Estimados hermanos sacerdotes, queridos Ordenandos, apreciados miembros de la vida consagrada, hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Llenos de júbilo y de alegría nos hemos reunido para celebrar esta Santa Misa en la cual, por la gracia de Dios, queremos conferir el Diaconado, mediante la Sagrada Ordenación, a estos cuatro jóvenes seminaristas: Ricardo Olvera Pérez, Moisés Hernández Reséndiz, José Luis Villanueva García, Rubén Pacheco Martínez, conscientes que es Dios mismo quien en su Hijo Jesucristo, les ha llamado de manera muy especial para “darles a conocer el secreto de su corazón” (cf. Jn 15, 15), a fin de que sirviendo a sus hermanos, ejerzan en la Iglesia y en el mundo, el triple ministerio de la Liturgia, de la Palabra y de la Caridad. Agradezco al Rev. P. José Luis Salinas Ledesma, Rector del Seminario, a quien saludo con afecto, la presentación que en nombre de la comunidad cristiana me hace de cada uno de estos cuatro jóvenes; reconozco que las palabras y el significado de este gesto, conlleva un gran compromiso y una gran esperanza para toda la Iglesia. Gracias por el empeño de seguir presentando celosos dispensadores de los misterios de Dios.
2. Me alegra poder saludar personalmente a ustedes queridos papás de estos jóvenes. Sepan que su testimonio de vida, es y seguirá siendo para cada uno de ellos, una plataforma fundamental en su proceso de formación permanente. Pues la solidez humana y espiritual de cada sacerdote diocesano, no puede renunciar, ni prescindir de los lazos familiares que se han recibido en el seno materno y que han sostenido la vida a lo largo de todos estos años de formación. Gracias por apoyar a sus hijos en este proyecto que el Señor les ha confiado.
3. Al celebrar esta sagrada ordenación, tan rica en sus gestos y tan profunda en su significado, deseo reflexionar con todos ustedes los aquí presentes, algunos elementos, tanto de la liturgia de la Palabra como de la celebración misma, de manera que nos ayuden a comprender la naturaleza y el significado del diaconado, con el firme propósito que estos jóvenes puedan contemplar la gracia que reciben y a partir de ella, puedan vivir un estilo de vida diaconal.
4. En primer lugar deseo señalar que la palabra de Dios misma, es la que nos orienta y nos revela la identidad del ministerio ordenado. Pues desde el Antiguo Testamento, el Señor prefiguró la ministerialidad en favor de su pueblo, cuando le ordena a Moisés convocar a la tribu de Leví y ponerla al servicio de Aarón y de sus descendientes (Ex 3, 5). Una ministerialidad que encuentra su origen y su plenitud en la persona misma de Jesús, “quien no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos” (Mt 20, 28). En efecto, Jesús, explicando a los doce Apóstoles que su autoridad debía ejercerse de modo muy diferente a aquella de los “jefes de las naciones”, resume esta modalidad con el estilo del servicio: “El que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor (διάκονος), y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos” (Mt 20, 28). La total y generosa disponibilidad para servir a los demás, es el signo distintivo de quien en la Iglesia está revestido de autoridad, porque así sucedió con el Hijo del hombre, que no vino “a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45). Aun siendo Dios, más aún, impulsado precisamente por su divinidad, asumió la forma de siervo —“formam servi”—, como dice admirablemente el himno a Cristo contenido en la carta a los Filipenses (cf. Flp 2, 6-7). Así pues, el primer “Servidor” es Jesús. Detrás de él, y unidos a él, los Apóstoles y sus sucesores y, en comunión con él, los presbíteros y los diáconos.
5. Queridos hermanos, esta divina misión es confiada por Cristo a los Apóstoles y ha de durar hasta el fin del mundo, puesto que el Evangelio que debemos propagar es en todo tiempo el principio de toda la vida para la Iglesia. Por esto los Apóstoles cuidaron de establecer sucesores en esta sociedad jerárquicamente organizada” (cf. LG, 20). “Movidos por el Espíritu Santo, eligieron, como auxiliadores suyos en el ministerio cotidiano, a siete varones acreditados ante el pueblo, a quienes orando e imponiéndoles las manos, les confiaron el cuidado de los pobres, a fin de poder ellos entregarse con mayor empeño a la oración y a la predicación de la Palabra” (cf. Plegaria de ordenación diaconal). Hoy, esta acción se renueva precisamente en esta celebración litúrgica. Es por ello que, como decía anteriormente, le agradezco al Padre Rector la presentación que de estos jóvenes me ha hecho, pues de esta manera, la promesa del Evangelio puede seguir siendo una realidad.
6. Queridos ordenandos, tras recibir la ordenación, ustedes están llamados a hacer viva la belleza de Jesucristo en su existencia y en la misión de la Iglesia, estando al servicio de la humanidad, siguiendo el ejemplo de Cristo, servidor de todos. Especialmente, esto lo llevarán a cabo en una triple dimensión: en la Liturgia, en la predicación del Evangelio y en el ejercicio de la caridad. Es por eso que la Plegaria de Ordenación suplica a Dios que envíe sobre ustedes el Espíritu Santo, para que, fortalecidos con la gracia de los siete dones, desempeñen con fidelidad este ministerio” (Plegaria de ordenación diaconal). Con estos dones preciosos, su amistad con Dios será aún más verdadera y más íntima. ¡No los dejen apagar! Al contrario, dejen que se renueven día con día en su ministerio. Con estos dones, les pido que hagan resplandecer en medio de nuestro pueblo, la alegría del Evangelio, a fin de que ayuden a la Iglesia en la misión de ser portadora de buenas nuevas. ¡No los guarden para sí mismos! Para ello, quiero recalcar lo que continúa diciendo la misma plegaria, “Que resplandezca en [ustedes] un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por pobres y enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales” (Plegaria de la ordenación diaconal).
7. Les recomiendo que en este día tan importante en su vida, guarde cada uno en su corazón, las palabras que San Pablo le dirige Timoteo y que hemos escuchado en la segunda lectura: “Tú, en cambio, permanece firme en lo que has aprendido y se te ha confiado, pues bien sabes de quiénes lo aprendiste y desde tu infancia estás familiarizado con la Sagrada Escritura, la cual puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación” (2 Tim 3, 14-15). De esta manera, la Palabra de Dios será la que guie su ministerio y los mandamientos del Señor, se verán reflejados en sus costumbres, y el ejemplo de su vida suscitará la imitación del pueblo santo (cf. Plegaria de ordenación diaconal). Por tal motivo, la liturgia de la ordenación considera en los gestos explicativos, la entrega de los Santos Evangelios, para significar la intrínseca relación que habrá de existir entre ustedes y la misma Palabra de Dios. Vivan enamorados de ella. Que no pase ni un sólo día de su vida, sin que recurran a ella para conocer la voluntad de Dios.
8. Todos estos elementos eucológicos y simbólicos nos ayudan a comprender que los diáconos con la ordenación, quedan constituidos como servidores de todo el pueblo al servicio de su obispo y de su presbiterio, y, por tanto, unidos a Cristo Siervo y Servidor. Al ser ustedes ordenados diáconos, aseguran la permanencia de la diaconía de Cristo en la historia, animando a la Iglesia de Dios al servicio de los humanos y de sus sociedades. El diaconado es la expresión sacramental de la diaconía de la iglesia en el mundo, animándola para que sea pobre y servidora, para que se tome en serio el evangelio recibido. Por eso, queridos ordenados, el don de imitar a Cristo en el servicio, les configurará su existencia y su misión, en el seno de la Iglesia local y en el mundo. Su tarea como diáconos, consistirá entonces, en hacer presente y vivo el servicio del amor de Cristo a la humanidad, que es el mismo Evangelio, dirigido preferencialmente a los pobres (Lc 4, 18). En este sentido, la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium del Concilio Vaticano II nos enseña que: “Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: «Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos»” (LG, 29).
9. Finalmente, al celebrar en este día el XXXII° aniversario de mi ordenación sacerdotal, quiera pedirles a todos ustedes que me ayuden a darle gracias a Dios por este don de su gracia, que ha confiado a mis humildes manos. Me siento muy agradecido con Dios, por tantos dones y gracias que me ha concedido a lo largo de estos años.
10. Que la Santísima Virgen María de Guadalupe, siga intercediendo por cada uno de nosotros los sacerdotes y que en especial, reciba y proteja a estos cuatro jóvenes en este día, en el que quieren consagrarse para siempre al servicio del Reino de los cielos y en un futuro próximo, consagrar su vida como sacerdotes para siempre. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro