Homilía en la Misa de la Consagración de María Lucía Moreno Ferrusca en el Orden de las Vírgenes

Solemnidad de Todos los Santos
Templo Parroquial de el Señor de la Piedad, Jurica, Qro., 01 de noviembre de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica

 

 

Queridos hermanos Sacerdotes,
muy queridas hijas del Orden de las Vírgenes,
queridos consagrados y consagradas,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. Cobijados por el clima de alegría que envuelve a la Iglesia universal en este día por la Solemnidad de Todos los Santos, les saludo a cada uno de ustedes con la esperanza que en el ocaso de nuestra vida, todos podamos presentarnos ante el Señor y recibir de él, el premio de la gloria que otorga a quienes durante su vida han sido bienaventurados. Me complace poder encontrarme con ustedes para celebrar juntos esta gran solemnidad; la cual, particularmente este año, adquiere un gran significado en la vida de esta comunidad parroquial, por la consagración virginal de nuestra Hermana María Lucía Moreno Furrusca, quien desea, desde ahora y para siempre, consagrar su vida como Esposa de Cristo, viviendo el Evangelio en el Orden de las Vírgenes. Saludo al Sr. Cura el Pbro. Saúl Ragoitia Vega, a quien le agradezco su preocupación por acompañar de cerca el proceso de esta hermana. Además, de manera muy especial quiero expresar un cordial saludo a los señores Florencio Moreno Luna y María de los Ángeles Furrusca Tovar, papás de María Luisa. Gracias por apoyar esta hermosa decisión de su hija, les pido que continúen mostrándole su amor y la sigan sosteniendo con su oración.

2. La antífona de entrada para esta celebración dice: “Alegrémonos todos en el Señor y alabemos al Hijo de Dios junto con los ángeles, al celebrar hoy esta solemnidad de Todos los Santos” (Misal Romano, p. 822). La liturgia nos invita a compartir el gozo celestial de los santos, a gustar su alegría. Los santos no son una exigua casta de elegidos, sino una muchedumbre innumerable, hacia la que la liturgia nos exhorta hoy a elevar nuestra mirada. En esa muchedumbre no sólo están los santos reconocidos de forma oficial, sino también los bautizados de todas las épocas y naciones, que se han esforzado por cumplir con amor y fidelidad la voluntad divina. De gran parte de ellos no conocemos ni el rostro ni el nombre, pero con los ojos de la fe los vemos resplandecer, como astros llenos de gloria, en el firmamento de Dios.

3. Hoy la Iglesia celebra la santidad a la cual todos y cada uno de los bautizados estamos llamados; lo hace con una doble intención: recordar la memoria de aquellos que viviendo de manera heroica las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad, han dado testimonio de su amor a Dios y a sus hermanos, y  además, con el firme propósito de recordarnos a cada uno de nosotros que “la meta de nuestra existencia no es la muerte, ¡es el Paraíso!”. La Iglesia, al contemplar el luminoso ejemplo de los santos, desea suscitar en nosotros el gran deseo de ser como los ellos, felices por vivir cerca de Dios, en su luz, en la gran familia de los amigos de Dios. Pues, ser santo significa vivir cerca de Dios, vivir en su familia.

4. Pero, ¿cómo podemos llegar a ser santos, amigos de Dios? Para ser santos no es preciso realizar acciones y obras extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales. “Es necesario, ante todo, escuchar a Jesús y seguirlo sin desalentarse ante las dificultades. “Si alguno me quiere servir ―nos exhorta―, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará” (Jn 12, 26). En el Evangelio que acabamos de escuchar el evangelista narra que Jesús cuando vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos y comenzó a enseñarles. Jesús les dice: “Bienaventurados los pobres de espíritu, los que lloran, los mansos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los puros de corazón, los artífices de paz, los perseguidos por causa de la justicia” (cf. Mt 5, 3-10). En realidad, el bienaventurado por excelencia es sólo él, Jesús. En efecto, él es el verdadero pobre de espíritu, el que llora, el manso, el que tiene hambre y sed de justicia, el misericordioso, el puro de corazón, el artífice de paz; él es el perseguido por causa de la justicia. Las Bienaventuranzas nos muestran la fisonomía espiritual de Jesús y así manifiestan su misterio, el misterio de muerte y resurrección, de pasión y de alegría de la resurrección. Este misterio, que es misterio de la verdadera bienaventuranza, nos invita al seguimiento de Jesús y así al camino que lleva a ella. En la medida en que acogemos su propuesta y lo seguimos, cada uno con sus circunstancias, también nosotros podemos participar de su bienaventuranza. Con él lo imposible resulta posible e incluso un camello pasa por el ojo de una aguja (cf. Mc 10, 25); con su ayuda, sólo con su ayuda, podemos llegar a ser perfectos como es perfecto el Padre celestial (cf. Mt 5, 48).

5. Querida hija María Luisa, el acto de consagración virginal que ahora quiere usted formalizar ante Dios y ante la Iglesia en el Orden de las Vírgenes, es un hermoso camino para  lograr la santidad a la cual el Señor le ha llamado; es un hermoso camino para lograr la bienaventuranza de la que nos habla el santo evangelio. La historia de la Iglesia nos enseña que esta forma de vida, es un camino que ha perimido a numerosas mujeres vivir el evangelio con fidelidad y con alegría. El Señor le ha elegido a usted con el firme propósito de ser santa, y de vivir con alegría el evangelio, siendo bienaventurada, entregando su vida pobre y virginal con  los pobres de espíritu, con los que lloran, con  los mansos, con los que tienen hambre y sed de justicia, con los misericordiosos, con los puros de corazón, con los artífices de paz, y con los perseguidos por causa de la justicia. La virgen consagrada tiene como primer compromiso tender a la santidad del carisma de vida evangélica, en pobreza, castidad, obediencia, oración, contemplación, caridad. La cultura y la sociedad hoy día quizá no ven la riqueza y la hermosura de este estilo de vida virginal; sin embargo, el evangelio nos enseña que Dios habita con amor en los cuerpos castos y se deleita en las almas puras (cf. oración consecratoria). El Papa Francisco reunido con un grupo de consagradas ha dicho: “La castidad por el reino de los cielos muestra cómo la afectividad tiene su lugar en la libertad madura y se convierte en un signo del mundo futuro, para hacer resplandecer siempre el primado de Dios. Pero, por favor, una castidad «fecunda», una castidad que genera hijos espirituales en la Iglesia. La consagrada es madre, debe ser madre y no «solterona»” (Francisco, Discurso a las religiosas participantes en la asamblea plenaria de la Unión Internacional de Superioras Generales, 8 de mayo de 2013). Efectivamente, quien se consagra a Dios y se decide a seguir a Jesús, debe caracterizarse por la alegría, esa es su carta de presentación y debe ser el espíritu que le identifique. Nosotros como consagrados estamos llamados a ser alegres, felices y no hombres y mujeres de cara triste. Porque como dice el dicho popular “un santo triste es un triste santo” hoy diríamos “una virgen triste es una triste virgen”.

6. Hermana María Luisa: el anillo, el velo y la Liturgia de las Horas que Usted va a recibir, serán los instrumentos que a usted hermana le ayuden a vivir en la fidelidad y en el dialogo constante con su Esposo, el Señor Jesucristo. De este modo, su «yo» orante se dilatará progresivamente hasta que en la oración sólo haya un gran «nosotros». Esta es la oración eclesial y la verdadera liturgia. En el diálogo con Dios, ábrase al diálogo con todas las criaturas, para las cuales será como madre, madre de los hijos de Dios (cf. Ritual de consagración de vírgenes, 29). Quiero invitarla a valorar con mucho cariño estos tres instrumentos: el anillo, el velo y la Liturgia de las Horas, pues serán el camino que en su vida le permita  vivir la fidelidad al compromiso que hoy adquiere ante Dios y ante la Iglesia. Especialmente quiero invitarla a deleitarse en la vida de profunda oración en la Liturgia de las Horas, mediante la cual, desempeñando la función sacerdotal de Cristo su cabeza, ofrece a Dios, «sin interrupción» el sacrificio de alabanza, es decir, la primicia de los labios que cantan su nombre. Esta oración es «la voz de la misma Esposa que habla al Esposo (cf. OGLH, 15).

7. Es curioso y me llega de mucha paz, el hecho de saber que en esta tarea los consagrados y consagradas no estamos solos, nos acompaña la Santísima Virgen María y la multitud de los santos, a quienes en unos momentos más vamos a invocar con fe y con devoción con el canto de las letanías. Pues efectivamente, esta no es una tarea que se pueda llevar a cabo sólo por nuestras propias fuerzas, es y será la gracia de Dios la que nos sostenga y acompañe. En la oración consecratoria, para esta solemne consagración, le vamos a pedir a Dios que nuestra hermana, “tenga por la gracia del Espíritu Santo, modestia prudente, benignidad sabia, ponderada ternura, casta libertad, y que sea ardiente en al caridad” (Ritual de consagración de vírgenes, oración consecratoria, p. 248). Le pido a la comunidad que de ahora en adelante estén al pendiente de nuestra hermana lucía, si bien es cierto que ella se consagra al servicio de Dios, también es cierto que la Iglesia debe fortalecerla y velar por ella. Les pido que oren mucho por ella, que ella orará mucho por ustedes. Agradezco a las hermanas aquí presentes que son ya parte de este Ordo, pues su presencia es un signo visible de la comunión como esposas de Cristo, busquen cada día ayudarse mutuamente, animándose en sus tareas pastorales y sociales. De manera especial en la duda y en el desánimo, en la enfermedad y en la pobreza.

8. El ejemplo de los santos es para nosotros un estímulo a seguir el mismo camino, a experimentar la alegría de quien se fía de Dios, porque la única verdadera causa de tristeza e infelicidad para el hombre es vivir lejos de él.

9. Pidámosle a la Santísima Virgen María “Perla de las vírgenes” interceda siempre por esta Esposa de Cristo y que a nosotros nos siga mostrando el camino necesario para vivir el evangelio buscando la bienaventuranza futura. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro