Homilía en la Misa de la Reunión de Seminaristas Teólogos de la Provincia Bajío

Capilla de Teología del Seminario Mayor de Querétaro
Hércules, Santiago de Querétaro, Qro., sábado 15 de febrero de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica

Estimados Padres formadores,
queridos seminaristas estudiantes de teología:
 
  1. Me complace poder saludarles en esta mañana en el marco de esta convivencia que reúne a los seminarios de las cuatro diócesis que integran la Provincia Eclesiástica del Bajío, con la finalidad de establecer desde ahora lazos fraternos, de manera que en el futuro ministerio, la comunión y el trabajo pastoral se vean fortalecidos y, juntos podamos contribuir desde proyectos comunes, en la tarea de la Nueva Evangelización. Particularmente, valoro mucho este tipo de esfuerzos formativos; ojalá que cada uno de ustedes los aproveche, mostrando sus capacidades,  no para competir sino más bien, para que cada uno de ustedes se esfuerce por  compartir los ideales y proyectos personales, de manera que se enriquezca su proyecto personal y formativo.

  1. Siempre es un gusto poder encontrarse con ustedes los seminaristas, pues cada uno representa y significa para la diócesis, una esperanza sólida en que la vida de la Iglesia seguirá respondiendo con audacia en la misión que Cristo, el Buen Pastor, nos ha confiado. Ustedes son en la vida de la Diócesis, los “amigos de Jesús”, llamados a ser auténticos discípulos – misioneros, para colaborar estrechamente con él, con la misma autoridad mesiánica que le viene del Padre y que le ha sido conferida en plenitud con la resurrección. Por esto, considero que desde ahora, cada uno de ustedes no debe olvidar que ha venido a este lugar, con plena libertad, para configurarse con Cristo, hasta llegar a tener los mismos sentimientos, los mismos ideales, la misma suerte. Ustedes deben saber muy bien que la etapa de la teología, por eso es llamada “configuradora”, porque su objetivo consiste  en que cada uno de ustedes, se configure con Cristo en la línea de los valores y el carisma de la propia vocación ―Cristo que da la vida en favor del pueblo de Dios― y de la institución concreta, en cada Iglesia Particular, con sus necesidades, su historia y su proceso de maduración comunitaria.

  1. Esta es la etapa más propiamente formativa porque todos los recursos de la formación se aplican ahora con intensidad a los valores específicos. Se entiende que en esta etapa, tenemos candidatos que ya han trabajado sobre sí mismos,  de modo que cada uno de ustedes ha llegado a ser  más libre para dedicarse con productividad a su formación en todas las dimensiones, de modo que cada uno de ustedes sea capaz de cultivar todas las dimensiones de la formación equilibradamente. El reto pedagógico básico de esta etapa consiste  en que cada uno de ustedes elabore un proyecto personal  a largo plazo que responda  a la pregunta: “¿Qué clase de sacerdote, puedo y debo ser  en el contexto de la realidad  social  de mi Iglesia Particular  y de mi propia personalidad?” Aquí está la clave queridos jóvenes, en la disposición que cada uno muestre en dejarse formar con recta intención y con generosidad. Por el contrario, vivirán una vida de amargura y de frustración. Y no queremos esto, queremos jóvenes libres y plenamente dueños de sí mismos. Capaces de colaborar con Cristo en su misión evangelizadora.

  1. Al escuchar y meditar en esta mañana la Palabra de Dios que se nos ha proclamado, me llama la atención la escena del evangelio de Marcos (8, 1-10) en la cual Jesús nos enseña una gran lección: “La importancia de la disposición y la generosidad de cada uno de los que él ha elegido, como discípulos suyos para saciar el hambre de aquellos que lo siguen”. Este es el gran desafío de la Iglesia. ¿Que tenemos para ofrecer y saciar la existencia de tantos jóvenes que viven en nuestras colonias y comunidades hartos de todo y llenos de nada? ¿Qué tenemos para saciar la vida y la existencia de tantos adolescentes que vagan sin sentido porque no ven un rumbo y una meta clara en su vida? Jesús hoy nos hace la misma pregunta: “¿Cuántos panes tienen?” (v. 5). En otras palabras diría: “¿hoy, con qué cualidades cuentas tu para responder al desafío de la Nueva Evangelización? La respuesta que los discípulos dieron en el evangelio fue: “siete” (v. 5), es decir, todo lo necesario. Y esto es verdad, si el señor les ha llamado a cada uno de ustedes, sin duda que es en primer lugar porque los ama y segundo, porque ve en ustedes, jóvenes con las capacidades y cualidades necesarias para colaborar con él en su misión evangelizadora. Por eso, el seminario tiene entre sus objetivos, ofrecerles las herramientas necesarias que descubran y consoliden sus cualidades y capacidades humanas.

  1. Reflexionando en cuáles pueden ser estos “siete panes”, con los que debe contar cada uno de los discípulos, meditaba en estas siete cualidades y facultades humanas:

  1. La  primera, la voluntad, es decir, el libre movimiento del alma racional, sin que nadie le fuerce ni a no perder ni a adquirir algo. En un lenguaje más coloquial diríamos que la voluntad, es el deseo natural de ser feliz y de ser libre para amar. Por eso queridos jóvenes, cada uno de nosotros  tenemos en nuestras manos esta gracia de Dios, que se orienta por naturaleza para el amor.

Luego, la inteligencia, es decir, aquella actividad del alma o mente, por la cual el alma percibe, entiende y juzga cosas inteligibles con la luz divina de la verdad eterna. Mediante la cual cada quien puede encontrar en la creación los signos y las huellas de Dios,  y así comprender a fondo la Palabra de Dios y la verdad de la fe.

Después, la libertad,  es decir, el don sobrenatural de Dios, concedido a la voluntad de los elegidos en virtud del amor redentor de Cristo. Actúa dentro de la voluntad, fortaleciéndola de tal manera que ésta se deleita verdaderamente en la realización de actos buenos, principalmente el amor a Dios y el amor al prójimo, manifestándose así misma como un espejo de las acciones divinas.

Sigue, la vida espiritual, es decir, la vida en el Espíritu, la cual hace que las personas sean semejantes a Cristo, dándoles la caridad de poder orar exclamando ¡Abbá!. Esta vida es fruto del encuentro constante con la Palabra de Dios y la persona de Cristo, de manera que  en el conocimiento de la voluntad divina y en el deseo de adecuar el ser y la persona al proyecto de Dios, cada ser humano se entregue con amor.

Luego, la creatividad,  es decir, la capacidad humana de buscar herramientas para una vida plena, siendo felices y haciendo felices a los que nos rodean. Es la capacidad que Dios nos da de poder transformar el mundo en un espacio donde encontrarnos con nosotros mismos, con él y con los hermanos.

Otro, es la amistad, es decir, la capacidad humana que une a dos o más persona en mutua simpatía.  No hay verdadera amistad, sino cuando cada uno la establece como un vínculo entre almas que se unen mutuamente por medio del amor, derramado en neutros corazones por el Espíritu que se nos ha dado (cf. Rm 5, 5).  Dios origina la amistad y la establece como un vínculo.

Finalmente, el proyecto personal, es decir, la asimilación del proyecto de Dios para la propia vida. Esto supone una clara definición en la vida y en  la personalidad. Jesús, el Buen Pastor, tenía un proyecto bien determinado, se distinguió con claridad de los malos pastores que vienen únicamente para sus fines  y definió su proyecto para dar vida en plenitud,  en el cual medió la entrega de sí mismo.

  1. Queridos jóvenes seminaristas, estos siete panes con los que cuenta cada uno de ustedes, es importante que los tengan bien consolidados, de manera que al tomaros Jesús en sus manos  y conságralos el día de la ordenación, la gente que vive hambrienta y sedienta de Dios, pueda saciarse y ser feliz. Cuando ponemos estos siete panes que Dios nos da como cualidades, en las manos de Jesús, él hace maravillas en medio de su comunidad, al grado que la gente coma  hasta quedar satisfecha y todavía, sobra para llenar siete canastos (cf. Mc 8, 8). Por el contrario, cuando no dejamos que estos siete panes maduren y sean bien horneados, somos panes duros, sin sabor y que no alimentan, somos panes que envenenan, que hacen daño y que impiden a los hombres y mujeres tener vida eterna. Si no dejamos que Cristo nos tome en sus manos, seremos panes que no ajustan a las necesidades de nuestra cultura y de nuestro mundo. Seremos panes que alimentarán la vanagloria del propio egoísmo personal y eclesial, que en vez de santificar mundanizaremos la vida y la moral de las personas.

  1. Déjense amasar por las manos de quienes con autoridad de la Iglesia, les ofrecen los medios y las herramientas necesarias para su formación; déjense sazonar por sus formadores, quienes con una profunda vida espiritual, van avizorando los mejores caminos para que su vida sea una verdadera ofrenda a Dios. El Papa Francisco nos ha dicho con palabras muy duras: “No se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas, búsquedas de formas de poder, glorias humanas o bienestar económico” (cf. Exhort. Apost. Evangelii Gaudium, 107).

  1. Dejemos que la Santísima Virgen María nos ayude a formar en nosotros, el corazón de Cristo; que Ella, como Madre y Maestra Espiritual, nos conduzca a la caridad perfecta, y con su inspiración, nos enseñe  a amar a Dios sobre todas las cosas,  contemplando su Palabra y sirviendo a los hermanos. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro