Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Comenzamos hoy en la Iglesia universal este santo tiempo de la Cuaresma, con el único objetivo de prepararnos para la celebración anual de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. La comunidad de los que creemos en Dios, queremos reconocer que es mediante este itinerario cuaresmal, la mejor manera de prepararnos para combatir contra las tentaciones y vencer el pecado y así, resucitar juntamente con Cristo en la Pascua eterna. En efecto, desde siempre, la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo: en este Sacramento se realiza el gran misterio por el cual el hombre muere al pecado, participa de la vida nueva en Jesucristo Resucitado y recibe el mismo espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 8, 11). Este don gratuito debe ser reavivado en cada uno de nosotros y la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al catecumenado, que para los cristianos de la Iglesia antigua, así como para los catecúmenos de hoy, es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana, y donde nosotros los bautizados redescubramos realmente el Bautismo como un acto decisivo para toda su existencia. Hoy, como Iglesia, con el gesto de la ceniza y del ayuno, queremos asumir el compromiso de orientar nuestro corazón hacia el horizonte de la Gracia.
2. Al iniciar ese itinerario me surge una pregunta: “¿qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios?” Al escuchar los textos de la Palabra de Dios en esta mañana, quisiera señalar algunos puntos que nos ayuden para la mejor vivencia de nuestro itinerario cuaresmal.
3. En primer lugar escuchamos al profeta Joel que nos dice: “Todavía es tiempo. Conviértanse a mí de todo corazón, con ayunos, lagrimas, y llanto.; enluten su corazón y no sus vestidos” (Jl 2, 12). Con estas palabras Dios invita al pueblo judío a un arrepentimiento sincero, no ficticio. No se trata de una conversión superficial y transitoria, sino de un itinerario espiritual que concierne en profundidad a las actitudes de la conciencia, y supone un sincero propósito de enmienda. El profeta, con el fin de invitar a una penitencia interior, a rasgar el corazón, no las vestiduras (cf. 2, 13), se inspira en la plaga de la invasión de langostas que asoló al pueblo destruyendo los cultivos. Se trata, por tanto, de poner en práctica una actitud de auténtica conversión a Dios —volver a él—, reconociendo su santidad, su poder, su grandeza. Esta conversión es posible porque Dios es rico en misericordia y grande en el amor. Su misericordia es una misericordia regeneradora, que crea en nosotros un corazón puro, renueva por dentro con espíritu firme, devolviéndonos la alegría de la salvación (cf. Sal 50, 14). Como dice el profeta, Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 33, 11). El profeta Joel ordena, en nombre del Señor, que se cree un ambiente penitencial propicio: es necesario tocar la trompeta, convocar la asamblea, despertar las conciencias. El período cuaresmal nos propone este ámbito litúrgico y penitencial: un camino de cuarenta días en el que podamos experimentar de manera eficaz el amor misericordioso de Dios. Hoy resuena para nosotros la llamada: “Conviértanse a mí de todo corazón”. Hoy somos nosotros quienes recibimos la llamada a convertir nuestro corazón a Dios, siempre conscientes de que no podemos realizar nuestra conversión sólo con nuestras fuerzas, porque es Dios quien nos convierte. Él nos sigue ofreciendo su perdón, invitándonos a volver a él para darnos un corazón nuevo, purificado del mal que lo oprime, para hacernos partícipes de su gozo. Nuestro mundo necesita ser convertido por Dios, necesita su perdón, su amor; necesita un corazón nuevo. Aprovechemos esta oportunidad que Dios nos da, “todavía es tiempo”. Ayer el Papa Francisco en su twitter nos decía: “Todos nos equivocamos en la vida. Reconozcamos nuestros errores y pidamos perdón”. Aquí inicia la conversión.
4. Quisiera que en estos cuarenta días de oración, ayuno y penitencia, pensemos en que esta es la oportunidad que Dios nos da; no dejemos que sea esta la oportunidad de ponernos en paz con él, con los hermanos y con la creación. el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el Misterio de la cruz, es “hacerme semejante a él en su muerte” (Flp 3, 10), para llevar a cabo una conversión profunda de nuestra vida: dejarnos transformar por la acción del Espíritu Santo; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestro egoísmo, superando el instinto de dominio sobre los demás y abriéndonos a la caridad de Cristo. El período cuaresmal es el momento favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con decisión hacia Cristo.
5. Otro de las grandes enseñanzas de la Palabra de Dios en esta mañana es cuando escuchamos al Apóstol San Pablo que nos dice: “Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo les exhortara por medio de nosotros que se dejen reconciliar con Dios” (2 Cor 5, 20). “La llamada de Cristo a la conversión —nos dice el Catecismo de la Iglesia católica— sigue resonando en la vida de los cristianos. (…) Es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que “recibe en su propio seno a los pecadores” y que, “santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación”. Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del “corazón contrito” (Sal 51, 19), atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero” (n. 1428). San Pablo habla a los cristianos de Corinto, pero a través de ellos quiere dirigirse a todos los hombres. En efecto, todos tienen necesidad de la gracia de Dios, que ilumine la mente y el corazón. El Apóstol nos apremia: “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación” (2 Co 6, 2). Todos pueden abrirse a la acción de Dios, a su amor; con nuestro testimonio evangélico, los cristianos debemos ser un mensaje viviente, más aún, en muchas ocasiones somos el único Evangelio que los hombres de hoy todavía leen. He aquí nuestra responsabilidad siguiendo las huellas de san Pablo; he aquí un motivo más para vivir bien la Cuaresma: dar testimonio de fe vivida en un mundo en dificultad, que necesita volver a Dios, que necesita convertirse.
6. En este sentido son alentadoras las palabras del Papa Francisco que en el mensaje para esta cuaresma nos ha enviado, donde afirma: “El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza!” (cf. Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2014). Debemos creer que efectivamente Dios a cada uno de nosotros nos invita a colaborar con él en la obra de la redención, siendo promotores del evangelio de la misericordia; es por nuestro medio que se hace presente en medio de su comunidad, de manera especial en los que viven más alejados. ―Añade el Papa― “Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana” (cf. Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2014).
7. No dejemos que se nos pase la oportunidad para convertirnos, sobretodo dejando aquellos pesos y cargas que nos aquejan o que por la costumbre traemos cargando. Dejemos que Cristo nos liebre y nos haga personas libres que experimentemos la vida de Dios en nosotros.
8. Queridos hermanos y hermanas, comencemos confiados y gozosos el itinerario cuaresmal. Cuarenta días nos separan de la Pascua; este tiempo fuerte del Año litúrgico es un tiempo favorable que se nos ofrece para esperar, con mayor empeño, en nuestra conversión, para intensificar la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la penitencia, abriendo el corazón a la acogida dócil de la voluntad divina, para practicar con más generosidad la mortificación, gracias a la cual podamos salir con mayor liberalidad en ayuda del prójimo necesitado: un itinerario espiritual que nos prepara a revivir el Misterio pascual.
9. Que los ayunos y a penitencia se van reflejados en nuestro compromiso con la caridad y con el bien común, de manera especial con aquellos que sufren a nuestro alrededor. Que santa María, la Virgen fiel, nos enseñe a permanecer en el camino de la cruz y podamos así, contemplar a su Hijo que quiere amarnos hasta el extremo. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro