Homilía en la Misa por el 278° Aniversario de la Entrada Solemne Virgen de El Pueblito

Homilía en la Santa Misa de Acción de Gracias por el 278° Aniversario de la
Entrada Solemne al Santuario de Nuestra Señora de El Pueblito.
Santuario de Nuestra Señora del El Pueblito, Corregidora, 2 de marzo de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica
Estimados hermanos Franciscanos,
queridos miembros de la Vida Consagrada,
hermanos y hermanas que integran las diferentes Asociaciones y Cofradías de la Santísima Virgen de El Pueblito,
hrmanos y hermanas todos en el Señor:

 

1. Con alegría les saludo a cada uno de ustedes en esta tarde en la cual nos reunimos para celebrar los 278 años de la entrada solemne de la Imagen de la Santísima Virgen de El Pueblito a este su Santuario, y donde desde entonces nos acoge y recibe como Madre providente y llena de gracia. Esta fiesta cobra sentido, al verles a cada uno de ustedes que peregrinan a hasta este lugar, movidos por la fe y el amor a Dios y a su santísima Madre. Este Santuario es un testimonio concreto y tangible del suceso más grande de nuestra historia: la Encarnación; el Verbo se ha hecho carne, y María, la sierva del Señor, es el canal privilegiado a través del cual Dios ha venido a habitar entre nosotros (cf. Jn 1,14). María, la llena de gracia, ha ofrecido la propia carne, se ha puesto totalmente a disposición de la voluntad divina, convirtiéndose en “lugar” de su presencia, “lugar” en el que habita el Hijo de Dios. Este Santuario, por todo esto, es imagen de la Iglesia que asentada sobre la historia humana, recibe a sus hijos para alimentarlos con el pan de la Palabra y con los Sacramentos, para acompañarlos en el camino de la fe y conducirlos hacia la mansión celeste.

2.  Hoy, considero que este santuario mariano, puede seguir colaborando con el impulso evangelizador en la tarea de la Nueva Evangelización. En la crisis actual, que afecta no sólo a la economía sino a varios sectores de la sociedad, la Virgen María, al mostrarnos el fruto bendito de su vientre, Jesús, nos dice lo importante que es el hombre para Dios y Dios para el hombre. Sin Dios, el hombre termina por hacer prevalecer su propio egoísmo sobre la solidaridad y el amor, las cosas materiales sobre los valores, el tener sobre el ser. Es necesario volver a Dios para que el hombre vuelva a ser hombre. Con Dios no desaparece el horizonte de la esperanza incluso en los momentos difíciles, de crisis: la Encarnación nos dice que nunca estamos solos, Dios ha entrado en nuestra humanidad y nos acompaña.

3. Al escuchar lo textos de la Sagrada Escritura en el contexto litúrgico de este domingo y de esta fiesta, surge en nosotros una grande confianza en la Palabra de Dios, pues la Buena Nueva de este día, nos manifiesta “la fidelidad de Dios para con sus creaturas” (Is 49, 14-15; Sal 61; 1Cor 4, 1-5; Mt 6, 24-34). Jesús, valiéndose de algunas realidades existenciales muy humanas como lo es el alimento y el vestido, nos muestra el rostro providente del Padre. Y nos exhorta a no preocuparnos por qué cosa es lo que comeremos o qué cosa es lo que habremos de vestir. Jesús, con estos ejemplos no nos está diciendo que nos quedemos con los brazos cruzados y por ende dejemos de trabajar. Mucho menos nos invita a llevar una vida inconsistente. Más bien, nos lleva a que pensemos en la relación y la importancia que tenemos y damos a estas realidades, sin olvidarnos de la primacía de la gracia. Jesús, para enseñarnos que Dios cuida totalmente a quienes se confían en él, se vale del ejemplo de las aves del cielo, que ni siembran y que ni cosechan y sin embargo, se alimentan (v. 26);  y de las flores del campo, que ni hilan,  ni  tejen y sin embargo, ni Salomón con toda su gloria se vistió como una de ellas (v. 29). Dios se ocupa incluso de las cosas prontamente perecederas, como la hierba, de modo que hasta la proverbial riqueza de Salomón, no es nada en comparación con las flores del campo: si Dios no descuida nada, ¡cuánto más se ocupará de los seres humanos, del varón y de la mujer que ha creado a su imagen! La preocupación por lo perecedero es característica de la fe débil. Jesús ya enseñó anteriormente a los creyentes que Dios, como Padre, conoce de antemano las necesidades de los hombres y por eso, podemos dirigirnos al Padre para pedirle nuestro pan cotidiano y vivir con plena confianza en Dios que se ocupa de nosotros.

4. Queridos hermanos y hermanas, de entre las cosas que valoro y aprecio de la cultura de este pueblo, es la plena confianza que ponen en Dios, en su providencia, es decir, la certeza que la vida del hombre está en sus manos. Hoy, creo que como cultura y como sociedad, debemos promover y cultivar este valor, inculcar a nuestros hijos a que aprendan a confiar en la providencia de Dios, a estar convencidos que su mano es quien lleva nuestra vida. Desafortunadamente la globalización nos hace pensar que lo que podemos ser o tener, es aquello que tanto cuanto podemos construir o adquirir por nuestras propias fuerzas. Dios tiene cuidado de todo y, especialmente, de sus hijos, pero su providencia no es providencialismo fácil. Es decir, no debemos esperarlo todo de Dios, como si todo dependiera sólo de Él. Debemos orar, sí, como si todo dependiera de Él. Pero, a la vez, debemos esforzarnos y trabajar, como si todo dependiera exclusivamente de nosotros. La providencia de Dios no anula nuestra libertad, sino que la enaltece. A este respecto, decía muy bien san Agustín: “Él que te creó sin ti, no te salvará sin ti” (cf. Sermo 169,11, 13).  Dios no te dará la salvación sin tu colaboración y sin tu voluntad de ser salvado. Él quiere que seas libre en aceptar o rechazar su amor.

5. El plan fundamental de la providencia de Dios es la salvación de todos los hombres (cf. 1 Tim 2, 1-4). Por consiguiente, nosotros debemos ser sus colaboradores en esta gran tarea. Dios nos guiará en cada momento a través de nuestra conciencia, a través de las normas de la Iglesia y de las leyes civiles (que sean buenas). Quizás se sirva de los consejos de nuestros padres, maestros o superiores y, en este caso, el obedecer es seguir la voluntad de Dios y cumplir nuestra misión. Dios se vale de cada uno de nosotros en el ejercicio de su providencia, Tú y yo, estamos llamados ser un instrumento de la providencia de Dios para los demás. ¿Qué puedes hacer por ello? Puedes dar algo de lo que te sobre o de lo que no te es imprescindible. Pero hazlo por amor. La madre Teresa de Calcuta contando sus anécdotas narra: “Hace ya tiempo iba caminando por las calles de Calcuta y se me acercó un mendigo y me dijo: “Madre Teresa, todo el mundo le da a usted. Yo también quiero darle algo”. Lo miré fijamente y dije: “Muy bien”. Entonces, él añadió: “Durante todo el día solamente he recibido veinte rupias” (aproximadamente 25 centavos de dólar), una insignificancia, pero para él significaba mucho. Tomé el dinero y les puedo decir que nunca he visto alegría tan grande como la de aquel mendigo. Todo su rostro aparecía radiante de alegría, porque también él había podido dar algo a la Madre Teresa” (cf. P. Ángel Peña O.A.R., La Providencia de Dios, Instrumentos de la providencia, 11).

 6. Queridos hermanos, en la segunda lectura, escuchamos que el Apóstol San Pablo nos decía: “Procuren que todos nos consideren servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor 4, 1), es decir, cada uno de nosotros estamos llamados a ser “sacramento de la providencia de Dios”, de manera que a través de nosotros mismos Dios pueda hacer mucho en medio de su pueblo y de su comunidad.  “Cada cristiano y cada comunidad ―dice el Papa Francisco― están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo” (Exhot Apost. Evangelii Gaudium, 187). Es necesario que como buenos administradores de la gracia que recibimos en el bautismo cada uno de nosotros seamos fieles a esto que Dios quiere.

7. Hoy, es necesario purificar el concepto de solidaridad, pues desafortunadamente se ha malentendido, e incluso se ha llevado a interpretarse en muchos sectores como un concepto político e ideológico, olvidando que éste hunde sus raíces en el evangelio y en el mensaje cristiano. El Papa Francisco señala que “La solidaridad es una reacción espontánea de quien reconoce la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde.  ―además señala― Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan corruptas, pesadas e ineficaces”, (cf. Exhot Apost. Evangelii Gaudium,  189).

8. En este sentido la Santísima Virgen María es modelo para nosotros, pues con su “sí definitivo” al proyecto de Dios, fue providente con la antigua creación y con el género humano. Gracias a que ella aceptó ser la madre de Dios,  nosotros tenemos, para nuestro diario vivir, la gracia que nos santifica, alimenta y salva. A mí me fascina ver esta imagen bendita, pues erguida en su trono real, nos presenta a su Hijo bendito, “Providencia de Dios y Salvación nuestra”.

9. Pidámosle a Ella que nos enseñe a confiar en la providencia de Dios y que de Ella, aprendamos a ser en verdad, en medio de nuestra comunidad, instrumentos de la providencia divina. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro