Queridos hermanos sacerdotes, apreciados diáconos, queridos ordenandos muy amados hermanos y hermanas de las parroquias que integran el Decanto de la Sierra Gorda, hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. ¡Cantemos la grandeza del Señor y bendigámoslo! (cf. Sal 95). Con estas palabras tomadas del salmo 95 que la liturgia de la palabra nos ofrece en esta celebración, les saludo a todos ustedes y les invito a alegrarse, pues el Señor ha estado grande con nosotros al permitirnos llegar a conocer el tesoro de la fe, mediante la predicación ejemplar de numerosos hombres y mujeres, discípulos misioneros en estas tierras de la serranía. Pues su testimonio de fe, no sólo trasciende hasta nuestros días en la belleza arquitectónica de los templos que él tuteló, sino principalmente en el conocimiento de Jesucristo y de la fe católica en el corazón de numerosos fieles. Les acojo y les saludo a cada uno de ustedes por unirse a esta celebración jubilar por los 300 años del nacimiento de nuestro padre en la fe, el Beato fray Junípero Serra, OFM. Saludo cordialmente al Sr. Cura el Pbro. Fidencio Servín León. Me alegra que estén presentes algunos los hermanos franciscanos de quien fue hermano fray Junípero.
2. El Beato Fray Junípero Serra, nace en Mallorca el 24 de noviembre de 1713, recibió en el bautismo el nombre de Miguel José. Ingresó en los Frailes Menores en 1730, tomando el nombre de Junípero en honor de uno de los primeros seguidores de San Francisco. Ordenado de sacerdote en 1737, fue destinado a enseñar filosofía. Entre sus alumnos hubo dos que fueron sus últimos colaboradores en el Nuevo Mundo, Francisco Palou y Juan Crespí. Tras doctorarse en Teología en la Universidad del Beato Ramón Llull en 1742, continuó enseñando filosofía y teología y adquirió gran fama como predicador. En 1749, en unión de Palou, partió para el Colegio de San Fernando, en la Ciudad de México.
3. Tras unos meses en el Colegio de San Fernando, a finales de junio de 1750 fue destinado a estas tierras. El viaje lo hizo a pie lo cual, además de serle muy penoso por la falta de agua y lo escabroso del camino. Sufrió la picadura de un insecto que le produjo la hinchazón de un pie y una úlcera en la pierna de la que le resultó una cojera para el resto de su vida; sin embargo, esto no frenó su valiente y decidido celo apostólico. Enterado de la situación en la que se hallaban las misiones pronto se dedicó a establecer los principios y normas pastorales mediante las cuales debían ser gobernadas espiritual y pastoralmente las comunidades. La primera acción que Junípero asumió como un desafío pastoral fue la de “aprender el idioma”, pues por la falta de conocimiento de la misma, ninguno cumplía con la confesión y con la comunión. Consiguiendo aprender el idioma tradujo en el idioma pame las oraciones y textos de la doctrina de los misterios más principales. Y así empezó a rezar con los indios en su lengua natural alternando con los indios con la lengua en castellano. En pocos días se les instruyó y así pudieron cumplir los preceptos y comulgar. Junípero era un excelente predicador y con ello movía a los naturales a participar en a las festividades, dándoles ejemplo, como san Francisco de Sales. En nueve años que estuvo en estas misiones bautizó un grande número de indios, no quedando un solo si recibir este sacramento.
4. Para radicarlos en la fe los impuso en todas las festividades del Señor y de la Santísima Virgen, de los santos, para lo cual les ponía cuantos medios e inventivas les hacía idear su apostólico celo, siendo su ejercicio casi continuo en las virtudes de la caridad y de la religión. Una convicción del beato fue la de imprimir en el corazón de los indios un amor profundo y definido por el Santísimo Sacramento, resaltando la fiesta del Corpus Christi y del Jueves santo. Se dedicó a instruir en la devoción a la santísima Virgen María. Rezando el rosario. En algún momento pidió a México una imagen e bulto que sacaba en andas y llevaba por las calles. Además impulsó la devoción a San miguel Arcángel, a san José, a San Francisco de Asís.
5. Luego que llegó a esta misión de Santiago de Jalpan, y de poner las bases espirituales y morales, puso todos los medios posibles para que los indios tuviesen qué comer y qué vestir, para que hiciesen pie en la misión y no se ausentasen de ella por la solicitud de su preciso sustento. Invitó a los indios a hacer una iglesia de mampostería con capacidad para acoger a mucha gente. Dio principio a esta obra trabajando todo el tiempo que no era de aguas ni necesario para las labores del campo, quedando concluida después de siete años concluida tal como la podemos apreciar. Después de las obras, muchos quedaron capacitados en varios oficios como albañiles, carpinteros, herreros, pintores, doradores; no olvidándose del celo por apartar del ocio a las mujeres las empleaba a sus correspondientes tareas a su sexo, como hilar, tejer, hacer medias, calcetas, coser, entre otras cosas. Instruyó a los fieles a ser generosos con sus limosnas y con sus contribuciones para las obras eclesiales.
6. Llamado a la Ciudad de México, fue maestro de novicios durante nueve años y continuó su predicación en las zonas alrededor de la capital. En 1767 los jesuitas fueron expulsados de México y sus misiones de la Baja California fueron encomendadas al Colegio de San Fernando. Serra fue nombrado presidente de esas misiones, cuya cabecera estaba en la Misión de Loreto.
7. En 1769, la Corona de España decidió colonizar la Alta California. El Beato fue nombrado nuevamente presidente; supervisó la fundación de las nueve misiones en aquellas tierras. En 1773 Junípero fue a la Ciudad de México para entrevistarse con el Virrey Bucarelli y tratar de resolver los problemas que habían surgido entre los misioneros y los representantes del Rey en California. La Representación de Serra (1773) ha sido llamada «Carta de los Derechos» de los indios; una parte decretaba que «el gobierno, el control y la educación de los indios bautizados pertenecerían exclusivamente a los misioneros». Durante esta visita a la Ciudad de México junípero escribió a su sobrino, el Padre Miguel Ribot Serra diciéndole: «En California está mi vida y allí, si Dios quiere, espero morir».
8. Ni siquiera el martirio del Padre Luis Jaime en la Misión de San Diego apagó el deseo de Junípero de añadir nuevas misiones a la cadena de las ya existentes a lo largo de la costa de California. En todas estas misiones, Junípero y los frailes enseñaron a los indios métodos de cultivo más eficaces y el modo de domesticar a los animales necesarios para la alimentación y el transporte.
9. Junípero pasó los últimos años de su vida ocupado en las tareas de la administración, la necesidad de escribir muchas cartas a las otras misiones y a la Iglesia y a los oficiales del gobierno en la Ciudad de México, y con el ansia de fundar las misiones necesarias. Los indios le pusieron de apodo «el Viejo», porque tenía 56 años cuando llegó a la Alta California, pero Serra trabajó constantemente hasta su muerte el 28 de agosto de 1784 en la Misión de San Carlos Borromeo. Los indios y los soldados lloraron la muerte de Serra y lo llamaban «Bendito Padre».
10. Al escuchar en esta mañana las lecturas de la palabra de Dios, podemos darnos cuenta que todo esto ha sido posible en la vida del Beato Fray Junípero Serra, precisamente porque supo estar abierto a las mociones del Espíritu, de modo especial haciendo suyas las palabras de Jesús que escuchamos esta mañana: “Yo soy el buen Pastor; yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” (Jn 10, 14). El valor de anunciar el evangelio fue más grande que las dificultades de llegar a una tierra sin saber el idioma o las costumbres. Junípero Serra nos ha dado muestra de que es posible guiar a la comunidad para encontrarse con Jesús, el buen Pastor. El desafío para cada uno de nosotros ―pastores y lacios― es mirar este ejemplo y hacer florecer en estas tierras la primavera de la fe, de manera que “no quede ni uno sólo de los habitantes de estas tierras, sin conocer a Jesucristo”.
11. En este contexto de acción de gracias y de fiesta por el don de la vida de Fray Junípero Serra, he querido celebrar la ordenación diaconal de estos cuatro jóvenes seminaristas, con la finalidad de mostrar a cada uno de ustedes que es necesario comprometernos más en el anuncio del evangelio y del mensaje de Jesucristo, para que nuestros pueblos y comunidades tengan vida.
12. El diaconado, queridos jóvenes: Humberto, Miguel, Martín y Horacio, conlleva tres tareas esenciales que les invito a vivir de manera intensa y generosa en este tiempo de diaconado.
a. En primer lugar el servicio del culto divino en la liturgia, de manera especial en la santa Eucaristía. Los diáconos hacen suya la voz de los fieles para presentarla al Obispo diocesano y, en la liturgia a Dios mismo. Ayudan a hacer realidad la reunión eucarística. Háganlo con sencillez y maestría. Sean vivo testimonio de quien se presenta al servir el altar mediante una pureza sin tacha y un alma pura. En este año de la Pastoral Litúrgica sean modelo y ejemplo de quienes celebran el culto a Dios con un corazón agradecido y labios limpios, de manera especial en la oración de la Liturgia de las Horas a la cual se han de comprometer para toda la vida, pidiendo por ustedes mismos y por todas las necesidades de la Iglesia.
b. En segundo lugar el servicio de la predicación evangélica, de manera que la Palabra de Dios, llegue mediante la predicación y el testimonio misionero hasta los más alejados. Como diría el Papa Francisco “Nadie está excluido de la esperanza de la vida, del amor de Dios. La Iglesia está invitada a despertar por todas partes esta esperanza, especialmente donde está sofocada por condiciones existenciales difíciles, algunas veces inhumanas, donde la esperanza no respira, se sofoca. Se necesita el oxígeno del Evangelio, el soplo del Espíritu de Cristo Resucitado, que vuelva a encenderla en los corazones”. (cf. Discurso a los participantes de la plenaria del Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización, 14/10/2013). Esta tarea no es una opción en la vida de ustedes queridos ordenandos, es parte esencial a su ser y quehacer. El desafío de la Nueva Evangelización requiere de ustedes, jóvenes enamorados de la Palabra de Dios, que con su ejemplo la anuncien a los demás. “Esmérense en creer lo que leen, enseñar lo que creen, y vivir lo que enseñan” (cf. Ritual de Ordenes).
c. Y en tercer lugar, el servicio de la caridad, de manera especial con los enfermos, los pobres y pequeños. “Es necesaria una actitud permanente que se manifieste en opciones y gestos concretos, y evite toda actitud paternalista. Se nos pide dedicar tiempo a los pobres, prestarles una amable atención, escucharlos con interés, acompañarlos en los momentos más difíciles, eligiéndolos para compartir horas, semanas o años de nuestra vida, y buscando, desde ellos, la transformación de su situación” (cf. DA, 397).
13. Esas tres tareas queridos ordenandos, delinean en ustedes un proyecto de vida personal y pastoral, de manera que es así como ustedes contribuirán en la tarea de la Nueva Evangelización, les exhorto a ser muy creativos, generosos y obedientes. Es por ello que ustedes expresan públicamente su deseo de abrazar el celibato para toda la vida, de manera que no escatimen en la donación y la entrega. No tengan miedo de vivir su consagración de manera radical. El ejemplo y testimonio del Beato Fray Junípero Serra, les ha ayude y les impulse a ser discípulos y misioneros sin tacha ni costura.
14. Queridos hermanos y hermanas, es tiempo que juntos ―consagrados y laicos―, nos sumemos a la tarea de la Nueva Evangelización. Las jóvenes generaciones están confundidas y muchos consideran que es lo mismo vivir en la gracia que sin la gracia. De modo especial sin los sacramentos del matrimonio y de la reconciliación. No demos pie a este tipo de ideologías que poco a poco minan y debilitan nuestra fe.
15. Gracias a los papas de estos cuatro jóvenes ordenandos, su testimonio de fe, seguramente ha favorecido el crecimiento del don de la vocación que Dios ha depositado en su corazón. Sigan pidiendo por su hijos para que auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo.
16. Pidámosle a Dios por cada uno de los evangelizadores y misioneros de esta hermosa serranía, de modo especia pidamos por las jóvenes generaciones, que a ejemplo de los primeros misioneros, dediquemos un lugar a Dios en nuestra vida. La Santísima Virgen María, nos enseñe el camino para poder recorrer estas montañas e ir al encuentro de nuestros hermanos que necesitan y desean encontrarse con Dios. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro