Queridas peregrinas:
1. Con alegría les saludo a todas ustedes en el Señor Jesús, al encontrarnos reunidos en esta Basílica, después de haber peregrinado durante varios días, para honrar a la Santísima Virgen María de Guadalupe, Madre de Dios y Madre nuestra. Conscientes que al venerar su memoria y al postrarnos a sus pies, cada uno de nosotros reconocemos en nuestra vida su maternal protección y como Iglesia diocesana vemos en ella, el ejemplo de la mujer, que no dudó en ser la primera discípula misionera de su Hijo Jesús.
2. Esta mañana, al concluir con esta Santa Misa este camino de peregrinación, la liturgia de la Palabra que hemos escuchado nos ayuda a considerar la centralidad del reino de los cielos en la vida de cada creyente. Jesús, se vale de algunas imágenes y situaciones de la vida cotidiana; quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas… Nos muestra… al Dios que actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano. Con este tipo de discursos, el Señor, invita a reconocer ante todo la primacía de Dios Padre: donde no está él, nada puede ser bueno. Es una prioridad decisiva para todo. “Reino de los cielos” significa, precisamente, señorío de Dios, y esto quiere decir que su voluntad se debe asumir como el criterio-guía de nuestra existencia. El “cielo” no se debe entender sólo en el sentido de la altura que está encima de nosotros, pues ese espacio infinito posee también la forma de la interioridad del hombre. Jesús compara el reino de los cielos con tres imágenes: la del trigo y la cizaña; la del grano de mostaza; y la de la levadura en la masa.
3. Yo quisiera invitarles esta mañana a que reflexionemos en la primera imagen: la el trigo y la cizaña. Jesús compara el reino de los cielos con un campo de trigo para darnos a entender que dentro de nosotros se ha sembrado algo pequeño y escondido, que sin embargo tiene una fuerza vital que no puede suprimirse. A pesar de todos los obstáculos, la semilla se desarrollará y el fruto madurará. Este fruto sólo será bueno si se cultiva el terreno de la vida según la voluntad divina. Por eso, en la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30), Jesús nos advierte que, después de la siembra del dueño, “mientras todos dormían”, intervino “su enemigo”, que sembró la cizaña. Esto significa que tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del Bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces.
4. Queridas peregrinas, Dios ha sembrado en nosotros la buena semilla de su palabra, una semilla que esta llamada a dar mucho fruto, sin embargo, debemos ser conscientes que en medio de nuestro mundo y nuestra realidad, el enemigo ha sembrado el mal que también crece. Y en preciso que estemos tantos a distinguir esto. Hoy, somos testigos del proceso de secularización que tiende a reducir la fe y la Iglesia al ámbito de lo privado y de lo íntimo. Además, al negar de forma institucional en muchos sectores de la vida toda trascendencia, se ha producido una creciente deformación ética, un debilitamiento del sentido del pecado personal y social y un progresivo aumento del relativismo, que ocasionan una desorientación generalizada, especialmente en la etapa de la adolescencia y la juventud, tan vulnerable a los cambios. Hay quienes presentan la enseñanza del Evangelio como injusta, esto es, como opuesta a los derechos humanos básicos. Tales alegatos suelen provenir de una forma de relativismo moral que está unida, no sin inconsistencia, a una creencia en los derechos absolutos de los individuos. En este punto de vista se percibe a la Iglesia como si promoviera un prejuicio particular y como si interfiriera con la libertad individual. Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores (cf. EG, 64).
5. En este sentido, hermanas peregrinas, ustedes tienen en sus manos una noble tarea. La gran mayoría de ustedes, es madre de familia y por ende, tutela en gran medida la educación de los hijos. Hoy les invito a promover en el corazón y la vida de los propios hijos, la semilla de trigo, de manera que en la vida ordinaria las nuevas generaciones sean capaces de aprender a distinguir entre el bien y el mal, entre el trigo y la cizaña a fin de que sepan distinguir en su propia vida la voluntad de Dios. Solo bajo una mirada más atenta, se puede reconocer si en la propia vida actúa Dios o actúa satanás. La paciencia del Señor que permite actuar a su enemigo, nos recuerda la mansedumbre de Jesús que refleja la misericordia de Idos. Que hace salir el sol sobre buenos y malos, sobre injustos e injustos, porque espera que, no obstante todo, los malos e injustos se conviertan. “La tarea evangelizadora -como decía el Papa Francisco- supone mucha paciencia, mucha paciencia, cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. Y también sabe presentar el mensaje cristiano de manera serena y gradual, con olor a Evangelio como lo hacía el Señor. Sabe privilegiar en primer lugar lo más esencial y más necesario, es decir, la belleza del amor de Dios que nos habla en Cristo muerto y resucitado” (cf. Texto tomado del Video-mensaje enviado a los participantes del Congreso Internacional Guadalupano, 16 de noviembre de 2013). Como bautizadas no deben tener miedo ante el mal sembrado, tampoco deben esperar inactivas al final del mundo, pues de ustedes se espera que, como buena semilla, den fruto bueno. Si abrimos nuestra mente para comprender la Palabra de Dios y nuestro corazón para que crezca en terreno bueno, esa semilla del Reino dará innumerables frutos, aunque no siempre podamos verlos. Si la semilla de la Palabra de Dios penetra en nosotros, y ahí da frutos, cada uno se convierte también en semilla del Reino. El primer fruto es el de nuestra propia transformación, y el segundo es el que podemos producir en otras personas al ser misioneros de la Buena Nueva de Jesús.
6. Queridas hermanas, el libro de la Sabiduría, del que está tomada la primera lectura de hoy, subraya esta dimensión del Ser divino. Dice: “pues fuera de ti no hay otro Dios que cuide de todo… porque tu fuerza es el principio de la justicia y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos” (Sb 12, 13.16). Y el Salmo 85 lo confirma: “Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan” (v. 5). Por tanto, si somos hijos de un Padre tan grande y bueno, ¡tratemos de parecernos a él! Este era el objetivo que Jesús se proponía con su predicación. En efecto, decía a quienes lo escuchaban: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
7. Esta peregrinación, quiere seguir siendo un signo visible de fe, de esperanza, pero sobre todo del compromiso misionero y evangelizador en la vida ordinaria, pues es una “verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios” (EG, 122). Esta peregrinación quiere ser la oportunidad de ser conscientes que cada uno de nosotros los bautizados, somos “trigo de Dios”, sembrado en el campo del mundo, de la cultura y de la sociedad. Y por lo tanto, como tal, estamos llamados a crecer y dar fruto, para poder así alimentar el hambre de tantos hombres y mujeres. Sin embargo, que triste sería si en vez de ser “trigo bueno” fuéramos confundidos con la“cizaña mala”, la cual en vez de alimentar se torna toxica, envenenando así a quien la come. Por eso, queridas peregrinas, que la experiencia vivida durante estos días, se prolongue a lo largo del año y pueda así, cada una de ustedes, ser ese trigo bueno, que Jesús siembra en su familia, en su trabajo y en su sociedad.
8. Buen regreso a sus hogares. Buen regreso a su trabajo. Buen regreso a su familia. Lleven como María el mensaje de la Palabra de Dios, de manera que éste pueda germinar y dar fruto en la vida y en el corazón de aquellos a quienes ustedes les anuncien esta maravillosa experiencia.
9. Dirijámonos con confianza a María, a quien invocamos con la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, para que nos ayude a seguir fielmente a Jesús, y de este modo a vivir como trigo bueno en medio de un mundo donde muchas veces también crece la cizaña. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro