Homilía en la Misa de la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Templo de la Santa Cruz de los Milagros, Santiago de Querétaro, Qro., 14 de septiembre de 2015.

Año de la Vida Consagrada – Año de la Pastoral de la Comunicación

 

 

Queridos hermanos franciscanos,

estimados miembros de la vida consagrada,

muy queridos y miembros de las diferentes mesas de concheros y danzantes,

hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

¡ÉL ES DIOS!

1. El mensaje que Cristo nos da en esta Solemnidad es un mensaje muy sencillo y muy profundo. Si Dios escogió el camino de la cruz, para que su hijo nos salvara, debe haber algo muy especial en la cruz. El misterio de la cruz que hoy celebramos nos permite darnos cuenta cuánto amor nos ha tenido Dios, inclusive al grado de padecer y dar la vida por nosotros en la cruz. Un misterio que se contempla y se vive con fe. En la celebración de esta fiesta litúrgica todo converge en la exaltación de Cristo Jesús, que siendo Dios, se abajó haciéndose uno de nosotros, muriendo colgado sobre el estandarte de la Cruz, para mostrarnos cuál es la medida del amor de Dios hacia nosotros. Exaltar la cruz es exaltar el amor de Dios por nosotros, es exaltar la victoria del amor y de la misericordia sobre el pecado, el egoísmo y la muerte.

2. A los cristianos nos cautiva de modo particular, el hecho de que Dios haya querido salir de sí mismo para hacerse uno como nosotros. Nos sentimos abrumados ante la presencia de un misterio tan abismal por la inmensidad del amor que lo ilumina y por la incapacidad absoluta de nuestra mente humana para abarcarlo. La contemplación sincera de este misterio es incompatible con un pasar por encima de él, con cierta superficialidad, dándolo por descontado como un presupuesto del conjunto de la doctrina cristiana. La contemplación de Dios hecho hombre es siempre transformante. Y uno de los momentos más fuertes de está contemplación es justamente el ver a Cristo muriendo colgado de una cruz, como un criminal, desangrándose y asfixiándose, abandonado y humillado. El más grande, sin punto alguno de comparación, el creador y Señor del universo, en la condición la más vil que pueda ser imaginada. El que es la vida misma, sufriendo en primera persona la muerte más horrenda. Y esto libremente y sin rebajar en nada su divinidad. Este es el misterio del anonadamiento de Dios que la Iglesia no se cansa de contemplar, y que nunca logra abarcar. El cristiano sabe que nunca serán suficientes los días de esta vida ni de la eternidad para agotar la contemplación de este don que Dios hace de si mismo. La única clave de comprensión es el amor. Sólo el amor explica esta entrega por propia iniciativa, sin que lo hayamos ni merecido ni pedido. Sólo porque él nos ama quiso venir hasta nosotros, hacerse uno como nosotros, y morir por nosotros. “Tanto amó Dios al mundo -dice Jesús a Nicodemo- que entregó a su hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16). Dios nos muestra que su amor hacia nosotros realmente no tiene medida.

3. Queridos hermanos y hermanas, “¡Qué dicha tener la Cruz! Quien posee la Cruz posee un tesoro”, escribió san Andrés de Creta (cf. Sermón 10, sobre la Exaltación de la Santa Cruz: PG 97,1020). En este día en el que la liturgia de la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Evangelio que acabamos de escuchar, nos recuerda el significado de este gran misterio: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para salvar a los hombres (cf. Jn 3,16). El Hijo de Dios se hizo vulnerable, tomando la condición de siervo, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz (cf. Fil 2,8). Por su Cruz hemos sido salvados. El instrumento de suplicio que mostró, el Viernes Santo, el juicio de Dios sobre el mundo, se ha transformado en fuente de vida, de perdón, de misericordia, signo de reconciliación y de paz. “Para ser curados del pecado, miremos a Cristo crucificado”, decía san Agustín (Tratado sobre el Evangelio de san Juan, XII, 11). Al levantar los ojos hacia el Crucificado, adoramos a Aquel que vino para quitar el pecado del mundo y darnos la vida eterna. La Iglesia nos invita a levantar con orgullo la Cruz gloriosa para que el mundo vea hasta dónde ha llegado el amor del Crucificado por los hombres, por todos los hombres. Nos invita a dar gracias a Dios porque de un árbol portador de muerte, ha surgido de nuevo la vida. Sobre este árbol, Jesús nos revela su majestad soberana, nos revela que Él es el exaltado en la gloria. Sí, “venid a adorarlo”. En medio de nosotros se encuentra Quien nos ha amado hasta dar su vida por nosotros, Quien invita a todo ser humano a acercarse a Él con confianza.

4. La Iglesia ha recibido la misión de mostrar a todos el rostro amoroso de Dios, manifestado en Jesucristo. ¿Sabremos comprender que en el Crucificado del Gólgota está nuestra dignidad de hijos de Dios que, empañada por el pecado, nos fue devuelta? Volvamos nuestras miradas hacia Cristo. Él nos hará libres para amar como Él nos ama y para construir un mundo reconciliado. Porque, con esta Cruz, Jesús cargó el peso de todos los sufrimientos e injusticias de nuestra humanidad. Él ha cargado las humillaciones y discriminaciones, las torturas sufridas en numerosas regiones del mundo por muchos hermanos y hermanas nuestros por amor a Cristo. él carga cada día el sin número  de niños masacrados con el crimen del aborto. Él carga sobre sí las humillaciones que viven nuestros hermanos migrantes que a diario luchar por buscar una mejor condición de vida.  

5. Para acoger en nuestras vidas la Cruz gloriosa es necesario entrar en un camino de fe y conversión. La fe, porque por el contrario nos convertimos en esclavos y no en hijos. Y la conversión, porque de lo contrario hacemos de nuestro sufrimiento algo inútil y sin  sentido. Fe y conversión, hoy día deben ser el camino que conduzca nuestra vida. Fe y conversión deberán ser dos realidades que nos hagan más humanos y más cristianos. Fe y conversión nos harán más humildes y semejantes a Cristo que se humilló hasta la muerte y una muerte de Cruz. Hoy el Papa en su tuit nos ha dicho. “Dios prefiere a los humildes. Cuando vivimos con humildad. Él transforma nuestros pequeños esfuerzos y hace cosas grandes” (Francisco Tuit 14/09/2015). Este es el primer paso que debemos dar si de verdad queremos ser cristianos auténticos, si queremos ser testigos de nuestra fe en este mundo. El cristiano debe ser imitador de Cristo.

6. El día de hoy, algunos de ustedes serán instituidos Ministros Extraordinarios de la Comunión,  lo cual significa que  en la comunidad cristiana ustedes prestarán un servicio particular, les pido que lo hagan con fe y con humildad, buscando ser servidores de los demás especialmente de los enfermos, a ejemplo de Jesús que se humilló por los demás. No olviden que llevan a Cristo y no a ustedes mismos.

7. Fijemos cada día de nuestra vida la mirada en la Santísima Cruz, conscientes que “nuestro único orgullo sea la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, porque en él tenemos la salvación, la vida y la resurrección, y por Él hemos sido salvados y redimidos (cf. Ga 6, 14).   Amén.  

 

† Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro