HOMILÍA EN LA FIESTA LITURGICA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LOS DOLORES PATRONA PRINCIPAL DE LA DIÓCESIS DE QUERÉTARO

HOMILÍA EN LA FIESTA LITURGICA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LOS DOLORES
PATRONA PRINCIPAL DE LA DIÓCESIS DE QUERÉTARO

Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., 15 de septiembre de 2016.
Año de la Misericordia
***

escudo del obispo

Estimados hermanos y hermanas todos en el Señor:

1. Después de haber celebrado con la Iglesia universal el día de ayer la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, hoy celebramos la memoria de la Santísima Virgen María de los Dolores. Acontecimiento que para nuestra Iglesia diocesana es de singular importancia, pues la figura de María al pie de la cruz, es parte integral de nuestra identidad, de nuestra misión y de nuestra esperanza. Al celebrar en este día esta gran fiesta, nuestra Iglesia diocesana, fija su mirada en el misterioso dolor de la mujer que con su “sí” perenne, colaboró con Dios en la obra entera de la redención. La Virgen María sufrió muchas penas y dolores. Los cuatro evangelistas nos narran acontecimientos que no podían menos de causar un profundo dolor en María. En el evangelio de esta noche hemos escuchado como Simeón le anuncia que una espada traspasaría su corazón (cf. Lc 2, 35). San Bernardo comentando este texto dice: “Oyó María Santísima la triste profecía y al mismo tiempo recibió especial luz del Cielo para conocer más y más la bondad de su Hijo, la injusticia lo que en él se había de ejecutar, la calidad y enormidad de los tormentos y la impiedad de los enemigos. Con esto, las palabras con que Simeón profetizó la espada de su compasión, le fueron palabras para su oído pero espadas para su pecho: fue una espada no profetizada con acentos, sino con cuchillos; fue profetizarle heridas hiriéndole, porque cada palabra de aquellas fue un agudo filo que llevando en la punta la muerte del Hijo y Madre, le penetró hasta el alma dejando en ella aglomeradas muertes para que por falta de ellas no hubiese en adelante en aquella Virgen angustia que no fuese mortal” (San Bernardo, Sobre los dolores de María Santísima, Libro II, cap. V).

2. Esto nos lleva como Iglesia a decir junto con la liturgia: “Dichosa la Virgen María, que sin morir, mereció la palma del martirio junto a la cruz del Señor”. San Bernardo lo hará diciendo: “En verdad, Madre santa, una espada traspaso tu alma. Jamás, esta espada no hubiera penetrado en la carne de tu Hijo sin atravesar tu alma. Por lo tanto, te llamamos más que mártir, ya que tu sentimientos de compasión superaron las sensaciones del dolor corporal” (cf. San Bernardo Sobre los dolores de María Santísima Libro I, Cap. XIV).

3. La tradición cristiana a lo largo de los siglos ha simplificado y escenificado este dolor, plasmándolo en siete escenas muy concretas, cargadas de un profundo misticismo y de una gran enseñanza aún para nuestros días, pues sin duda que cada una de ellas están íntimamente unidas a Jesús en el evangelio. El Primer Dolor: La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús. El Segundo Dolor: La huida a Egipto con Jesús y José. El Tercer Dolor: La pérdida de Jesús. El Cuarto Dolor: El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario. El Quinto Dolor: La crucifixión y la agonía de Jesús. El Sexto Dolor: La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto. El Séptimo Dolor: El entierro de Jesús y la soledad de María. Los dolores de Nuestra Señora, no deben reducirse a los que sufrió en el Calvario. “Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio” (cf. Tomas Kempis). De una manera semejante podemos afirmar que toda la vida de su Madre fue vida de llanto bienaventurado.

4. Todo esto nos permite entender que el amor de María fue un amor fiel y dispuesto, que llegó hasta el más grande dolor por ese amor. Y es que Amor que no es fiel en los momentos de dolor, es apariencia, farsa, caricatura del amor. Por el contrario, amor que permanece fiel en la tribulación, en el desamparo, en la ausencia, en el sufrimiento, no sólo se demuestra como amor auténtico y real, sino que se depura y purifica como el oro en el crisol, se aumenta y agiganta como llama que prende en leña seca, se consolida y fortalece como piedra que en invierno hunde sus raíces en la tierra.

5. Queridos hermanos y hermanas, la realidad nos enseña que la escena del calvario, hoy sigue estando presente en muchos sectores de nuestro entorno, sobre todo en situaciones de la vida concreta de las familias, de los niños, de los jóvenes, a migración, el desempleo, la violencia. Muchos de nuestros jóvenes sufren, especialmente cuando el sinsentido se apodera de sus existencias y de sus proyectos humanos, profesionales, familiares. Lo triste y cruel de todo esto es que nos hemos hecho inmunes al dolor ajeno, a la desgracia del vecino, al sufrimiento de los demás. El Papa Francisco en días pasados nos ha invitado a “no solo ver, sino mirar. No solo oír sino escuchar. No solo cruzarse sino pararse. No solo decir ‘pobre gente’, sino dejarse llevar por la compasión. Y después acercarse, tocar y decir en la lengua que a cada uno le viene en ese momento, la lengua del corazón: ‘no llores’, y dar al menos una gota de vida” “Estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y debemos trabajar y pedir la gracia de hacer una cultura del encuentro, de este encuentro fecundo, de este encuentro que restituya a cada persona la propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad de viviente”. (cf. Misa santa Marta, martes 13 septiembre).

6. Ante este dolor no podemos permanecer impasible, estamos llamados a unirnos a él, mediante una verdadera com-pasión; sentir com-pasión no puede ser un mero sentimiento en nosotros, sino una verdadera escuela que nos permita sufrir como María. “Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia” (EG, 286). Hagamos nuestras las palabras de la bella secuencia de esta fiesta que dicen:

Oh dulce fuente de amor,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi cazón abrazado
más viva en él que conmigo”.
(cf. Secuencia para la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, Leccionario, p. ).

7. Unidos espiritualmente a la Virgen de los Dolores, renovemos también nosotros nuestro «sí» al Dios que eligió el camino de la cruz para salvarnos. Se trata de un gran misterio que aún se está realizando, hasta el fin del mundo, y que requiere también nuestra colaboración. Que María nos ayude a tomar cada día nuestra cruz y a seguir fielmente a Jesús por el camino de la obediencia, del sacrificio y del amor. Amén.

+Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro