Homilía en la Misa con motivo del II Encuentro Diocesano de Pastoral Social

Salón Chamali, Col. Álamos 2ª Secc. Santiago de Querétaro, a 22 de marzo de 2014
Año de la Pastoral Litúrgica
Queridos hermanos y hermanas agentes de la Pastoral Social,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. Con alegría les saludo a cada uno de ustedes al encontrarnos reunidos en esta mañana para llevar a cabo el II Encuentro Diocesano de Agentes de Pastoral Social, con el objetivo de “fortalecer el espíritu social de la Iglesia a través de la formación e implementación de la Liturgia a la acción Social Evangelizadora”, agradecidos con Dios por la oportunidad que nos da, de escuchar su Palabra y poder así, vislumbrar caminos concretos para poder hacer vida la fe que celebramos. Saludo al P. Mauricio Ruiz Reséndiz, Presidente de la Comisión Diocesana de Pastoral Social, quien con su equipo Diocesano, nos ayudan a impulsar los objetivos del Plan Diocesano de Pastoral. Agradezco y valoro la respuesta generosa de cada uno de ustedes los Agentes de Pastoral en las parroquias, su testimonio es invaluable en la vida y en  misión de la Iglesia.

 

  1. Me alegra que sea el santo tiempo de la Cuaresma, el contexto litúrgico que envuelva y cobije este encuentro diocesano, pues sin duda que la Palabra de Dios escuchada en este contexto, es la voz de Dios mismo que nos mueve a ejercer la misericordia con nosotros mismos y con los hermanos, como escuchamos en el santo Evangelio con la parábola del “hijo pródigo” (cf. Lc 15, 1-3. 11-32). La cual es, ante todo, la inefable historia del gran amor de un padre —Dios— que ofrece al hijo que vuelve a Él el don de la reconciliación plena. Pero dicha historia, al evocar en la figura del hermano mayor el egoísmo que divide a los hermanos entre sí, se convierte también en la historia de la familia humana: señala nuestra situación e indica la vía a seguir. El hijo pródigo, en su ansia de conversión, de retorno a los brazos del padre y de ser perdonado representa a aquellos que descubren en el fondo de su propia conciencia la nostalgia de una reconciliación a todos los niveles y sin reservas, que intuyen con una seguridad íntima que aquélla solamente es posible si brota de una primera y fundamental reconciliación, la que lleva al hombre de la lejanía a la amistad filial con Dios, en quien reconoce su infinita misericordia. Sin embargo, si se lee la parábola desde la perspectiva del otro hijo, en ella se describe la situación de la familia humana dividida por los egoísmos, arroja luz sobre las dificultades para secundar el deseo y la nostalgia de una misma familia reconciliada y unida; reclama por tanto la necesidad de una profunda transformación de los corazones y el descubrimiento de la misericordia del Padre y de la victoria sobre la incomprensión y las hostilidades entre hermanos.

 

  1. Cada uno de nosotros somos este hijo pródigo: hechizados por la tentación de separarse del Padre para vivir independientemente la propia existencia; caídos en la tentación; desilusionados por el vacío que, como espejismo, nos ha fascinado; solos, deshonrados, explotados mientras buscamos construir un mundo todo para sí mismos; atormentados incluso desde el fondo de la propia miseria por el deseo de volver a la comunión con el Padre. Como el padre de la parábola, Dios anhela el regreso del hijo, lo abraza a su llegada y adereza la mesa para el banquete del nuevo encuentro, con el que se festeja la reconciliación.

  1. A la luz de esta inagotable parábola de la misericordia que borra el pecado, la Iglesia, hemos de hacer nuestra la llamada allí contenida, debemos comprender, siguiendo las huellas del Señor, la misión de trabajar por la conversión de los corazones y por la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí, dos realidades íntimamente unidas. Así lo afirma San Pablo cuando escribe que Dios ha dado a los apóstoles de Cristo una participación en su obra reconciliadora. “Dios —nos dice— ha confiado el misterio de la reconciliación … y la palabra de reconciliación” (2 Cor 5, 18). La Iglesia es reconciliadora también en cuanto muestra al hombre las vías y le ofrece los medios para la antedicha cuádruple reconciliación. Las vías son, en concreto, las de la conversión del corazón y de la victoria sobre el pecado, ya sea éste el egoísmo o la injusticia, la prepotencia o la explotación de los demás, el apego a los bienes materiales o la búsqueda desenfrenada del placer. Los medios son: el escuchar fiel y amorosamente la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria y, sobre todo, los sacramentos, verdaderos signos e instrumentos de reconciliación entre los que destaca —precisamente bajo este aspecto— el que con toda razón llamamos Sacramento de reconciliación o de la Penitencia. El santo padre en su mensaje para la Cuaresma de este año nos ha dicho: “El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza!”.

  1. En este tiempo de la Cuaresma los invito a detenerse un momento en su vida para entrar en sí mismos y hacer nuestra la misericordia de Dios, es decir, los invito a dejarnos envolver por el amor de Dios que nos llama a estar con él. Sería muy triste que con actitudes como las del “hijo mayor”, no seamos capaces de aprovechar la misericordia y el amor de Dios y nos lamentemos de la falta de amor y de la misericordia de Dios hacia nosotros. Los agentes de Pastoral Social no podremos ejercer nuestra misión y nuestra tarea con alegría, alejados del amor de Dios. Conozco que el proyecto de la Pastoral Social para este año se fundamenta en tres actividades diocesanas concretas: 1. Por una familia sin hambre, 2. por nuestros hermanos indígenas y 3. por la paz. Estas tres actividades se verán fortalecidas en la medida en la cual nuestra relación con el amor de Dios sea personal y constante. La conciencia de que, en Cristo, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás. “Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él. El colaborador de toda organización caritativa católica quiere trabajar con la Iglesia y, por tanto, con el Obispo, con el fin de que el amor de Dios se difunda en el mundo. Por su participación en el servicio de amor de la Iglesia, desea ser testigo de Dios y de Cristo y, precisamente por eso, hacer el bien a los hombres gratuitamente” (cf. Deus caritas est, 33).

  1. Que este tiempo cuaresmal sea de verdad, un tiempo para hacer nuestras las palabras misericordiosas del Padre. Dios no se cansa de perdonarnos. Nosotros somos los que quizá nos cansamos de su amor. “El Señor perdona nuestros pecado y cura nuestras enfermedades, el rescata nuestra vida del sepulcro  y nos colma de amor y de ternura. como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia” (Sal 102).  Que la Santísima Virgen nos impulse cada día para ser mejor hijos de Dios. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro