sus gozos y sus esperanzas. A vivir vinculado a un presbiterio y bajo la guía de un Obispo, de manera que en la comunión se busque hacer efectivo el mandato de Jesús de anunciar el evangelio hasta los últimos confines de la tierra. Deja que sea el Espíritu Santo el que realice la obra de la santificación del pueblo de Dios, para ello, con la Sagrada ordenación queda constituido ministro de la Palabra y ministro de los sacramentos. ¡Ojalá que siempre te acerques a estas realidades consciente que es Dios quien actúa a través de ti! Haz tuyas las palabras que escuchamos en la primera lectura, donde el Señor invita a su elegido a no tener miedo, pues es él quien llama y quien pne ls palabras en nuestra boca. (Jr 1, 4-10. 17-19)
8. Queridos hermanos y hermanas, la presencia de cada uno de ustedes en este día es muy importante, no sólo por los lazos afectivos y familiares, que pudieran existir con el diacono Juan, sino sobre todo porque su presencia es el testimonio claro de que el sacerdocio es un don para la Iglesia y que la Iglesia, con su oración, fortalece la vida y el ministerio de sus sacerdotes; les pido que le den gracias a Dios por ello y que de ahora en adelante se comprometan para pedir por este joven sacerdote. Necesitamos de su oración y de su testimonio. De manera especial le pido a sus familiares que no se olviden de su hijo. Ustedes son una pieza clave en la vida de la sacerdotal, especialmente si el futuro ministerio lo ha de desempeñar lejos de su tierra y de su patria.
9. Pidamos a la Santísima Virgen María de Guadalupe, que sea ella siempre nuestro modelo de discipulado, de manera que viviendo estrechamente a su Hijo, seamos capaces de entregar la vida en la misión como auténticos discípulos de Jesús. Especialmente, pidámosle que el ministerio que hoy inicia nuestro hermano Juan, esté bajo su amparo y maternal protección. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro