Queridos peregrinos:
1. Con el júbilo y la alegría de celebrar nuestra fe en este domingo les saludo a todos ustedes en esta tarde, al reunirnos en esta Basílica para agradecer a Dios la abundancia de sus beneficios y las bendiciones que a lo largo de todos estos días de peregrinación ha derramado en el corazón y la vida de muchos de nosotros. En efecto, esta visita a nuestra Señora de Guadalupe, significa para muchos de nosotros el punto de llegada y el punto de partida de una experiencia de fe que busca responder al compromiso cristiano en el seguimiento de Jesús, a través del amor y la devoción a la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Sin duda cada uno sabe muy bien lo que Dios ha realizado en el propio corazón, y las bendiciones que su Hijo nos ha obtenido por intercesión de la Santísima Virgen María de Guadalupe. Durante estos días hemos podido constatar cómo Dios, es un Dios cercano, que se deja encontrar, que camina con nosotros, y que nos llama a vivir y a celebrar nuestra fe. A lo largo de los días de peregrinación hemos podido meditar como la Eucaristía “debe ser el centro y la vida del peregrino”, pues sin duda que no podemos caminar con hambre bajo el sol.
2. Al concluir esta peregrinación con esta Santa Misa, quiero invitarles en esta tarde a reflexionar en la palabra de Dios que ha sido proclamada, especialmente en la lectura del Evangelio (Mt 13, 24-43) donde San Mateo nos presenta tres parábolas, con la intención de enseñarnos qué cosa es el Reino de los Cielos:
a) En primer lugar, Jesús compara el Reino de los cielos con un campo de trigo, para darnos a entender que dentro de nosotros se ha sembrado algo pequeño y escondido, que sin embargo tiene una fuerza vital que no puede suprimirse. A pesar de todos los obstáculos, la semilla se desarrollará y el fruto madurará. Este fruto sólo será bueno si se cultiva el terreno de la vida según la voluntad divina. Por eso, en la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30), Jesús nos advierte que, después de la siembra del dueño, “mientras todos dormían”, intervino “su enemigo”, que sembró la cizaña. Esto significa que tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del Bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces.
b) En la segunda parábola, Jesús compara el Reino de los cielos con la semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto, para darnos a entender que el Reino de Dios contiene un enorme potencial que se desarrolla tanto en sentido cuantitativo como cualitativo. En esto se muestra el poder efectivo de Dios que hace crecer su Reino de los cielos como un grano de mostaza que llega a ser un árbol en el que anidan las aves.
c) Finalmente, la tercera parábola acentúa la acción oculta de la levadura en la masa de harina. De nuevo el acento recae en el potencial que puede desarrollar algo tan pequeño como la levadura en una gran cantidad de harina. Es decir, como una fuerza oculta de transformación: el Reino de los Cielos tiene la misma la potencia enorme para transformar el mundo y las personas, aunque no siempre esto se haga de manifiesto.
3. Queridos hermanos peregrinos, el Reino de los cielos ya ha irrumpido y comienza precisamente en lo oculto a desplegar su fuerza. El Reino de los cielos ha empezado cuando Jesús ha dicho sí a la voluntad de Dios, y ha comunicado su palabra de verdad al corazón de los hombres, una palabra que busca encarnase en el ser y en la persona de cada hombre con la intención de que aprenda que el justo debe ser humano, y que está llamado a vivir como hijo de una dulce esperanza, dándole tiempo para que se arrepienta (Sab 12, 13. 16-19). El Reino de los cielos ha comenzado cuando a cada uno de nosotros por el bautismo se nos ha dado la dignidad de ser hijos en el Hijo y por lo tanto, llamados a testimoniar que Cristo hace nuevas todas las cosas. La explicación que Jesús hace de la parábola del trigo y la cizaña es muy iluminadora sobre todo cuando en el correr de la vida olvidamos que cada uno de nosotros los creyentes, somos la buena semilla y por lo tanto, estamos llamados germinar en los diferentes ámbitos de la vida en al cual nos desenvolvemos. La misión propia y específica de cada bautizado se realiza en el mundo, de tal modo que con el testimonio y la actividad se contribuya a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio (cf. DA, 210). Esta tarea, que proviene del bautismo, ha de desarrollarse mediante una vida cristiana cada vez más consciente, capaz de dar “razón de la esperanza que tenemos” (cf. 1 P 3,15).
4. Jesús, en el Evangelio, dice que “el campo es el mundo. La buena semilla son los ciudadanos del Reino” (Mt 13,38). Estas palabras valen particularmente para cada uno de ustedes queridos peregrinos, que viven su propia vocación a la santidad con una existencia según el Espíritu, y que se expresa particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas. El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, de realidad social y de la economía, como también el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los ‘mass media’, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento (DA, 210).
5. Hoy queridos hermanos, estamos llamados a fermentar los ambientes de la vida donde nos desvolvamos. Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades. No hay que olvidar que la ciudad es un ámbito multicultural. En las grandes urbes puede observarse un entramado en el que grupos de personas comparten las mismas formas de soñar la vida y similares imaginarios y se constituyen en nuevos sectores humanos, en territorios culturales, en ciudades invisibles. Variadas formas culturales conviven de hecho, pero ejercen muchas veces prácticas de segregación y de violencia (cf. EG, 74).
6. Hoy debemos estar atentos para saber distinguir muy bien el trigo de la cizaña, especialmente en lo valores que circundan la familia y la educación. La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. El ideal de la familia se ve como una meta inalcanzable y frustrante, en lugar de ser considerado como una indicación de un camino posible, a través del cual aprender a vivir la propia vocación y misión. Cuando los fieles perciben esta imposibilidad, la crisis en la pareja, en el matrimonio o en la familia se transforma con frecuencia y gradualmente en una crisis de fe. Ante esta realidad hemos de estar conscientes que “el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja” (cf. EG, 66). En nuestra condición de discípulos y misioneros de Jesucristo estamos llamados a trabajar para que esta situación sea transformada, y la familia asuma su ser y su misión en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia (cf. DA, 427).
7. Queridos hermanos, la peregrinación llega a su meta y cada uno de nosotros regresamos a nuestros lugares de origen, espero que esta experiencia de fe, sea realmente una oportunidad para iniciar una historia en la cual nuestra vida y nuestro compromiso evangelizador se vea fortalecido. Es tiempo de regresar con una conciencia de ser como la semilla de mostaza, que germina, crece y logra ser un lugar donde los pájaros hacen sus nidos. Es tiempo de ser fermento en la masa y de esta manera, el ejemplo de nuestra vida sirva de alimento para la sociedad.
8. Que la Santísima Virgen María de Guadalupe, a quien reconocemos como Madre y Reina, sea nuestro modelo, para poder irradiar el mensaje del Evangelio, ahí donde la Palabra no es bien aceptada o donde el estilo de vivir como cristianos causa incomodidad. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro