“Discípulos misioneros, Constructores de la paz”
Auditorio Arteaga, Santiago de Querétaro, Qro, 18 de Noviembre de 2012
Les saludo a todos ustedes con el gusto y la alegría propios de quien se siente amado por Dios, confiando en sus palabras el día de la resurrección: “la paz, esté con ustedes” (Lc 24, 35). Al reunirnos en esta hermosa mañana de domingo para celebrar el triunfo del Señor resucitado. Saludo de manera especial al Pbro. Alejandro Sánchez Ruíz, encargado de la catequesis en nuestra Diócesis. Felicito y agradezco a cada uno e ustedes catequistas, por su presencia constante en cada una de las comunidades parroquiales. Sé que la tarea de formar a los discípulos y misioneros del Señor, es una misión que exige mucha dedicación, paciencia y entrega.
Recientemente el santo Padre Benedicto XVI, ha celebrado en Roma el Sínodo de los obispos sobre la Nueva evangelización, el cual quiere ser una respuesta ante el desafío de asumir de manera consiente el compromiso por llevar a mucho el mensaje del evangelio. Retomo algunas palabras de la homilía en la celebración eucarística con la que ha finalizado este Sínodo: “La nueva evangelización concierne toda la vida de la Iglesia. Ella se refiere, en primer lugar, a la pastoral ordinaria que debe estar más animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna. Deseo subrayar tres líneas pastorales que han surgido del Sínodo. La primera corresponde a los sacramentos de la iniciación cristiana. Se ha reafirmado la necesidad de acompañar con una catequesis adecuada la preparación al bautismo, a la confirmación y a la Eucaristía. También se ha reiterado la importancia de la penitencia, sacramento de la misericordia de Dios. La llamada del Señor a la santidad, dirigida a todos los cristianos, pasa a través de este itinerario sacramental. En efecto, se ha repetido muchas veces que los verdaderos protagonistas de la nueva evangelización son los santos: ellos hablan un lenguaje comprensible para todos, con el ejemplo de la vida y con las obras de caridad” (Benedicto XVI, Homilía en la misa de clausura del sínodo sobre la nueva evangelización, 28 de 0ctubre 2012).
Este breve fragmento de la homilía me parece ilumina sobremanera esta celebración que ahora nosotros vivimos y nos alienta en la grande tarea que como catequistas tenemos por delante. Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros. Ello no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para una América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu” (DA 11).
Hoy más que nunca, ciertamente hoy más que ayer, la Iglesia, tiene tanta urgencia de educación como la tiene de evangelización. Más aún, me atrevería a afirmar que será eficaz la evangelización si es educativa; de hecho, “el desafío educativo interpela a nuestras Iglesias como una verdadera emergencia” (Lineamenta para el Sínodo sobre la Nueva evangelización). El papa Benedicto XVI, afirma: “Para nosotros, los obispos, para nuestros sacerdotes, para los catequistas y para toda la comunidad cristiana, la emergencia educativa asume un aspecto muy preciso: el de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones” (Benedicto XVI, Discurso a la 58ª Asamblea General de la CEI, 29 de mayo 2008).
“Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”. Y no es casual que el Santo Padre, Benedicto XVI, felicitando a los obispos italianos por haber elegido la educación como tema fundamental del programa pastoral del actual decenio, cree “necesario ir a las raíces profundas del desafío para encontrar también las respuestas adecuadas” (Benedicto XVI, Discurso a la Conferencia episcopal italiana, 27 de mayo de 2010).
Es mi convicción de que solo una evangelización educadora es la salida a la actual situación donde “parecen faltar las certezas fundamentales, los valores y las esperanzas que dan sentido a la vida” y cuando “se difunde fácilmente, tanto entre los padres como entre los maestros, la tentación a renunciar a su tarea y, antes incluso, el riesgo de no comprender ya cuál es su papel y su misión”. De ahí que “hoy, cualquier labor de educación”, “parece cada vez más ardua y precaria por “la creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento.
Si evangelizar es “llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad”, convirtiendo “al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos” (EN 18), no se ve bien cómo pueda llevarse a cabo con eficacia si, contemporáneamente, no se atiende y se forma al oyente del evangelio.
Todo cristiano está llamado a vivir evangélicamente y a evangelizar siempre testimonialmente. No se trata, pues, de educar y, después, evangelizar, ni de evangelizar y, después, educar, sino de educar con el evangelio como viático y meta, y de evangelizar con sensibilidad pedagógica y procesos educativos concretos. Que entre evangelización y educación no haya espacio para un antes ni un después es el necesario corolario de ese axioma cristiano, según el cual la creación existe en orden a la gracia y, por tanto, la realidad creada goza de una cierta, relativa, autonomía, no siendo fin en sí misma sino habiendo quedado radicalmente ordenada a la salvación.
Para evangelizar educando, pues, hay que vivir animados por esa gran esperanza que resiste desalientos y afronta retos, cuyo único motivo es que “sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida» […], que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). La vida en su verdadero sentido no la tiene uno solamente para sí, ni tampoco sólo por sí mismo: es una relación […]. Si estamos en relación con Aquel que no muere, que es la Vida misma y el Amor mismo, entonces estamos en la vida” (Spe Salvi, 27). “Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras” (DA 30).
Inspirándose continuamente en la pedagogía de la fe, el catequista configura un servicio a modo de un itinerario educativo cualificado; es decir, por una parte, ayuda a la persona a abrirse a la dimensión religiosa de la vida, y por otra le propone el Evangelio de tal manera que penetre y transforme los procesos de comprensión, de conciencia, de libertad y de acción, de modo que haga de la existencia una entrega de sí a ejemplo de Jesucristo” (DA 147).
La autoridad del testigo presupone saber doctrinal y competencia profesional, pero no depende tanto de ellas como de “la coherencia de la propia vida” y de “la implicación personal, expresión del amor verdadero”. Y para ser creíble este testimonio ha de ser alegre. La buena noticia sólo la pueden proclamar fehacientemente testigos felices; ellos son el contenido del evangelio por el solo hecho de vivir ya cuanto creen y esperan (Mt 5,3-8). Más aún, “la alegría del discípulo es antídoto frente a este mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio […]. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir una persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra es nuestro gozo.”
Indico los elementos que retengo esenciales para evangelizar educando, que es la forma de hacer de la educación la misión principal de la Iglesia.
Ante todo, la fe está llamada a crear cultura, pues una fe que no llega a ser cultura – en palabras de Juan Pablo IIº – ni ha sido asumida, ni es pensada ni es vivida. Ello hace de la educación una misión imprescindible de la evangelización.
Debe ser educativo el conjunto de la vida de la comunidad, diocesana y parroquial, en el sentido que debe crear un ‘ambiente’, una especie de ecología, donde nace y se desarrolla la vida con dinamismo, porque comunica y desarrolla aquellos valores que van formando la persona humana, el discípulo de Jesús y el Apóstol del Evangelio y la comunidad cristiana.
Hoy de modo particular la evangelización educativa y la educación evangelizadora han de comenzar por la familia, que es la cuna de la vida y del amor, escuela de inserción social e iglesia donde se aprende a poner a Dios al centro de la vida y, a Su luz y con Su gracia, vivir todas las fases de la existencia humana.
La liturgia tiene en sí misma una fuerte carga evangelizadora y educadora, pues está hecha de mistagogia – iniciación al misterio de Dios – es decir, es una escuela de oración, de contemplación de Dios, de experiencia de fraternidad, de belleza, de canto, de reconciliación, de comunión.
Por su parte la catequesis está llamada a corregir imágenes deformadas de Dios y de Cristo, concepciones falsas o incompletas de la Iglesia y, sobre todo hacer madurar al discípulo de Jesús configurándolo cada vez más con él a través de una acción educativa que va cambiando formas de pensar y de sentir y de actuar, hasta tener “la mente de Cristo” (1Cor 2,16), el amor como dinamismo de la vida (cfr. Rom 8,2) y el mismo Cristo como ley (Gal 6,2).
La Iglesia, por fin, sin identificarse con ningún partido político ni ser promotora de partidos políticos, pues esto la reduciría a una ‘religión civil’, tiene la delicada tarea de formar las nuevas generaciones de personas capaces de asumir responsabilidades públicas, también en el campo político, personas que tenga coherencia con la fe que profesan, con rigor moral, capaces de leer los desafíos sociales e históricos, con voluntad de servicio.