Estimados hermanos Obispos y Arzobispos, Queridos sacerdotes, Hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Les saludo a cada uno de ustedes en el Señor, esperando que su estancia en esta ciudad, sea un momento de verdadero encuentro fraterno y de convivencia. Me complace poder recibirles en el marco de su reunión continental, que les prepara para la celebración del congreso Americano de Misiones, próximo a celebrarse en Maracaibo, Venezuela; con la finalidad de abrirnos a las luces del Espíritu y poner en práctica la “Nueva evangelización en un mundo pluricultural y secularizado”.
2. Nos encontramos celebrando la semana de oración por la unidad de los cristianos, que busca, responder al desafío de la Iglesia ante el reto de la nueva evangelización “viviendo en verdad nuestro cristianismo, dando al mundo testimonio de la verdad y buscando confiados la unidad de todos los creyentes en la paz verdadera” (Or. Colecta). La comunión y la unidad de los discípulos de Cristo es, por tanto, una condición particularmente importante para una mayor credibilidad y eficacia de su testimonio. En este contexto tan significativo para toda la Iglesia, es muy esperanzador que respondamos con vehemencia a la pregunta que ha enmarcado estos días la reflexión, propuesta en la temática general: ¿Qué exige el Señor de nosotros? (Miq 6, 6-8), sin duda que la respuesta no es fruto de los deseos y sentimientos humanos, sino más bien surge de la experiencia del encuentro vivo con la Palabra de Dios.
3. Hemos escuchado en el evangelio de Marcos (3, 1-6) el texto donde se narra la curación del hombre con la mano paralizada y que hoy nos da pautas para responder a lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, estableciendo una nueva manera de llevar la relación con Dios, no como algo que es fruto de la ley, sino como el principio de una nueva relación con Dios. A partir de Jesucristo, pues Dios se revela en el hombre y no en el culto sabático de una religión que puede separarse de los pobres de la tierra. De esta manera Jesucristo nos desvela la importancia de la centralidad del ser humano. “Creado «a imagen de Dios», con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios” (Cf. LG 12). Esta es la primera respuesta que podemos dar y que puede favorecer de manera excepcional la nueva evangelización en un mundo pluricultural secular, mostrar la grandeza y la dignidad del ser humano. Nos dice el Concilio Vaticano II: “Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar” (cf. LG 3). La nueva evangelización inicia cuando mostramos la verdad del hombre. Jesucristo, el Hijo del hombre no ha venido a presentar una verdad distinta, no revela misterios de carácter esotérico alejado de la vida y de la historia sino que realiza sobre el mundo la verdad del mismo ser humano. Por eso, entre los discípulos y Jesús debe haber una especie de identificación profunda que supere los antiguos esquemas legislativos de la historia.
4. Nosotros no necesitamos exponer nuevas ideas o imaginar nuevas teorías. Jesús dice al hombre de la mano seca: “Levántate y ponte en medio … extiende tu mano. El hombre la extendió y quedó curado” (vv. 3.5). De esa forma podemos ver como Jesús nos enseña el método para hacer efectivo su Reino, ha venido a colocarnos en el centro, al inicio de la creación. Allí donde Dios quiso poner todas las cosas y de forma especial al mismo sábado al servicio de los hombres. Quiere que los hombres sean libres conozcan la verdad y puedan realizarse de manera consecuente. “Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con frecuencia le caracteriza” (cf. LG 4).
5. De esto se desprende que es necesario preguntarnos, si nuestras tareas educativas conducen, realmente, al encuentro del sentido de la existencia y a la razón de ser de cada persona y de la realidad humana en su conjunto. Precisamente, por ello, es necesario aprender a usar la razón como medio para transcender las apariencias y comprender el significado profundo del mundo y de la vida; aprender a ser críticos buscando la verdad y preguntando no sólo el cómo sino el porqué de las cosas que suceden; aprender a descubrir la dignidad auténtica de todas las personas y su vocación de servicio solidario a la sociedad. (cf. Educar para una sociedad nueva, CEM, p. 129). Todos estamos llamados a poner a prueba nuestra generosidad y demostrar en este campo un verdadero servicio a Dios y a los hermanos.
6. En la obra educativa, y especialmente en la educación en la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y su horizonte más adecuado, es central en concreto la figura del testigo: se transforma en punto de referencia precisamente porque sabe dar razón de la esperanza que sostiene su vida (cf. 1 P 3, 15), está personalmente comprometido con la verdad que propone. El testigo, por otra parte, no remite nunca a sí mismo, sino a algo, o mejor, a Alguien más grande que él, a quien ha encontrado y cuya bondad, digna de confianza, ha experimentado. Así, para todo educador y testigo, el modelo insuperable es Jesucristo, el gran testigo del Padre, que no decía nada por sí mismo, sino que hablaba como el Padre le había enseñado (cf. Jn 8, 28). Por este motivo, en la base de la formación de la persona cristiana y de la transmisión de la fe está necesariamente la oración, la amistad personal con Cristo y la contemplación en él del rostro del Padre. Y lo mismo vale, evidentemente, para todo nuestro compromiso misionero.
7. Queridos hermanos, el hecho de vivir en una sociedad cada día más plural y secularizada debe interpelarnos a todos los cristianos en el compromiso de dar siempre razón de nuestra esperanza. Los Obispos en el mensaje final del reciente sínodo nos han dicho: “No se trata de comenzar todo de nuevo, sino – con el ánimo apostólico de Pablo, el cual afirma: “¡Ay de mí si non anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16) – de insertarse en el largo camino de proclamación del Evangelio que, desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el presente, ha recorrido la historia y ha edificado comunidades de creyentes por toda la tierra” (cf. Mensaje final de los obispos en el Sínodo sobre la nueva evangelización, n.2). La nueva evangelización está esencialmente conectada con la misión ad gentes. La Iglesia tiene la tarea de evangelizar, de anunciar el Mensaje de salvación a los hombres que aún no conocen a Jesucristo. Por tanto es necesario rezar al Espíritu Santo para que suscite en la Iglesia un renovado dinamismo misionero, cuyos protagonistas sean de modo especial los agentes pastorales y los fieles laicos. La globalización ha causado un notable desplazamiento de poblaciones; por tanto el primer anuncio se impone también en los países de antigua evangelización. Todos los hombres tienen el derecho de conocer a Jesucristo y su Evangelio; y a esto corresponde el deber de los cristianos, de todos los cristianos –sacerdotes, religiosos y laicos–, de anunciar la Buena Noticia.
8. Que todos estos esfuerzos que se hacen a nivel del episcopado latinoamericano se vean permeados de la gracia de Dios y que bajo la protección especial de la virgen María de Guadalupe, obtengamos su maternal intercesión. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez Obispo de Querétaro