Queridos hermanos y hermanas:
1. Con gran alegría en el Señor les saludo a cada uno de ustedes, miembros del Movimiento eclesial ʽFamilia Educadora en la Feʼ al reunirnos en esta santa misa para agradecer a Dios la abundancia de sus bendiciones, a lo largo de estos 50 años de vida eclesial. Saludo muy especialmente a los sacerdotes asistentes, a los presidentes de las diferentes regiones que integran la República Mexicana y a quienes con amor a la Iglesia se comprometen por hacer vida el evangelio de la familia en el corazón de las comunidades cristianas. Esta celebración, llena de júbilo, representa para la Iglesia un signo de esperanza, pues sin duda que se enmarca providencialmente en el año de la fe, que nos invita a recuperar el sentido de nuestra fe.
2. La celebración jubilar que durante estos meses han vivido sin duda que les ha llevado a reflexionar y a vigorizar el carisma del movimiento; es necesario que con una actitud madura se asuman los desafíos a los cuales nos enfrentamos cada día, particularmente la secularización, la globalización y la falta de fe. Familia Educadora en la Fe deberá seguir siendo en la sociedad y en el mundo, una oportunidad para que muchos puedan encontrarse con Jesucristo vivo, el fundamento esencial de nuestra fe y de nuestra esperanza (1 Cor 15, 12-23) y puedan así iluminar su vida, darle sentido y vivir con un corazón alegre. “Hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (cf. Porta fidei, 7).
3. La palabra de Dios que hemos escuchado en esta tarde nos da las pautas para emprender con mayor vigor la noble tarea de la Nueva Evangelización. Jesús antes de subir al cielo, después de haber consumado la obra de salvación, nos da instrucciones precisas en la manera de cómo hemos de hacer presente el Reino de Dios entre las gentes. Dice Jesús a los once: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda creatura” (Jn 16, 15). Esta orden dada a los once, es también dada a cada uno de nosotros. “Evangelizar constituye un imperativo, la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la misa” (Pablo VI, Exhort. Apsot. Evangelii Nuntiandi 13-14).
4. Queridos hermanos y hermanas, la Iglesia permanece en el mundo, para continuar la misión evangelizadora de Jesús, sabiendo perfectamente que obrando así sigue participando de la condición divina porque, movida por el Espíritu Santo a anunciar el evangelio en el mundo, revive en ella misma la presencia de Cristo resucitado que la pone en comunión con Dios Padre. La evangelización consiste en el ofrecimiento del evangelio que transfigura al hombre, a su mundo y a su historia. La Iglesia evangeliza cuando, gracias a la fuerza del evangelio que anuncia, hace renacer cada persona a través de la experiencia de la muerte y de la resurrección de Jesús (Rm 6, 4) impregnándola de la novedad del bautismo y de la vida según el evangelio, de la relación del Hijo con su Padre para sentir la fuerza del Espíritu. En pocas palabras, evangelizar: es transmitir la fe en Jesucristo. Esta es la experiencia de la novedad del evangelio que transforma a cada hombre. Cristo Resucitado debe ser el contenido de nuestra predicación, de nuestro testimonio y de nuestra formación. Cuando en un movimiento el mensaje del evangelio no es su fundamento y su plataforma, éste se desvirtúa y pierde su razón de ser.
5. Es necesario que cada uno de nosotros asumamos este imperativo de manera personal y de manera eclesial; que el movimiento Familia Educadora en la Fe, lo asuma en la médula de su naturaleza, la cual implica a cada miembro, a cada familia, a cada comunidad. Permitiendo convertir a cada uno en discípulo misionero. “Necesitamos desarrollar la dimensión misionera de la vida en Cristo. Necesitamos una fuerte conmoción que nos impida instalarnos en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres. Necesitamos que el Movimiento Familia Educadora en la Fe se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso se volverá imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonio de unidad “para que el mundo crea” (Jn 17, 21)” (cf. DA 362).
6. La familia, que es el especio eclesial en el que ustedes están llamados a evangelizar y con quienes se han comprometido como Movimiento, atraviesa fuertes conmociones existenciales, fruto del relativismo moral, de la pobreza, de la inseguridad, pero sobre todo por la falta de Dios. Somos conscientes que los esfuerzos que se están haciendo en favor de ella son innumerables, lo cual no tiene que llevarnos al conformismo; al contrario, es necesario asumir un compromiso más sólido y más personalizado. El papa Francisco en la encíclica que recientemente nos ha regalado sobre la fe nos ha dicho: “El primer ámbito que la fe ilumina en la ciudad de los hombres es la familia (Francisco, Carta encíclica sobre la fe Lumen fidei, 52). De ella recibimos la vida, la primera experiencia del amor y de la fe. El gran tesoro de la educación de los hijos en la fe consiste en la experiencia de una vida familiar que recibe la fe, la conserva, la celebra, la transmite y testimonia. Los padres deben tomar nueva conciencia de su gozosa e irrenunciable responsabilidad en la formación integral de sus hijos (DA, 118). Por el contrario, como hemos dicho los obispos en Aparecida: “O educamos en la fe, poniendo realmente en contacto con Jesucristo e invitando a su seguimiento, o no cumpliremos nuestra misión evangelizadora” (DA 287).
7. “En la familia, la fe está presente en todas las etapas de la vida, comenzando por la infancia: los niños aprenden a fiarse del amor de sus padres. Por eso, es importante que los padres cultiven prácticas comunes de fe en la familia, que acompañen el crecimiento en la fe de los hijos. Sobre todo los jóvenes, que atraviesan una edad tan compleja, rica e importante para la fe, deben sentir la cercanía y la atención de la familia y de la comunidad eclesial en su camino de crecimiento en la fe. Los jóvenes aspiran a una vida grande. El encuentro con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas nuestras debilidades” (cf. Francisco, Carta encíclica sobre la fe Lumen fidei, 53).
8. Queridos hermanos y hermanas, el horizonte de esta nueva etapa que como Movimiento inician, les ayude a vivir una experiencia de conversión constante y puedan así recomenzar desde Cristo en sus diferentes apostolados. La intuición de Mons. Francisco Ma. Aguilera y de la Sra. Tere Laborde Cansino de Senties, seguirá siendo una realidad que embellezca a la Iglesia, en la medida que cada uno de ustedes —pastores y laicos— se abran a las mociones del Espíritu.
9. Pidámosle a la Sagrada Familia de Nazaret Jesús, José y María que cada familia sea un verdadero santuario del amor y de la vida, donde se conozca a Jesucristo vivo y resucitado. Y que el carácter luminoso propio de la fe ilumine toda la existencia del hombre contemporáneo. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro