Homilía en la Misa con motivo del 50 Aniversario de la Erección Canónica de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe

Templo Parroquial de Nuestra Señora de Guadalupe, 
H. Matamoros, Tamaulipas, a 12 de Febrero de 2013.
Annus fidei


Estimado Sr. Cura D. Efraín Pelayo Velasco,
Muy queridos miembros de la Vida Consagrada,
Muy apreciados Jóvenes,
Queridos peregrinos,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:

escudo_armendariz1. Con grande estima y alegría recibí la invitación que el Sr. Cura D. Efraín, me dirigió para unirme a ustedes en esta celebración jubilar, en la cual juntos elevamos a Dios el canto del Magníficat, pues en verdad reconocemos que durante estos 50 años de vida parroquial, “el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros” (Lc 1,49). Este lugar como bien saben ustedes, es in duda un río que alegra la ciudad de Dios sobre estas tierras de Matamoros (Sal 45,5). Es un signo de la presencia activa, salvífica, del Señor en la historia y un refugio donde bajo la mirada maternal de la Virgen María de Guadalupe, el pueblo de Dios, peregrino por los caminos del mundo hacia la Ciudad futura (cfr. Heb 13,14), restaura sus fuerzas para continuar la marcha. Les saludo a todos ustedes, conciudadanos de los santos y familiares de Dios, quienes teniendo a Cristo, como la Piedra Angular, están llamados a ser morada de Dios entre los hombres (Ef 2, 19).

2.

  • Esta oportunidad que la Providencia de Dios nos concede, de celebrar este acontecimiento, no lo podemos ver desencajado del ambiente universal en el que la Iglesia celebra el año de la fe, con el firme propósito de extender una invitación para que cada católico viva una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo, centro del cosmos y de la historia (cf. Porta fidei, n. 6) y además con la convicción de que cada bautizado renueve su compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización, redescubriendo la alegría de creer y volviendo a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe (cf. Porta fidei, n. 7). Celebrar este aniversario, es además, una oportunidad para reafirmar la identidad parroquial, la cual como afirma el Concilio vaticano II, “representa a la Iglesia visible establecida por todo el mundo” (Const. Sobre a Sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, 42). Pues la parroquia es  “la última localización de la Iglesia; es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas. Es «la familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad», es «una casa de familia, fraterna y acogedora», es la «comunidad de los fieles». En definitiva, la parroquia está fundada sobre una realidad teológica, porque ella es una comunidad eucarística. Esto significa que es una comunidad idónea para celebrar la Eucaristía, en la que se encuentran la raíz viva de su edificación y el vínculo sacramental de su existir en plena comunión con toda la Iglesia” (Exhort. Apost. Post. Christifideles laici, 26). Es necesario que todos, pastores y fieles, volvamos a descubrir, por la fe, el verdadero rostro de la parroquia; o sea, el «misterio» mismo de la Iglesia presente y operante en ella. Sobre todo en una cultura plurisecular y globalizada, donde la identidad personal y cristiana se ve muchas veces atropellada y menoscabada por las grandes masas.

3. En la liturgia de la Palabra hemos escuchado, un texto de la carta que San Pablo escribe a la comunidad de Éfeso (Ef 2, 19-22), mediante la cual les manifiesta dos cosas muy importantes y que es fundamental entenderlas hoy cada uno de nosotros. La primera de ellas es que san Pablo nos llama: la familia de Dios. Queridos hermanos y hermanas: ¿Cómo es que sucede esto entre nosotros? Sucede precisamente mediante el bautismo y la vida sacramental: de modo profundo y para siempre con Jesús, sumergidos en el misterio de su potencia, de su poder, o sea, en el misterio de su muerte, que es fuente de vida, para participar en su resurrección, para renacer a una vida nueva. He aquí el prodigio que se repite cuando nuestros padres y padrinos nos acercan a la fuente bautismal en la parroquia. Recibiendo el Bautismo renacemos como hijos de Dios, participamos en la relación filial que Jesús tiene con el Padre, capaces de dirigirnos a Dios llamándole con plena confianza: «Abba, Padre». También sobre cada bautizado el cielo está abierto y Dios dice: estos son mis hijos, hijos de mi complacencia. Introducidos en esta relación y liberados del pecado original, nos convertimos en miembros vivos del único cuerpo que es la Iglesia y nos hace capaces de vivir en plenitud la vocación a la santidad, a fin de poder heredar la vida eterna que nos ha obtenido la resurrección de Jesús.

4. Al celebrar el Bautismo la Iglesia manifiesta y testimonia la alegría de ser cristianos y de pertenecer a Cristo. Es la alegría que brota de la conciencia de haber recibido un gran don de Dios, precisamente la fe, un don que ninguno de nosotros ha podido merecer, pero que nos ha sido dado gratuitamente y al que hemos respondido con nuestro «sí». Es la alegría de reconocernos hijos de Dios, de descubrirnos confiados a sus manos, de sentirnos acogidos en un abrazo de amor, igual que una mamá sostiene y abraza a su niño. Esta alegría, que orienta el camino de cada cristiano, se funda en una relación personal con Jesús, una relación que orienta toda la existencia humana. Es Él, en efecto, el sentido de nuestra vida, Aquél en quien vale la pena tener fija la mirada para ser iluminados por su Verdad y poder vivir en plenitud. El camino de la fe que empezó para muchos de ustedes precisamente en este lugar, se funda por ello en una certeza, en la experiencia de que no hay nada más grande que conocer a Cristo y comunicar a los demás la amistad con Él; sólo en esta amistad se entreabren realmente las grandes potencialidades de la condición humana y podemos experimentar lo que es bello y lo que libera. Quien ha tenido esta experiencia no está dispuesto a renunciar a su fe por nada del mundo. Aquí está uno de los más grandes desafíos con los cuales se enfrenta la parroquia en este tiempo, “llegar a ser verdaderamente una comunidad de comunidades,  donde se transmita la certeza de la  alegría de la fe, que ella conserva”.

5. Una segunda forma con la cual san Pablo se dirige a los Efesios y en esta celebración a cada uno de nosotros, es llamándonos miembros del edificio espiritual, cuya piedra angular es Cristo. Este templo espiritual, que somos los bautizados, es edificado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, es decir, quienes recibieron el mandado de transmitir lo que a su vez ellos recibieron. Precisa el apóstol “una construcción en la que están siendo edificados” (v. 22), es decir, una construcción que no ha sido concluida. Lo cual nos hace pensar en lo necesario que es considerar, más de cerca, la comunión y la participación de los fieles laicos en la vida de la parroquia. En este sentido, se debe llamar la atención de todos los fieles laicos, hombres y mujeres, sobre una expresión muy cierta, significativa y estimulante del Concilio: “Dentro de las comunidades de la Iglesia, su acción es tan necesaria, que sin ella, el mismo apostolado de los Pastores no podría alcanzar, la mayor parte de las veces, su plena eficacia” (Conc. Ecum. Vat. II, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 10). Esta afirmación radical se debe entender, evidentemente, a la luz de la «eclesiología de comunión»: siendo distintos y complementarios, los ministerios y los carismas son necesarios para el crecimiento de la Iglesia, cada uno según su propia modalidad.

6. Queridos hermanos y hermanas, debemos estar cada vez más convencidos del particular significado que asume el compromiso apostólico en la vida de la parroquia. “La parroquia ofrece un ejemplo luminoso de apostolado comunitario, fundiendo en la unidad todas las diferencias humanas que allí se dan e insertándolas en la universalidad de la Iglesia. Los laicos han de habituarse a trabajar en la parroquia en íntima unión con sus sacerdotes, a exponer a la comunidad eclesial sus problemas y los del mundo y las cuestiones que se refieren a la salvación de los hombres, para que sean examinados y resueltos con la colaboración de todos; a dar, según sus propias posibilidades, su personal contribución en las iniciativas apostólicas y misioneras de su propia familia eclesiástica” (Conc. Ecum. Vat. II, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 10).

7. De esta realidad brota la necesidad de hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión; lo cual quiere decir que es urgente que la parroquia se convierta en un centro y una escuela operante de santidad: santidad en los ministros y santidad en las familias e individuos que componen la comunidad parroquial. Esta santidad parroquial no es un “añadido” a la actividad pastoral y apostólica, sino su alma y su vida. La santidad es la meta del camino a la conversión, pues ésta no es un fin en sí misma, sino proceso hacia Dios, que es santo. Ser santos es imitar a Dios y glorificar su nombre en las obras que realizamos en nuestra vida (cf Mt 5, 16) (Exhort. Apost. Post. Ecclesia in América 30).

8. En el entramado de la vida de esta parroquia, la comunión ha de ser patente en las relaciones entre el  obispo, los presbíteros y  los diáconos, entre pastores y todo el pueblo de Dios, entre clero y religiosos, entre asociaciones y movimientos eclesiales. En efecto, la teología y la espiritualidad de la comunión aconsejan una escucha recíproca y eficaz entre pastores y fieles, manteniéndolos por un lado unidos a priori en todo lo que es esencial y, por otro, impulsándolos a confluir normalmente incluso en lo opinable hacia opciones ponderadas y compartidas (NMI 45). Es aquí en la parroquia donde deben confluir e integrarse los consagrados y consagradas, los movimientos y grupos apostólicos y, mediante la parroquia, en el decanato y así en la pastoral diocesana; el  Plan Parroquial de Pastoral con el que debe contar, ha de ser enriquecido con los dones y carismas de sus miembros. El párroco debe ver con interés y aprecio los institutos de formación y servicio que existen en este territorio, como son los colegios, asilos, hospitales y obras de asistencia y prestarles la atención espiritual que necesitan, pues son sus feligreses. “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”  (cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Novo Milenio Ineunte,  43).

9. Les felicito a cada uno de ustedes por los esfuerzos que hacen en comunión, para que la fe y la verdad del evangelio resplandezcan en su vida pastoral y parroquial. Que siempre, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza sea puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo debe resaltarse que el amor de Nuestro Señor siempre prevalece, a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el amor, ni otro término que el amor (Catecismo Romano, Prefacio, 10)” (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 25).

10. Que la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, patrona principal de esta parroquia y estrella de la nueva evangelización, les anime a ser portadores de la Buena Nueva de su Hijo, a todas las casas y a todos los hogares de esta parroquia, a fin de que Jesús pueda establecer su morada en medio de sus vidas. Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro