HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA SANTA NOCHE DE LA NAVIDAD
Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., sábado 24 de diciembre de 2016.
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Queridos hermanos y hermanas todos en el Señor:
- La belleza de los signos, los textos, los cantos, las flores, las luces y todo el contexto que enriquece la liturgia de esta noche, nos ayudan a comprender que esta celebración tiene algo de especial, algo diferente, algo único. ¿Qué es? ¿De qué se trata? Celebramos Navidad, es decir, celebramos que: «La Virgen María dio a luz y tuvo a su hijo primogénito» (cf. Lc 2, 7), «Un niño nos ha nacido. Un niño se nos ha dado» (Is 9, 1-3. 5-6). «Ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (cf. Lc 2, 11). Cumpliéndose así en dicho acontecimiento, las promesas de la salvación hechas a nuestros primeros padres, quienes por desobediencia, arrastraron a la humanidad entera a la pérdida de la gracia, dejándole herida y necesitada de la salud. El Señor escuchó el ruego de los profetas, por eso no desdeñó nuestra raza perdida, más aún «la engrandeció e hizo grande nuestra alegría» (Is 9,2); desde el cielo el Señor envió a su Hijo como médico. «Dios mismo, ha querido venir para sanar las heridas de la naturaleza humana que sobrepasan nuestra curación, pues no estaba en nuestras manos remediar el mal, hacía falta que lo reparase él» (cf. San Cirilo de Jerusalén, Catequesis sobre el misterio de la Encarnación, 12, 7). El mismo Señor dice a su vez: «Vengo a habitar dentro de ti» (cf. Zac 2, 14-15). Por eso asume nuestra frágil y débil naturaleza. Él no viene con poderío y grandiosidad externa. Viene como niño inerme y necesitado de nuestra ayuda. No quiere abrumarnos con la fuerza. Nos evita el temor ante su grandeza. Pide nuestro amor: por eso se hace niño. Se hace uno como nosotros, asume nuestra historia y la redime. Con su venida da inicio a la obra de la salvación que tendrá su culmen en la cruz gloriosa de Cristo. Esto es la Navidad y esto es lo que hoy celebramos.
- Al participar cada uno de nosotros de esta gran fiesta, no podemos pensar que este acontecimiento se trate de un mero recuerdo, como si fuese una especie de cuento que nos trasmite la historia, quedando a la vera del camino, o como si se tratase de un aniversario más que por el devenir de la historia hay que celebrar. La sagrada liturgia nos permite adentramos en este misterio de salvación, invitándonos a conmemorar los hechos ocurridos, siendo testigos de primera mano de la Encarnación del Hijo de Dios en nuestra historia, dejando que Cristo Jesús nos cure y nos sane, con su amor y su ternura. Los pastores en aquella noche santísima, recibieron la invitación del coro de los ángeles para ir a contemplar aquel misterio tan sublime, y dejarse así, interpelar por el amor, la pequeñez, la fragilidad, la ternura del pequeño Niño, «envuelto en pañales y recostado en un pesebre» (cf. 2, 7). La Iglesia, en esta noche santísima, de la misma manera nos dirige la invitación —a nosotros y a todos los hombres de buena voluntad—para que con alegría vayamos a «Belén» y allí, en adoración y con el corazón en silencio, acojamos y reconozcamos al Hijo de Dios que viene para sanarnos de nuestras heridas personales, familiares, históricas, sociales y culturales; para reconciliarnos con Dios y devolvernos la gracia perdida. ¡Dejemos que la curiosidad humana nos ponga en contacto con la sorpresa divina! Con la confianza que el Señor sabrá acogernos, con su mirada tierna, pura, sin prejuicios. No tengamos miedo al amor. No tengamos miedo a la ternura. No tengamos miedo al misterio de Dios. No tengamos miedo a que Dios toque nuestras llagas y nuestras heridas para sanarlas y cicatrizarlas con el dulce bálsamo de su amor, que aunque pequeño físicamente, inconmensurable.
- San Cirilo de Jerusalén nos aconseja «Si hay aquí alguno que esté esclavizado por el pecado, que se disponga por la fe a la regeneración que nos hace hijos adoptivos y libres; y así, libertado de la pésima esclavitud del pecado y sometido a la dichosa esclavitud del Señor, será digno de poseer la herencia celestial» (cf. Catequesis sobre el misterio de la Encarnación, 1,2-3. 5-6: PG 33, 371, 375-378). El tiempo presente es tiempo de reconocer nuestros pecados; es tiempo de dejar que Jesús médico, de las almas y de los cuerpos, unja con su amor nuestras heridas, tanto espirituales como corporales; es tiempo que con su amor y su ternura, unja nuestras relaciones humanas y sociales, de manera que se vean renovadas y demos así, cabida al perdón y a la reconciliación. Es tiempo que el Señor, con su aliento de recién nacido «renueve los corazones de los hombres para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano, los pueblos busquen la concordia, el amor venza al odio, la venganza deje paso a la indulgencia y la discordia se convierta en amor mutuo» (cf. Misal Romano, Plegaría Eucarística de la Reconciliación II). El mismo San Cirilo de Jerusalén dirá en otro lugar «Reconoce el mal que has hecho, de palabra o de obra, de día o de noche. Reconócelo ahora que es el tiempo propicio, y en el día de la salvación recibirás el tesoro celeste». (cf. Catequesis sobre el misterio de la Encarnación, 1,2-3. 5-6: PG 33, 371, 375-378).
- Queridos hermanos, cuando pareciera que no hay motivos para celebrar Navidad, hoy sencillamente, a la luz de la palabra de Dios, nos damos cuenta que sí. ¿Por qué? Porque esta fiesta nos recuerda que nuestro Redentor está con nosotros. «Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Del cielo ha descendido para nosotros la paz verdadera» ( de Entrada). Que al desear feliz Navidad a nuestros seres queridos, lo hagamos con la firme esperanza que si en su corazón, en su espíritu o en su cuerpo hay algún sufrimiento, el Niño Jesús cure sus heridas con el «aceite del consuelo» y el «vino de la esperanza». Que la alegría que provoca en nosotros el celebrar Navidad no sólo sea un sentimiento sino un estilo de vida que transforme todas las realidades, estructuras y situaciones que entretejen la historia personal o de la comunidad; que estas fiestas de Navidad nos ayuden a todos a deshacernos de las cargas históricas y familiares que nos impiden ser verdaderamente libres y capaces de vivir nuestra fe y nuestras convicciones religiosas, sin dicotomías entre la fe y la vida. Cristo ha venido a romper con todo esto. «Enseñándonos a renunciar a una vida sin religión» (Tit 2, 12). «Pues el sentido religioso es una vocación. La vocación a la vida… Por consiguiente, rasgo característico de nuestra naturaleza, que dispone al alma a tender a Dios y, en cierto modo, casi la inclina a que intente aferrarle… El sentido religioso es la iniciativa de Dios que nos crea. No podemos evitarla, aunque si podemos intentar neciamente rechazarla o contradecirla» (cf. Luigi Giussani, El sentido de Dios y el hombre moderno, p. 21-22). Que cada uno dejemos que el pequeño niño nos enseñe a vivir, amar y profesar nuestra fe.
- Queridos hermanos, celebremos la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo, con ánimo alegre y con espíritu bien dispuesto:
«Acudamos, fieles, alegres, triunfantes.
Vengamos, vengamos a Belén,
Veamos al recién nacido, el Rey de los ángeles.
Vengamos, adoremos. Vengamos, adoremos.
Vengamos, adoremos al Señor» (cf. Villancico tradicional). Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro