Excmos. Sres. Obispos, estimados hermanos Sacerdotes y Diáconos, queridos Seminaristas, apreciados miembros de la Vida Consagrada, queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. La feliz ocasión de celebrar el 149° Aniversario de la fundación de este Seminario, nos congrega en torno a la mesa de la Eucaristía donde Cristo, Sacerdote del Eterno, se sigue ofreciendo a cada uno de nosotros como alimento, para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Hoy, nuestra comunidad diocesana se llena de júbilo al iniciar con esta Santa Misa, el año jubilar que nos preparará para la celebración gozosa del sesquicentenario de la fundación de esta Institución, que “es y debe ser ―como enseña el Papa Pío XI― como la pupila de nuestros ojos; es y debe ser el objeto principal de nuestros cuidados” (cf. Enc. Ad catholici sacerdotii, 50). Sencillamente porque es aquí, en este lugar, donde Jesús llama a sus discípulos para que estén con él, mediante una experiencia profunda de fe, y en una constante escucha de su Palabra.
2. Este aniversario visto desde la perspectiva de la fe, es un tiempo de gracia que Dios en su providencia nos regala, para reconocer y agradecer la multiforme gracia que se ha manifestado en el corazón de tantas generaciones de niños y jóvenes; donde muchos han iniciado un camino a la santidad y donde muchos han fortalecido su llamada y su elección, mediante un proceso de discernimiento y el acompañamiento vocacional, dando una respuesta generosa a la llamada divina, en la vida sacerdotal. Este tiempo de gracia busca fortalecer la identidad y el compromiso que la Iglesia tiene de seguir formando el corazón de los jóvenes, en corazones sacerdotales y así, seguir respondiendo con ahínco en la misión de Jesús, de llevar el evangelio hasta los últimos rincones de la tierra (cf. Mt 28, 18-20); pues sin duda que el Seminario desempeña un papel fundamental, al ofrecer a la vida de la Iglesia, los pastores que nos han de guiar y continuar con esta tarea. Por eso, el Seminario, es y debe ser “una inversión evangelizadora muy valiosa para el futuro, porque garantiza, mediante un trabajo paciente y generoso, que las comunidades cristianas no queden privadas de pastores de almas, de maestros de fe, de guías celosos y de testigos de la caridad de Cristo”. (cf. Benedicto XVI, Discurso durante el encuentro con los sacerdotes, diáconos y seminaristas de Santa María de Leuca y Brindisi, 15 de junio de 2008). El desafío actual, prioritariamente, es que el Seminario, sea realmente un tiempo de búsqueda constante de una relación personal con Jesús, de una experiencia íntima de su amor, fruto de un don gratuito, a través de la oración y la meditación de las Sagradas Escrituras. Tiempo destinado a la formación y al discernimiento. Un tiempo, también, de maduración en la conciencia del joven, de manera que ya no vea la Iglesia desde fuera, sino que la sienta en su interior, como su casa, porque es casa de Cristo, donde habita María, su Madre. Y, finalmente, debe ser un tiempo de preparación para la misión.
3. La liturgia de la Palabra que hemos escuchado, nos enseña que Dios a lo largo de la historia de la salvación, ha querido darnos a conocer su Palabra y para ello, se ha valido de personajes muy específicos. En el caso de Samuel, es Elí, sacerdote del templo de Silo (cf. 1 Sam 3, 1-10). Una noche Samuel, que era todavía un muchacho y desde niño vivía al servicio del templo, tres veces seguidas se sintió llamado durante el sueño, y corrió adonde estaba Elí. Pero no era él quien lo llamaba. A la tercera vez Elí comprendió y le dijo a Samuel: “Si te llama de nuevo, responde: Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3, 9). Así fue, y desde entonces Samuel aprendió a reconocer las palabras de Dios y se convirtió en su profeta fiel. María, por su parte, es el ícono perfecto de quien sabe escuchar la voz de Dios en el silencio de la oración y a partir de esta experiencia, asume el proyecto de salvación de manera personal. El evangelio que escuchamos nos lo señala cuando Jesús dice: “mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y al cumplen” (cf. Lc 8, 21). En este sentido, Jesús muestra la verdadera grandeza de María, abriendo así también para todos nosotros la posibilidad de esa bienaventuranza que nace de la Palabra acogida y puesta en práctica. Por eso, es importante recordar que nuestra relación personal y comunitaria con Dios depende del aumento de nuestra familiaridad con la Palabra divina (cf. Verbum Domini, 124). De aquí se desprende una de las grandes exigencias que han de distinguir la vida y la formación del Seminario de Querétaro. Una formación que se centre en presentar las herramientas para que los niños y los jóvenes puedan escuchar la voz de Dios y así, puedan responder generosamente en su proyecto de vida. Solamente así haremos de este Seminario, un Seminario misionero. Pues la llamada implica el anuncio. Los primeros cristianos experimentaron en sus vidas que «la misión es inseparable del discipulado» (cf. DA, 278). Jesucristo llamó a los que Él quiso para que estuvieran con Él y para enviarlos. Samuel, María y los Apóstoles, no podían ser discípulos, sin ser al mismo tiempo misioneros. La fuerza de la misión brota del encuentro con Cristo, de la sobreabundancia de la gracia que recibimos por Él y junto a Él. “El discípulo, a medida que conoce y ama a su Señor, experimenta la necesidad de compartir con otros su alegría de ser enviado, de ir al mundo a anunciar a Jesucristo, muerto y resucitado, a hacer realidad el amor y el servicio en la persona de los más necesitados, en una palabra, a construir el Reino de Dios” (cf. DA 144s).
4. En este sentido toda la formación que aquí se imparta debe estar orientada a formar buenos pastores que comuniquen la Vida Plena de Jesucristo a nuestros pueblos, como quiere Aparecida: “El Pueblo de Dios siente la necesidad de presbíteros-discípulos: que tengan una profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Eucaristía y de la oración; de presbíteros-misioneros; movidos por la caridad pastoral: que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiados y a buscar a los más alejados predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, los presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos; de presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y promotores de la cultura de la solidaridad. También de presbíteros llenos de misericordia, disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación” (cf. DA 199). Queridos seminaristas, “Prepárense, por consiguiente, para el ministerio de la palabra: que entiendan cada vez mejor la palabra revelada de Dios, que la posean con la meditación y la expresen en su lenguaje y sus costumbres” (cf. Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam Totius, 4). Por el contrario, estarán traicionando la llamada a la que Jesús les ha invitado.
5. La segunda lectura de los hechos de los Apóstoles que hemos escuchado nos presenta la comunidad de los discípulos presidida por María en una actitud orante (cf. Hch 1, 6-14), lo cual nos ayuda a ver con claridad la genuina identidad de la solidez en la formación, pues, sin duda que es de cara al misterio de Cristo, que se logra forjar la identidad de la comunidad de discípulos misioneros. Nuestro pueblo fiel desea “pastores de pueblo” y no “clérigos de estado”, (cf. Card. J. M. Bergoglio, El mensaje de Aparecida a los presbíteros, Brochero, 11/09/2008, 18 y 19). Para poder ser buenos pastores y maestros, que comuniquen vida, se requiere desde el comienzo de la formación una sólida espiritualidad de comunión con Cristo Pastor y docilidad a la acción del Espíritu. Un espacio privilegiado, escuela y casa para la formación de discípulos – misioneros, lo constituyen sin duda el seminario. El tiempo de la primera formación deberá ser una etapa donde los futuros presbíteros compartan la vida a ejemplo de la comunidad apostólica en torno a Cristo Resucitado, preparándose así para vivir una sólida espiritualidad de comunión con Cristo Pastor y docilidad a la acción del Espíritu, convirtiéndose en signo personal y atractivo de Cristo en el mundo, según el camino de santidad propio del ministerio sacerdotal (cf. DA, 316).
6. Durante los próximos años queremos que la verdad de haber sido llamados por nuestro propio nombre al seguimiento de Cristo como discípulos suyos, penetre hondamente en nuestro espíritu y sobrecoja nuestro corazón. Así le pedimos a Dios la gracia de acercarnos a los relatos del Evangelio para aprender de qué manera Jesús educó a los suyos —y nos educa a nosotros— para que se asemejaran a Él, su Maestro y Pastor. Este llamado que selló nuestra vida en el bautismo y que después fue confirmado sacramentalmente, apela a nuestra fidelidad al Señor y a su Evangelio. Que todos reconozcan que somos discípulos de Cristo ya sea en la vida personal y familiar, en nuestros compromisos comunitarios, en nuestro testimonio de consagrados, en la construcción de la sociedad, según el lugar y la responsabilidad que Dios nos haya confiado. Como sacerdotes y como laicos, como jóvenes y como adultos, como seminario, queremos intervenir en la historia colaborando con Dios como discípulos de Jesucristo.
7. Finalmente, a la luz de esta celebración, quiero subrayar el papel decisivo que los papás, la familia y los sacerdotes desempeñamos en el camino de la fe y, en particular, en la respuesta a la vocación al servicio de Dios en la vida sacerdotal. La fe cristiana, por sí misma, supone ya el anuncio y el testimonio: es decir, consiste en la adhesión a la buena nueva de que Jesús de Nazaret murió y resucitó, y de que es Dios. La llamada a seguir a Jesús más de cerca, renunciando a formar una familia propia para dedicarse a la gran familia de la Iglesia, pasa normalmente por el testimonio y la propuesta de un «hermano mayor», que por lo general es un sacerdote. Esto sin olvidar el papel fundamental de los padres, que con su fe auténtica y gozosa, y su amor conyugal, muestran a sus hijos que es hermoso y posible construir toda la vida en el amor de Dios. Es en la familia donde Dios siembra la semilla de la vacación, la cual, después de madurar y de dar sus primeros signos de vida, la comunidad del seminario recibe, cultiva y hace florecer. Considero que esta celebración jubilar es una extraordinaria oportunidad para fortalecer una Pastoral Vocacional en la Diócesis de Querétaro que nos ayude a fortalecer la propia vocación y a despertar en el corazón de las jóvenes generaciones, el deseo por seguir al Señor más de cerca.
8. Pongamos este año jubilar, bajo el patrocinio de santa María de Guadalupe, de manera que inspirados en su propio canto, podamos cantar las maravillas que ha hecho el Señor, en medio de nosotros, a lo largo de estos 149 años de vida del Seminario de Querétaro. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro