Santiago de Querétaro, Qro., 3 de junio de 2010
Hermanas y Hermanos:
1. Hoy alabamos al Salvador que, en la santa Eucaristía, es nuestro Pan de Vida, que alimenta y sostiene a su Iglesia y al mundo entero:
“Gustosos hoy aclamemos
A Cristo, que es nuestro Pan,
Pues él es el Pan de la Vida,
Que nos da vida inmortal”.
2. Al celebrar a Cristo en la santa Eucaristía, en el misterio de su Cuerpo y de su Sangre gloriosos presentes en el santísimo Sacramento del Altar, celebramos la vida, la Fuente misma de la vida, al que es la Vida verdadera y al que nos encamina y lleva hasta la Vida eterna. “La Iglesia vive de la Eucaristía”; de Ella vivimos nosotros y queremos que nuestra Ciudad episcopal también viva de este Don. Por eso llevamos a Jesús por sus calles, para que vea nuestra Ciudad, y nos bendiga.
3. Celebrar la santa Eucaristía es celebrar la vida. La vida se celebra y se defiende por entero, integralmente. Su fuente está en Dios. Nuestro Dios es un Dios que vive y que hace vivir; que alienta y ama la vida y que nos la promete en abundancia, para siempre. No se puede creer en el Dios verdadero, si no se cree, se ama y se respeta la vida. No se puede ser cristiano, mucho menos católico, si no se ama y se respeta la vida desde su inicio hasta su término natural. La Iglesia es “El Pueblo de la vida y para la vida”. Esta es la gran batalla, el “hermoso combate” como decía san Pablo, que tenemos que librar en esta imperante cultura de muerte. La vida triunfará. Gracias, hermanos y hermanas, por venir a celebrar y adorar al Pan de Vida, a Cristo en el misterio de su Cuerpo y de su Sangre entregados para darnos vida.
4. Cuando las sombras de muerte se ciernen sobre el mundo y sobre nuestra patria, aparece el Sol de justicia y la Fuente de vida que es Jesús en la santa Eucaristía. No hace muchos días, los Obispos de México, enviamos a todos Ustedes, y a quienes nos quieran escuchar, un Mensaje muy especial, una Carta Pastoral que lleva por título: “Que en Cristo, Nuestra Paz, México tenga Vida digna”. Desde sus orígenes, México ha vivido gracias “al Dios por quien se vive”, como nos lo entregó en el Tepeyac santa María de Guadalupe. Gracias a Jesucristo México seguirá viviendo, si permanecemos fieles a este mensaje de vida que es el Evangelio que nos ofrece la Iglesia católica.
5. La cultura de la muerte se respira por doquier. La propician a placer los medios en sus múltiples expresiones, comenzando por el aturdimiento colectivo; así, su veneno se va apoderando del entramado social e invadiendo estados, regiones, ciudades, pueblos, familias y corazones. Donde la Iglesia ha sembrado paz, perdón, concordia y fraternidad comienza a anidar el miedo, la sospecha, el rencor y la venganza. Algo grave, sin duda, está sucediendo entre nosotros. La pregunta de Dios a Caín sigue valiendo para nosotros: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”. En cada mexicano que muere, morimos un poco todos nosotros. Por eso no deja de extrañarnos un cierto silencio ominoso sobre el llamado que hemos hecho los Obispos para recobrar la concordia y la paz.
6. Al final del primer capítulo de nuestra Carta Pastoral, señalamos “Tres factores sobre los que urge intervenir” para poner remedio a tan violenta situación, y que ahora ponemos a los pies del Santísimo Sacramento:
a) Vivimos una crisis de legalidad. Los mexicanos no hemos sabido dar su importancia a las leyes en el ordenamiento social. La ley no se cumple, sino que se negocia y así, de instrumento de orden, se convierte en ocasión de corrupción.
b) Se han relajado las normas sociales. Sólo quien goza de autoridad moral es capaz de hacerlas cumplir. Todos exigimos derechos, pero no aceptamos los deberes; pero la fuerza para exigir un derecho está en el deber cumplido. Predomina el individualismo y cada uno se encierra en el laberinto de su propia soledad.
c) Existe una crisis de moralidad. Esta es una consecuencia necesaria de un debilitamiento de la conciencia religiosa. La religión es objeto de ataque y menosprecio. Se desprecian los mandamientos de Dios y se agrede al prójimo hecho a imagen y semejanza de Dios. Quien rechaza el “santo temor de Dios” termina temiendo al policía. Esta es una ley inexorable que nos cuesta entender. La problemática es compleja y la solución compete a todos los mexicanos, pero de manera especial a nosotros los católicos, que tenemos en la santa Eucaristía el Pan de vida; en el Espíritu Santo la Fuerza de Dios; en Cristo resucitado el Príncipe de la paz; y en santa María de Guadalupe la verdadera “Patrona de nuestra libertad” (Morelos, Sentimientos, No. 19). Que Jesús mire con misericordia nuestra Ciudad:
“Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar,
y la Virgen concebida sin la culpa original”.
† Mario De Gasperín Gasperín VIII Obispo de Querétaro