“La Eucaristía, don y alimento”
Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Con espíritu de fe y esperanza nos hemos reunido en esta tarde de Jueves para celebrar la Santa Misa en la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, en la cual como comunidad cristiana reconocemos que en el pan y en el vino, ofrecidos en sacrifico y bajo la acción del Espíritu Santo, Dios en su Hijo Jesucristo nos otorga el regalo más grande de su amor: su Cuerpo y su Sangre, que nos ha dado como alimento para nuestra salvación y, como signo visible y fundamento de la comunión a la que estamos llamados todos aquellos que le reconocemos como nuestro Dios y Señor.
2. Me alegra poder encontrarme con cada uno de ustedes y aprovechar la ocasión para saludarles, de manera especial a cada uno de los fieles de esta comunidad parroquial de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, que nos recibe y acoge con afecto en este día. Encontrarme con ustedes esta día, es para mí, una valiosa oportunidad de profesar juntos la fe en la Santísima Eucaristía y a partir de ella, impulsar la vida y la comunión de la Iglesia que peregrina por los caminos y veredas de nuestras colonias, ciudades y pueblos.
3. La liturgia de la Palabra que hemos escuchado en esta tarde, delinea muy bien tres aspectos hermosos del misterio que hoy celebramos y que nos pueden ayudar a fortalecer nuestra vida cristiana, especialmente en la comunión y en la misión de la Iglesia:
4. En primer lugar en la lectura tomada del libro del Deuteronomio, vemos narrados los dones que Dios prodiga a su pueblo en el desierto donde Israel vivió la providencia paternal del Señor (Dt 8, 2-3.14-16). Moisés recuerda a los israelitas la peregrinación por el desierto durante cuarenta años, que fueron una experiencia de purificación, de prueba y de constante abandono en las manos de Dios. En experiencia dolorosa el maná siempre se hizo presente, realidad mediante la cual Dios le enseñó a los Israelitas que no sólo de pan vive el hombre sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.
5. Queridos hermanos y hermanas, en nuestro diario vivir muchas veces experimentamos situaciones similares a las que se enfrentó el pueblo de Israel por el desierto y donde lo que menos se ha experimentado es la cercanía de Dios. Hoy quisiera invitarles a meditar en la propia vida y descubrir que aunque pareciera que Dios es un Dios lejano, él siempre ha estado presente en medio de su pueblo, y particularmente en la conciencia de cada hombre, pero quizá el propio egoísmo y los propios intereses han ofuscado esta presencia suya entre nosotros. Cada uno puede hallar su propio camino, si se encuentra con Aquel que es Palabra y Pan de vida, y se deja guiar por su amigable presencia. Sin el Dios-con-nosotros, el Dios cercano, ¿cómo podemos afrontar la peregrinación de la existencia, ya sea individualmente ya sea como sociedad y familia de los pueblos?
6. La Eucaristía en la “prenda” de que Dios no nos ha dejado solos, de que sigue presente en medio de nuestra peregrinación por esta vida. La Eucaristía es el sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que nos acompaña y nos indica la dirección. En efecto, no basta avanzar; es necesario ver hacia dónde vamos. No basta el “progreso”, si no hay criterios de referencia. Más aún, si nos salimos del camino, corremos el riesgo de caer en un precipicio, o de alejarnos más rápidamente de la meta. Dios nos ha creado libres, pero no nos ha dejado solos: se ha hecho él mismo “camino” y ha venido a caminar juntamente con nosotros a fin de que nuestra libertad tenga el criterio para discernir la senda correcta y recorrerla.
7. La segunda enseñanza, la escuchamos en el Evangelio que ha sido proclamado (Jn 6, 52-58). San Juan nos narra una de las más hermosas revelaciones que Jesús le ha hace a los judíos. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien come de este pan, vivirá para siempre” (cf. Jn 6, 51). Jesús se presenta como el pan verdadero. Jesús en su persona asume y lleva a cumplimiento la figura del maná. Como el maná para el pueblo de Israel, así para toda generación cristiana Jesús es el alimento indispensable que la sostiene mientras atraviesa el desierto de este mundo, aridecido por sistemas ideológicos y económicos que no promueven la vida, sino que más bien la mortifican; un mundo donde domina la lógica del poder y del tener, más que la del servicio y del amor; un mundo donde no raramente triunfa la cultura de la violencia y de la muerte. Pero Jesús sale a nuestro encuentro y nos infunde seguridad: él mismo es “el pan de vida” (Jn 6, 35.48). En estas palabras Jesús se asemeja a una de las necesidades más profundas del hombre: el alimento. Sin el cual podemos el hombre puede subsistir, sin el cual cada uno de nosotros podemos vivir. Mucho menos crecer y dar fruto.
8. Queridos hermanos y hermanas, en este día que celebramos al Pan vivo y verdadero los invito que nos preguntemos ¿Cuál es en verdad el alimento que saca nuestra vida? ¿Cuál es el alimento que da sentido a nuestra vida? ¿Es Jesús acaso? O más bien vamos en la vida buscando “otros panes” que nos quitan el hambre un rato, pero al poco tiempo nos vemos hundido casi en la inanición. El Papa Francisco con enseña que: “El pan y el vino se transforman en el Cuerpo y Sangre de Cristo, que se hace presente en su camino pascual hacia el Padre: este movimiento nos introduce, en cuerpo y alma, en el movimiento de toda la creación hacia su plenitud en Dios” (Porta fidei, 44). Dejemos que al acercarnos a comulgar Cristo nos introduzca en la eternidad de Dios y así, toda nuestra vida se vea plena. ¡Dejemos que Cristo pan verdadero, alimente y santifique nuestra vida, para que la familia humana, que habita en este mundo, una misma fe lo ilumine y un mimo amor lo una! ¡Dejemos que nos colme la dulzura de la gracia de Cristo para que como comunidad lleguemos a ser imagen de la dulzura celestial”(cf. Prefacio de la Eucaristía II).
9. Finamente, la Palabra de Dios, a la luz de las palabras de la primera carta del Apóstol San Pablo a los corintios, nos enseña que el cáliz de la bendición con el que damos gracias y el pan que partimos en la Eucaristía, son para nosotros el signo de la comunión con Cristo y con la Iglesia. Y que aunque somos muchos formamos un solo cuerpo porque todos comemos del mismo pan (1 Cor 10, 17). Hoy cada uno de los bautizados estamos llamados a ser conscientes que nuestra vida se justifica en la comunión, una comunión que supera los vínculos afectivos o sociológicos, una comunión sacramental que conlleva a cada uno de nosotros a vincularnos con Cristo, con su mensaje y con su misión. Por eso, el mejor signo de la comunión es cuando nos acercamos a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Santa Misa; esto es una profesión de fe en la comunión trinitaria y el testimonio visible de que cada uno de nosotros en el compromiso por vivir unidos a Cristo. En la Iglesia no estamos juntos para hacer equipo o porque alguno, bajo un concepto nos haya reunido, o porque nos pusimos de acuerdo para vivir de esta manera. De ser así nos convertíamos en un club social o en un grupo de personas que pueden entrar y salir cunado queramos.
10. Queridos hermanos y hermanas, hoy les invito a sentirnos orgullosos de ser Iglesia. Una Iglesia que hunde sus raíces y la razón de su existencia en el acontecimiento pascual. Una Iglesia que se fundamenta en la Eucaristía como centro de comunión y vínculo e unidad. Una Iglesia que pone la primacía de la gracia en la conciencia del mandato que Jesús le ha hecho a sus discípulos antes de padecer, en la última cena. Hoy quiero invitarles a todos ustedes a ser promotores de la comunión en la misión. Un compromiso que se vea reflejado acercándonos continuamente a comulgar. Que siempre que vayamos a Misa nos acerquemos a comulgar. Que cada domingo tengamos como prioridad ir a Misa y así, podamos refrendar el deseo de vivir unidos a Cristo: escuchando su Palabra y comiendo su Cuerpo y su Sangre. Que siempre que salgamos a la misión, confiemos que es unidos a Cristo Eucaristía, como podemos llevar el Evangelio y vencer todos aquellos obstáculos que impiden a los hombres y mujeres estar unidos en la caridad, en el amor y en la fraternidad.
11. Que estas tres realidades nos ayuden a ver la Eucaristía como el “don” y el “alimento” que Dios hoy sigue regalando a la humanidad, a las familias, a los ancianos, a los jóvenes, a los niños, a los enfermos. Que este don y este alimento sean hoy en el mundo, aquello que satisfaga la necesidad y el hambre de Dios. unámonos en a comunión y seamos custodias vivientes de cristo para que en el trabajo, en la oficina, en la escuela en la vida de familia, Cristo sea bendecido y adorado. Aprendamos de la Santísima Virgen María, la mujer Eucarística que supo llevar a su Hijo como el verdadero pan del cielo. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro