Homilía en la Misa, celebrada con motivo del XVI Congreso Nacional de Método Billings

Auditorio del Instituto la Paz, Santiago de Querétaro, Qro., 17 de Noviembre de 2013.
Annus Fidei – Año de la Pastoral Social – Año Jubilar Diocesano

Estimados hermanos sacerdotes:

Queridos hermanos y hermanas:

1. Con alegría les saludo a cada uno de ustedes queridos congresistas venidos de las diferentes partes de la República Mexicana, quienes se encuentran reunidos durante estos días para la celebración el XVI Congreso Nacional del Método Billings, en el marco de la celebración del “LX° Aniversario del Método Billings al servicio de la vida” y con el objetivo claro de “redimensionar  los valores de la sexualidad, el amor y la libertad de los jóvenes”; de modo muy especial saludo al matrimonio de Renato y Orfa Hernández, coordinadores nacionales. A todos ustedes mi cordial saludo y mi afectuosa bienvenida. Deseo que esta experiencia de reflexión y celebración,  produzca numerosos frutos en ustedes al servicio de la vida y de la familia.

2. Es una gracia que podamos encontrarnos y celebrar juntos la fe, de manera especial escudando la palabra de Dios y recibiendo de ella la fuerza renovadora e iluminadora para nuestro ser y quehacer pastoral; además, es aquí donde podemos recibir el alimento del Cuerpo y la Sangre de Cristo para nuestro peregrinar en la fe. En la página evangélica de hoy, san Lucas (21, 5-19) vuelve a proponer para nuestra reflexión la visión bíblica de la historia, y refiere las palabras de Jesús que invitan a los discípulos a no tener miedo, sino a afrontar con confianza dificultades, incomprensiones e incluso persecuciones, perseverando en la fe en él: “Cuando oigan noticias de guerras y de revoluciones, no tengan miedo. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida” (Lc 21, 9).

3. La Iglesia, desde el inicio, recordando esta recomendación, vive en espera orante del regreso de su Señor, escrutando los signos de los tiempos y poniendo en guardia a los fieles contra los mesianismos recurrentes, que de vez en cuando anuncian como inminente el fin del mundo. En realidad, la historia debe seguir su curso, que implica también dramas humanos y calamidades naturales. En ella se desarrolla un designio de salvación, que Cristo ya cumplió en su encarnación, muerte y resurrección. La Iglesia sigue anunciando y actuando este misterio con la predicación, la celebración de los sacramentos y el testimonio de la caridad.

4. La Iglesia en su peregrinación de la fe y ante la espera de la venida de su Señor, no se puede confiar y quedarse sin asumir su tarea evangelizadora, no puede dejar de anunciar el evangelio de la vida. Al contrario, necesita con urgencia seguir testimoniando que “la familia cristiana está fundada en el sacramento del matrimonio entre un varón y una mujer, signo del amor de Dios por la humanidad y de la entrega de Cristo por su esposa, la Iglesia. Desde esta alianza de amor se despliegan la paternidad y la maternidad, la filiación y la fraternidad, y el compromiso de los dos por una sociedad mejor” (DA, 428). Además de predicar que el matrimonio en la generación de los hijos refleja su modelo divino, el amor de Dios al hombre. En el hombre y en la mujer, la paternidad y la maternidad, como el cuerpo y como el amor, no se pueden reducir a lo biológico: la vida sólo se da enteramente cuando juntamente con el nacimiento se dan también el amor y el sentido que permiten decir sí a esta vida. Precisamente esto muestra claramente cuán contrario al amor humano, a la vocación profunda del hombre y de la mujer, es cerrar sistemáticamente la propia unión al don de la vida y, aún más, suprimir o manipular la vida que nace.

5. En el contexto de una cultura que deforma gravemente o incluso pierde el verdadero significado de la sexualidad humana, porque la desarraiga de su referencia a la persona, la Iglesia siente más urgente e insustituible su misión de presentar la sexualidad como “valor y función de toda la persona creada, varón y mujer, a imagen de Dios” (Exhort. Apsot. Post. Familiaris consortio, 32). Es necesario no olvidar lo que el Concilio Vaticano II nos enseña: “cuando se trata de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal” (Conc. Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 51).

6. Ustedes se han comprometido para  promover en la Sociedad y en la Iglesia un estilo de vida en el matrimonio, conforme a la dignidad del evangelio y de la gracia que recibieron en el bautismo. No pierdan la esperanza y se dejen vencer por el desánimo de seguir anunciando a las futuras generaciones que “Cuando los esposos, mediante el recurso a períodos de infecundidad, respetan la conexión inseparable de los significados unitivo y procreador de la sexualidad humana, se comportan como «ministros» del designio de Dios y «se sirven» de la sexualidad según el dinamismo original de la donación «total», sin manipulaciones ni alteraciones” (Exhort. Apsot. Post. Familiaris consortio, 32).

7. Hoy, en materia de la planificación familiar y la paternidad responsable, más que nunca es válida la doctrina del evangelio que el magisterio de la Iglesia interpreta diciendo: “Se trata de una diferencia bastante más amplia y profunda de lo que habitualmente se cree, y que implica en resumidas cuentas dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana, irreconciliables entre sí. La elección de los ritmos naturales comporta la aceptación del tiempo de la persona, es decir de la mujer, y con esto la aceptación también del diálogo, del respeto recíproco, de la responsabilidad común, del dominio de sí mismo. Aceptar el tiempo y el diálogo significa reconocer el carácter espiritual y a la vez corporal de la comunión conyugal, como también vivir el amor personal en su exigencia de fidelidad. En este contexto la pareja experimenta que la comunión conyugal es enriquecida por aquellos valores de ternura y afectividad, que constituyen el alma profunda de la sexualidad humana, incluso en su dimensión física. De este modo la sexualidad es respetada y promovida en su dimensión verdadera y plenamente humana, no «usada» en cambio como un «objeto» que, rompiendo la unidad personal de alma y cuerpo, contradice la misma creación de Dios en la trama más profunda entre naturaleza y persona. (cf. Exhort. Apsot. Post. Familiaris consortio, 32).

8. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación de Cristo a afrontar los acontecimientos diarios confiando en su amor providente. Viviendo como cocreadores de Dios. Queridas familias, no temamos el futuro, aun cuando pueda parecernos oscuro, porque el Dios de Jesucristo, que asumió la historia para abrirla a su meta trascendente, es su alfa y su omega, su principio y su fin (cf. Ap 1, 8). Él nos garantiza que en cada pequeño, pero genuino, acto de amor está todo el sentido del universo, y que quien no duda en perder su vida por él, la encontrará en plenitud (cf. Mt 16, 25).

9. Nos invitan con singular eficacia a mantener viva esta perspectiva en la que los matrimonios viviendo en libertad, disciplina y fe, responden a la llamada de Dios de ser padres y trasmisores del evangelio. Vivan este estilo de ser  y llevar su matrimonio motivados por la fe. Pues la fe que actúa en la caridad es el verdadero antídoto contra la mentalidad nihilista, que en nuestra época extiende cada vez más su influencia en el mundo y que se infiltra en las concepciones y en las maneras de pensar de los jóvenes esposos. El papa Francisco nos lo explica cuando en su encíclica sobre la fe enseña: “La fe transforma toda la persona, precisamente porque la fe se abre al amor. Esta interacción de la fe con el amor nos permite comprender el tipo de conocimiento propio de la fe, su fuerza de convicción, su capacidad de iluminar nuestros pasos. La fe conoce por estar vinculada al amor, en cuanto el mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad” (Lumen fidei, 26).

10. Les felicito a todos ustedes por la valentía y audacia de promover el evangelio desde su testimonio y entrega, sé que no es fácil luchar contra corriente, sin embargo tengan presentes las palabras de Jesucristo a su discípulos  “No teman, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Gracias a los organizadores de este evento. Sepan, sin duda, que  todo esto será de mucho provecho.

11. María, Madre del Verbo encarnado, nos acompaña en la peregrinación terrena. A Ella le pedimos que sostenga el testimonio de todos los cristianos, para que se apoye siempre en una fe firme y perseverante. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro