HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA RECEPCIÓN DE LA IMAGEN BENDITA DE NUESTRA SEÑORA DE EL PUEBLITO EN SU 70 ANIVERSARIO DE CORONACIÓN PONTIFICIA
Templo de San Francisco, Col. Centro Histórico, Santiago de Querétaro, Qro., 07 de octubre de 2016.
Año de la misericordia
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Estimados hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. El antiguo himno del Akatistos con el que la Iglesia Ortodoxa saluda a María, la Madre de Dios, desde el s. VII, en una de sus estrofas dice:
“Gabriel, maravillado de la hermosura de Tu Virginidad;
y del sublime esplendor de Tu Pureza;
Exclamó diciendo: ¡Oh Madre de Dios!
¿Qué alabanza, digna de Ti, puedo yo ofrecerte?
¿Cómo podría nombrarte acorde a Tu Dignidad?
Más, me quedo perplejo y asombrado.
Pero según la orden que he recibido, a Ti exclamo:
¡Salve, Oh Llena de Gracia!”.
2. Al celebrar en este día el inicio de esta gran fiesta, con la que el pueblo queretano desea honrar a la Santísima Virgen María, al conmemorar el LXX aniversario de la coronación pontificia de la Venerada Imagen de Ntra. Sra. del Pueblito, hoy en la memoria litúrgica de Nuestra Señora del Rosario, hacemos nuestras estas bellas palabras y como el poeta le decimos a María: “¿Qué alabanza, digna de Ti, puedo yo ofrecerte?”. Pues ante la belleza del misterio que envuelve a la Madre de Dios, la palabra se vuelve inefable y el corazón enmudece. Este misterio es el de la Encarnación que resplandece a la luz de la Pascua del Redentor. Es el misterio que “El Espíritu Santo, la mano del Padre, escribe la Palabra – el Verbo – sobre el libro virgen que es el seno de María”. Hoy como pueblo fiel y devoto queremos decirle a la virgen santa: “… ¿Oh Madre de Dios, que elogio digno de ti puedo ofrecerte…? ¡Lo único que puedo hacer es asombrarme y admirar…!”.
3. Quiero invitarles para que se dejen asombrar y admirar, no por la belleza física de la Imagen, — que es muy bonita—, sino más bien por la belleza y hermosura del misterio que la envuelve. Admirar con un corazón de hijo, que desea ver en su madre, su vida, su historia, su verdad, su riqueza y su dignidad. Pues sólo a la luz del misterio de Cristo es posible que el ser humano se entienda (cf. GS, 22). Para ello es importante, entonces, recuperar el asombro ante este misterio, dejarnos envolver por la grandeza de este acontecimiento. María no es grande en sí misma, es grande y bienaventurada porque supo decir “sí” a la palabra del Padre. Sólo abriéndonos a la acción de su gracia y buscando seguirle cada día, realizamos el proyecto de Dios sobre nosotros, sobre cada uno de nosotros. Desgraciadamente la cultura mediática, el frenesí de la vida, y la cultura de lo transitorio, nos han robado esta capacidad para detenernos a contemplar y admirar.
4. Un camino para contemplar es el santo rosario, el cual nos permite admirar paso a paso el misterio de Dios y de las maravillas que obra en la historia de la salvación. Con el Rosario, nos dejamos guiar de María, modelo de fe, en la meditación de los misterios de Cristo, para que día a día, podamos asimilar el Evangelio, de tal forma que modele toda nuestra vida. Es necesario ante todo dejarse conducir de la mano de la Virgen María a contemplar el rostro de Cristo: rostro alegre, luminoso, doloroso y glorioso. Pues quien, como Ella y junto a Ella, custodia y medita asiduamente los misterios de Jesús, asimila cada vez más los sentimientos de Cristo y se conforma a Él.
5. El Rosario es ‘escuela de contemplación y de silencio’. A primera vista, podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda justamente para la meditación y la contemplación. En realidad, esta cadenciosa repetición del Ave María no turba el silencio interior, sino que lo busca y alimenta. De la misma forma que sucede con los salmos cuando se reza la Liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las mismas palabras y junto a ellas habla al corazón. Así, recitando el Ave María es necesario poner atención para que nuestras voces no “cubran” la de Dios, que siempre habla a través del silencio, como “el susurro de una brisa ligera” (1 Re 19, 12). ¡Qué importante es entonces cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en la recitación personal como en la comunitaria! También cuando es rezado, por grandes asambleas y como hacen cada día en este en tantos lugares, es necesario que se perciba el Rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior.
6. El Rosario nos ayuda a contemplar pues está todo entretejido de elementos sacados de la Sagrada Escritura. Hay ante todo la enunciación del misterio, con palabras tomadas de la Biblia. Sigue el Padrenuestro: al imprimir a la oración un movimiento “vertical”, abre el alma de quien recita el Rosario en una justa actitud filial, según la invitación del Señor: “Cuando recen digan: “Padre...” (Lc 11, 2). La primera parte del Ave María, tomada también del Evangelio, nos hace cada vez volver a escuchar las palabras con que Dios se ha dirigido a la Virgen a través del Ángel, y las bendiciones de la prima Isabel. La segunda parte del Ave María resuena como la respuesta de los hijos que, dirigiéndose suplicantes a la Madre, no hacen otra cosa que expresar su propia adhesión al diseño salvífico revelado por Dios. Así el pensamiento de quien reza está siempre anclado en la Escritura y en los misterios que en ella se presentan.
7. Queridos hermanos y hermanas, en el mundo actual tan dispersivo, esta oración nos puede ayudar a poner a Cristo en el centro, como hacía la Virgen, que meditaba interiormente todo aquellos que se decía de su Hijo, y lo que Él hacía y decía. Mientras en la cultura contemporánea, incluso entre tantas contradicciones, aflora una nueva exigencia de espiritualidad, impulsada también por influjo de otras religiones, es más urgente que nunca que nuestras comunidades cristianas se conviertan en «auténticas escuelas de oración» (cf. RVM, 5) y para ello la oración puede ser un camino seguro. La unión con Dios no aleja del mundo, al contrario nos da la fuerza para permanecer realmente en el mundo, para hacer lo que se debe hacer en el mundo. Así pues, también en nuestra vida de oración tal vez podemos tener momentos de particular intensidad, en los que sentimos más viva la presencia del Señor, pero es importante la constancia, la fidelidad de la relación con Dios, sobre todo en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento, de aparente ausencia de Dios. Sólo si somos aferrados por el amor de Cristo, seremos capaces de afrontar cualquier adversidad, como san Pablo, convencidos de que todo lo podemos en Aquel que nos da la fuerza (cf. Flp 4, 13). Por consiguiente, cuanto más espacio demos a la oración, tanto más veremos que nuestra vida se transformará y estará animada por la fuerza concreta del amor de Dios.
8. La contemplación de Cristo en nuestra vida —como ya he dicho— no nos aleja de la realidad, sino que nos hace aún más partícipes de las vicisitudes humanas, porque el Señor, atrayéndonos hacia sí en la oración, nos permite hacernos presentes y cercanos a todos los hermanos en su amor.
9. Queridos hermanos y hermanas, en la contemplación es donde realmente podemos acoger el Señorío de Cristo para nuestra vida. Es en la contemplación del misterio donde cada uno realmente podemos entender el camino de Cristo; el creyente se sitúa ante la imagen del verdadero hombre. Contemplando por ejemplo en su nacimiento, aprende el carácter sagrado de la vida, mirando la casa de Nazaret se percata de la verdad originaria de la familia según el designio de Dios, escuchando al Maestro en los misterios de su vida pública encuentra la luz para entrar en el Reino de Dios y, siguiendo sus pasos hacia el Calvario, comprende el sentido del dolor salvador. Por fin, contemplando a Cristo y a su Madre en la gloria, ve la meta a la que cada uno de nosotros está llamado, si se deja sanar y transfigurar por el Espíritu Santo. De este modo, se puede decir que cada misterio del Rosario, bien meditado, ilumina el misterio del hombre y nos hace capaces de reproducir en nosotros los misterios de la vida de Cristo.
10. Tengamos la confianza de dirigirnos a Dios siempre con esta bella oración. María, estará siempre dispuesta para ayudarnos a contemplar el misterio de su Hijo. Ella siempre nos encamina y conduce a si Hijo para que juntos lleguemos al Padre. Por eso hoy con confianza le decimos: “¡Oh Purísima Madre de Dios, inclina tus oídos, a éste, tu pueblo sumergido en las aflicciones, sálvanos y guárdanos de todos los asaltos del enemigo!” Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro