hermanos y hermanas todos:
1. Con alegría les recibo y me uno a cada uno de ustedes en esta celebración, mediante la cual queremos formalmente dar inicio a los proyectos y trabajos que pretender establecer la Universidad Vasco de Quiroga en esta ciudad. Les saludo en el Señor, a los sacerdotes que nos acompañan y a quienes integran la mesa directiva, de modo muy especial saludo a su presidente el Dr. Gerardo Mosqueda Martínez, y al Lic. Raúl Martínez Rubio, Rector de la universidad. A todos ustedes y a sus familias les saludo con afecto.
2. Es motivo de alegría el hecho que una nueva universidad católica tenga la intención de establecer un plantel en esta ciudad; con ello, estamos haciendo efectivo el deseo de la Iglesia, expresado en la constitución sobre la educación Gravissimum educationis, del Concilio Vaticano II, mediante el cual se nos exhorta a investigar más a fondo los diferentes campos de las ciencias, para llegar a un conocimiento cada vez más profundo de la Revelación, descubrir más plenamente el patrimonio de la sabiduría cristiana, favorecer el diálogo ecuménico e interreligioso, y responder a los problemas suscitados en ámbito cultural (cf. 11). En el mismo documento conciliar se recomienda promover las universidades católicas, distribuyéndolas en las distintas regiones del mundo y, sobre todo, cuidando su nivel de calidad para formar personas que destaquen por el saber, preparadas para ser testigos de su fe en el mundo y para desempeñar cargos de responsabilidad en la sociedad (cf. 10). Realidad que se pretende asumir con esta valiosa iniciativa. Esperamos que todo marche bien con la bendición de Dios.
3. La liturgia de la Palabra de este día, nos ofrece en la primera lectura, el inicio de la lectura de la carta del Apóstol San Pablo a Timoteo (1, 1-2.12-14). Es una de las cartas que pertenece al grupo de las llamadas “cartas pastorales”, en ellas el Apóstol escribe con la intención de hacer frente a los problemas de la Iglesia y a la defensa de la tradición recibida. Pablo presta una atención particular a la amenaza de las falsas doctrinas, por ello, sobre la base de su experiencia y recordando lo que había sido, reafirma que todo procede de Cristo, que todo es don, todo es gracia, todo es misericordia. También los es su diaconía, su servicio, su ministerio. Sabe que puede hablar de salvación y de misericordia porque las ha experimentado primero en su propia persona. De ahí el sentido del don y de la acción de gracias con que introduce su discurso.
4. Al escuchar estas palabras nos sentimos alentados y llenos de confianza en Dios, pues al querer iniciar con este proyecto educativo, creemos que de esta manera contribuimos para que los alumnos y los estudiantes reciban las herramientas necesarias en primer lugar para que aprendan a vivir y segundo, para que fortalezcan y defiendan su fe y sus tradiciones. Este deberá ser el objetivo de toda universidad católica se distinguiéndose por su libre búsqueda de toda la verdad acerca de la naturaleza, del hombre y de Dios. Nuestra época, tiene necesidad urgente de esta forma de servicio desinteresado que es el de proclamar el sentido de la verdad, valor fundamental sin el cual desaparecen la libertad, la justicia y la dignidad del hombre (cf. Const. Apost. Ex corde Ecclesiae, 4).
5. Quiero aprovechar esta ocasión para reflexionar, las características esenciales que es necesario tener, si realmente queremos ser una universidad católica, bajo el espíritu de la Iglesia:
En primer lugar, una inspiración cristiana por parte, no sólo de cada miembro, sino también de la Comunidad universitaria como tal. Todos los cristianos, en cuanto hemos sido regenerados por el agua y el Espíritu Santo hemos sido constituidos nuevas criaturas, y nos llaman y somos hijos de Dios, tenemos derecho a la educación cristiana. La cual no persigue solamente la madurez de la persona humana arriba descrita, sino que busca, sobre todo, que los bautizados nos hagamos más conscientes cada día del don de la fe, mientras somos iniciados gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación; debemos aprender a adorar a Dios Padre en el espíritu y en verdad, ante todo en la acción litúrgica, adaptándose a vivir según el hombre nuevo en justicia y en santidad de verdad, y así lleguemos al hombre perfecto, en la edad de la plenitud de Cristo y contribuyamos al crecimiento del Cuerpo Místico. Además, conscientes de nuestra vocación, debemos acostumbrarnos a dar testimonio de la esperanza y a promover la elevación cristiana del mundo, mediante la cual los valores naturales contenidos en la consideración integral del hombre redimido por Cristo contribuyan al bien de toda la sociedad. Por lo cual, es necesario proveer que todos los fieles disfruten de la educación cristiana y, sobre todo, los jóvenes, que son la esperanza de la Iglesia. (Gravissimum educationis, 2). Es importante para todos, profesores y estudiantes, no perder nunca de vista esta finalidad que se busca: ser instrumento para el anuncio evangélico.
Segundo, una reflexión continua a la luz de la fe católica, sobre el creciente tesoro del saber humano, al que trata de ofrecer una contribución con las propias investigaciones. Al respecto el papa Francisco nos enseña en su encíclica sobre la fe donde nos dice: “la fe cristiana es, por tanto, fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo. « Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él » (1 Jn 4,16). La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último” (cf. Lumen fidei, 15). Además escribe el santo Padre “La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común. La fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo. La fe permite comprender la arquitectura de las relaciones humanas, porque capta su fundamento último y su destino definitivo en Dios, en su amor, y así ilumina el arte de la edificación, contribuyendo al bien común. (cf. Lumen fidei, 51).
Tercero, la fidelidad al mensaje cristiano tal como es presentado por la Iglesia. Los docentes cristianos están llamados a ser testigos y educadores de una auténtica vida cristiana, que manifieste la lograda integración entre fe y cultura, entre competencia profesional y sabiduría cristiana. Todos los docentes deberán estar animados por los ideales académicos y por los principios de una vida auténticamente humana. Según su propia naturaleza, toda Universidad Católica presta una importante ayuda a la Iglesia en su misión evangelizadora. Se trata de un vital testimonio de orden institucional de Cristo y de su mensaje, tan necesario e importante para las culturas impregnadas por el secularismo o allí donde Cristo y su mensaje no son todavía conocidos de hecho.
Finalmente, el esfuerzo institucional al servicio del pueblo de Dios y de la familia humana en su itinerario hacia aquel objetivo trascendente que da sentido a la vida. La acción salvífica de la Iglesia sobre las culturas se cumple, ante todo, mediante las personas, las familias y los educadores. Jesucristo, nuestro Salvador, ofrece su luz y su esperanza a todos aquellos que cultivan las ciencias, las artes, las letras y los numerosos campos desarrollados por la cultura moderna. Todos los hijos e hijas de la Iglesia deben, por tanto, tomar conciencia de su misión y descubrir cómo la fuerza del Evangelio puede penetrar y regenerar las mentalidades y los valores dominantes, que inspiran las culturas, así como las opiniones y las actitudes que de ellas derivan.
6. Termino citando un texto del documento de Aparecida que nos alienta y nos anima en esta labor desafiante, “Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio -¡su servicio!- que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones” (cf. DA, 14).
7. Todos estos elementos nos deben animar a iniciar este proyecto con un corazón generoso y comprometido con la Nueva Evangelización. recordemos siempre las palabras del salmo que hemos cantado en este día: “Nuestra vida está en manos del Señor”. Pidámosle que nos enseñe el camino de la vida, y que nos sacie de gozo en su presencia y de alegría junto a él (Sal 15).
8. Que la Virgen María “Sede de la Sabiduría” les acompañe e les obtenga de su Hijo los dones necesarios para hacer de la educción una herramienta segura para anunciar el Evangelio de la vida. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro