Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Con alegría les saludo a todos ustedes al celebrar jubilosos esta Eucaristía en la cual queremos a gradecer a Dios el don preciso de la vida en gestación, en el vientre materno, pues sin duda que es Dios el Señor y el dador de la vida humana. Saludo al P. Javier Coellar Ríos, Responsable de la Dimensión para la Vida en la Diócesis. Al P. Jaime Gutiérrez Jiménez, Presidente de la Comisión Diocesana de Familia, Juventud, Laicos y Vida. Saludo con afecto a cada una de ustedes queridas madres, por unirse a esta Jornada de Oración y ponerse en las manos de Dios, quien les participa de su obra, haciendo de cada una de ustedes co-creadoras de la humanidad. “A ustedes ―junto con sus esposos― ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana” (cf. Humanae Vitae, 25).
2. El tempo litúrgico del adviento que estamos viviendo como comunidad de fe, nos permite reflexionar precisamente en el valor de la vida, que encuentra su sentido más pleno en Jesucristo el Hijo de Dios, “quien se hizo hombre para que tengamos la vida eterna” (cf. Jn 3, 16). Este tiempo despierta en nuestros corazones la espera del Dios-que-viene y la esperanza de que gracias a su Encarnación nuestra vida se recrea en él. Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros. El Adviento nos impulsa a entender el sentido de la vida humana, del tiempo y de la historia como “un tiempo de gracia”, como ocasión propicia para nuestra salvación. Es por ello que el tiempo de Adviento se desarrolla entre dos polos. En los primeros días se subraya la espera de la última venida del Señor, como lo demuestran los textos de la liturgia de la palabra que hemos escuchado, particularmente en el Evangelio de hoy (cf. Mt, 17, 10-13). En cambio, al acercarse la Navidad, prevalecerá la memoria del acontecimiento de Belén, para reconocer en Cristo, la plenitud del tiempo. Entre estas dos venidas, hay una tercera, que san Bernardo llama “intermedia” y “oculta”: esta se realiza en el alma de los creyentes y es una especie de “puente” entre la primera y la última. (Discurso 5 sobre el Adviento, 1).
3. Queridas mamás, los cristianos nos encontramos en la espera de la venida del Salvador, sin embargo, mientras ocurre esto, es preciso que conozcamos la Palabra de Dios y en la fe, gestemos en nuestra vida a Jesucristo, nuestro salvador, así nuestra vida se verá fortalecida no sólo con la alegría de Jesucristo entre nosotros, sino que la vida de nuestros hijos y de las personas que nos rodean se verá iluminada y llegará a su plenitud en el amor.
4. De manera especial ustedes queridas madres, en la generación de los hijos junto con sus esposos reflejarán, el amor de Dios al hombre y sólo así les ayudarás a vivir la vida en plenitud. Es muy importante no olvidar que en ustedes, la paternidad y la maternidad, como el cuerpo y como el amor, no se pueden reducir a lo biológico: la vida sólo se da enteramente cuando juntamente con el nacimiento se dan también el amor y el sentido que permiten decir sí a esta vida. Precisamente esto muestra claramente cuán contrario al amor humano, a la vocación profunda del hombre y de la mujer, es cerrar sistemáticamente la propia unión al don de la vida y, aún más, suprimir o manipular la vida que nace.
5. Considero que cada una de ustedes entiende muy bien la necesidad de preparar la llegada de su nuevo hijo; de hecho lo hacen cuidando los más finos detalles. De la misma manera es necesario que preparemos el camino del Señor, haciendo rectos sus senderos (cf. Lc 17, 10-20). Yo quisiera invitarles a que así como le preparan lo necesario a sus hijos para que cuando nazcan estén bien, le preparen a Jesús un lugar en su corazón, y de esta manera ustedes y sus hijos conocerán el amor y el amor les hará plenos.
6. En ustedes, los signos de la alegría por la llegada de sus hijos comienzan a ser más palpables y visibles, sin embargo, quisiera invitarles a que esta alegría sea una alegría cristiana, una alegría que si bien, es reflejo de la llegada de sus hijos, sea más bien porque al nacer en su familia, ustedes les anunciarán el mensaje de Jesucristo. En el fondo de este sentimiento de alegría profunda debe estar la presencia de Dios; en la presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Y sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos enseña, en familia, a tener este amor paciente, el uno por el otro. Tener paciencia entre nosotros. Amor paciente. Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos, y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad.
7. En este camino de preparación María nos enseña cómo hemos de prepararnos para este acontecimiento. “Ella es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios” (Exhort Apost. Evangelli gaudium, 286).
8. Dejémonos guiar ahora por ella que llevó en su corazón y en su seno al Verbo encarnado. ¡Oh María, Virgen de la espera y Madre de la esperanza, reaviva en toda la Iglesia el espíritu del Adviento, para que la humanidad entera se vuelva a poner en camino hacia Belén, donde vino y de nuevo vendrá a visitarnos el Sol que nace de lo alto (cf. Lc 1, 78), Cristo nuestro Dios! Tutela el nacimiento de tantos niños que no son deseados o son víctimas del homicidio. Intercede ante tu hijo para que el Espíritu Santo mueva el corazón y las conciencias de quienes no saben que en la vida humana siempre hay un regalo de Dios. Te consagramos a nuestros hijos que está por nacer, concédeles salud y la alegría de que conozcan a tu Hijo Jesucristo. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro