Homilía en la Celebración Eucarística del XXV Aniverdsario de Vida Sacerdotal del Pbro. Jorge Rodríguez Escobedo

Tequisquiapan, Qro., 17 de octubre de 2011

 ¡Cantaré eternamente las misericordias del Señor! (Sal. 89, 2)

Saludo en el Señor a mis hermanos gracias por estar aquí con nosotros:

Saludo a cada uno de ustedes queridos sacerdotes, de manera particular a ti Padre Jorge, felicidades por tu entrega y generosidad, mediante el ejercicio del sacerdocio eterno de Jesucristo:

A los hermanos y hermanas de la Vida Consagrada:

A los fieles laicos:

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

1.   ¡Cantaré eternamente las misericordias del Señor! (Sal 89, 2)  Son las palabras con las que en la liturgia de la Palabra de este día, hemos dado respuesta a la Palabra de Dios que se nos ha proclamado. Ellas son un himno a la bondad y a la fidelidad de Dios, que ha jurado a David de conservar eterna su descendencia y su trono. Justicia y derecho son la base del trono de Dios; sobre estos cimientos, él dará estabilidad eterna al trono de David y que ahora está en medio del pueblo de Dios. El salmista reitera su confianza en la bondad y fidelidad de Dios en las promesas hechas por él, considerando su excelsa grandeza a la cual nada puede ser igualado, celebrando su omnipotencia, que se manifiesta en la creación, en el gobierno del mundo y en la protección acordada al pueblo elegido y a su rey. Palabras que humanamente son el canto que elevamos a Dios por el don de su sacerdocio, de manera especial en la persona del Padre Jorge.

2.   Al reunirnos en esta celebración eucarística se renueva esta promesa hecha por parte de Dios a David, pues Dios cumple  las promesas y el juramento hechos en su Hijo Jesucristo, nacido de la estirpe de David, según la carne (Rm 1, 3). Dice San Pablo “de la descendencia de David, según la promesa, Dios otorgó para Israel un Salvador, Jesús (Hch 13, 23). Cristo es el rey y el verdadero pastor supremo de la Iglesia, el verdadero David, ungido por Dios, constituyéndolo sacerdote, con la unción del Espíritu Santo. Ya que, por la unción del Espíritu Santo, constituyó a su Hijo Unigénito Pontífice de la Alianza Nueva y Eterna, y ha querido que su sacerdocio único se perpetuara en la Iglesia”. El Padre, que es el origen de la gracia, obra en su Hijo Unigénito mediante el Espíritu Santo y Jesucristo es así constituido Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza.

3.   La carta a los Hebreos revela el valor y significado sacerdotal de la unción de Jesús con el Espíritu Santo haciendo referencia al salmo 45, 8. “ Te unge Dios, tu Dios, con el oleo de la alegría entre tus compañeros” y denomina a Jesús “apóstol y sumo sacerdote de nuestra fe” (Hb. 3, 1).  Esta línea sacerdotal, inaugurada con la carta a los Hebreos, revela la dignidad y la función sacerdotal de Jesús, ha tenido un desarrollo teológico en la tradición patrística y ha sido asimilada tanto en la plegaria de bendición del agua bautismal como en el prefacio de la Ordenación que más adelante cantaremos. La vida de Dios en su Unigénito, con el Espíritu Santo viene representada como una acción que constituye Sacerdote a Jesucristo.

4.   Dios Padre establece que el sacerdocio del Hijo venga comunicado a la Iglesia «has querido que su sacerdocio único se perpetuara en la Iglesia»,  esta afirmación dice sobretodo que la Iglesia es comunidad sacerdotal en su totalidad y en su naturaleza. Toda la actividad salvífica de Cristo viene entendida  y representada  en su aspecto sacerdotal; comunicándose a la Iglesia le trasmite sus caracteres; mediante Jesús,  también el sacerdocio de la Iglesia es obra de Dios Padre, mediante la efusión del Espíritu Santo. Haciéndonos partícipes del sacerdocio de Cristo, habilitándonos para ofrecer la propia vida  en unión con el sacrificio de Cristo en el culto auténtico a Dios Padre y capacitándonos para la ofrenda de la Eucaristía y a toda la acción litúrgica de la Iglesia (Cfr. LG 10-11).

5.   La comunicación de esta dignidad sacerdotal se refiere a toda la Iglesia a todos los bautizados y ungidos con el santo crisma. Pero de entre los bautizados algunos vienen llamados  para recibir otra participación del sacerdocio de Cristo, llamado Sacerdocio ministerial, que se confiere con el sacramento del Orden; el prefacio dice: “con especial predilección y mediante la imposición de las manos, elige a algunos de entre los hermanos, y los hace partícipes del ministerio de salvación”. El efecto de la predilección se explica en la elección y en la vocación, el don con el que tal efecto se concretiza es la participación en el ministerio de salvación, que pertenece a Cristo por naturaleza. Él es el «Único Sacerdote» que con el sacrificio de sí mismo salva a todos los hombres; aquellos fieles que él elige se convierten entre los demás fieles en “signo del sacerdocio de Cristo”.

6.   El sacerdocio ministerial, dado por el sacramento del Orden, viene trasmitido con la imposición de las manos del Obispo y la oración consecratoria.  Derivándose  las funciones que comporta sobre los ministros ordenados, como consecuencia, el ejercicio de las virtudes correspondientes y de la caridad pastoral:

«a fin de que renueven, en su nombre, el sacrificio redentor, preparen para tus hijos el Banquete Pascual, fomenten la caridad en tu pueblo santo, lo alimenten con la Palabra y lo fortifiquen con los sacramentos». Los oficios del sacerdocio ministerial son la celebración de la Eucaristía, sacrificio y sacramento del Señor, el servicio de la Palabra de Dios y la administración de los sacramentos. Se trata de toda la extensión del ministerio en su aspecto cultural, evangelizador y pastoral, que comporta el ejercicio de la correspondiente potestad.

a)    La Eucaristía: La primera tarea de los ministros ordenados se refiere a la Eucaristía, renovar el misterio del Señor haciendo el memorial según su mandato: “hagan esto en conmemoración mía” (Lc. 22, 19; 1 Cor. 11, 24-25). La celebración de la Eucaristía es el memorial  de la muerte y resurrección  del Señor, el sacrificio de nuestra redención, el convite pascual al cual Dios Padre invita ofreciéndonos  como alimento a su Hijo Jesucristo; es el centro y el culmen del movimiento de glorificación, que los hijos de Dios en la Iglesia, ofrecen al Padre celeste y del movimiento de santificación que el Padre dona a sus hijos (Cfr. SC 7). La función de ofrecer este acto, renovando la acción sacrificial  y sacramental  del Señor, es confiada  a los sacerdote ayudados de los diáconos. Por medio de ellos toda la comunidad Cristiana  está en posibilidad de ofrecer a Dios el Sacrificio de Cristo a quien se une y de recibir el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, como alimento de fe y de existencia cristiana en el mundo (Cfr. LG 10; PO 2). Ya que la Eucaristía es el acto central  y el vértice de la liturgia de la Iglesia, es así que los sacerdotes se encuentran en el corazón y en el vértice de la acción salvífica, donde la gracia, el culto a Dios y la libre respuesta  de los hombres se encuentran en su más alto y eficaz dinamismo, en una palabra, nos «introducen» en el misterio de Dios. Es oportuno decir, que los ministros sagrados han de esforzarse por celebrar lo que laTradición de la Iglesia celebra y ha celebrado, con devoción y con fidelidad; muchas veces basta hacer lo que ya los libros litúrgicos nos dicen, entender su espíritu y revisar las indicaciones; respondiendo a la promesa hecha el día de la ordenación, ya que de esta manera, se custodia la fe y se enriquece la vida espiritual  para provecho personal y de la comunidad cristiana a ellos confiada. Sin olvidar que a cada celebración le exige una santa preparación material, física, mental y espiritual.

b)    La Palabra de Dios: Junto con la potestad eucarística,  a los ministros ordenados viene confiado el servicio de la Palabra de Dios. “vayan por todo el mundo a predicar el Evangelio a toda creatura” (Mt 28, 19). San Pablo entiende esta función evangelizadora como el ejercicio litúrgico sacerdotal “Aquel Dios al cual doy culto en mi espíritu anunciando el Evangelio” (Rm 1, 9), y afirma: “les he escrito con cierta audacia, llamando a su memoria a causa de la gracia que me ha sido dada por parte de Dios, de ser liturgo de Jesucristo entre los paganos, siendo sacerdote del Evangelio de Dios para que la ofrenda de los paganos sea agradable y santa en el Espíritu Santo” (Rm. 15, 15-16). San Pablo usa en este pasaje una terminología única cuando se refiere  al ministerio, habla de sí como el liturgo, es decir, ministro de culto, en cuanto ofrece a Dios como forma de culto, la propia actividad de evangelización, de predicación del Evangelio y del anuncio del kerigma. Benedicto XVI explicando Rm. 15, 15-16 decía: “Anunciar el Evangelio para unir a los pueblos en la comunión  de Cristo resucitado, es una acción sacerdotal. El apóstol del Evangelio, es un verdadero sacerdote, hace lo que es la centralidad del sacerdocio, prepara un verdadero sacrificio. Un segundo elemento decía, es la meta de la acción misionera, es la liturgia cósmica, es decir, que el pueblo unido en Cristo y el mundo se conviertan como tal en gloria de Dios, oblación agradable y santa, en el Espíritu Santo …”[1].

c)   Los sacramentos: Con la potestad del Espíritu Santo que el Señor ha dado de manera especial a sus ministros es como se realiza la acción sacramental.  La Liturgia ha concretizado esta efusión del Espíritu poniendo en la fórmula de cada sacramento la mención e invocación del Espíritu Santo, signo de la donación real. De esta manera en la celebración de los sacramentos viene a cumplimiento, por medio de los ministros la misión de anunciar el mensaje, de instruir en la fe y de formar al pueblo de Dios.

En la ordenación el Obispo pregunta al candidato: ¿Quieres celebrar con piedad y fidelidad los ministerios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia? Y el elegido responde: sí, quiero. Este sí manifiesta la libre voluntad y entrega adhiriéndose al ministerio con fidelidad. Viviendo la experiencia de esta caridad sirviendo a Dios, de quien han recibido el Espíritu y sirviendo a los hombres, a la comunidad humana y cristiana en donde encuentran su razón de ser.

7.     La dignidad y la función sacramental, implica en los ministros que conformen su vida y conducta, a la acción  que deben cumplir por oficio, y a la exigencia de la santidad específica que deriva del sacramento del Orden. A este propósito el prefacio así expresa el proyecto del Padre sobre la existencia de los ministros ordenados. «y, consagrando  su vida a ti y a la salvación de los hermanos, se esfuercen en reproducir en sí la imagen de Cristo y te den testimonio de fidelidad y de amor…». El Padre propone a los sacerdotes el modelo de Cristo, a él se deben conformar; no solo se trata de una conformación ontológica sacramental, que es donada por Dios y realizada por el Espíritu Santo en la ordenación misma, sino de la secuela de Cristo que cada uno debe realizar con la libre respuesta de la virtud y de su existencia. El amor por Dios y por los hombres tiene en Cristo la suprema actuación “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). El sacerdocio de Cristo en esencia es una oblación existencial, es aquí donde el sacerdote ha de aprender  a conformarse como sacerdote y a beber su espiritualidad sacerdotal.

8.     La donación de la vida al Padre y a los hombres, obra la máxima  conformación existencial a Cristo Sumo Sacerdote. Pero esta donación no se realiza en un momento, como en un momento se ha hecho la ordenación; exige constancia y fidelidad. El tema de la fidelidad es actualmente particular  porque las condiciones en las cuales se desarrolla el ministerio son difíciles y muchas veces debilitadoras, se necesita de poner en práctica la gracia sacerdotal y de reavivar el carisma recibido (2 Tm. 1, 6-8).

9.   El ministro ordenado sirve a Dios y a los hombres cumpliendo la misión de evangelizar, celebrando la Eucaristía, administrando los sacramentos, catequizando y formando al pueblo creyente; en esta actividad expresa el modelo de Cristo y se configura esencialmente a su imagen. El modo de ser semejante a Cristo consiste en el hacer propios los oficios confiados en la propia ordenación. «Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Advierte  bien lo que vas a realizar, imita lo que tendrás en tus manos y configura toda tu vida con el ministerio de la cruz del Señor». Son la palabra que el Obispo le dice al sacerdote recién ordenado, en  el momento que le entrega la patena con el pan y el cáliz con el vino. Notamos que por una parte la dignidad sacramental y la función del sacerdote ministerial exigen la proyección a la perfección y a la santidad, y le ofrece los elementos necesarios de gracia a los cuales está llamado.

10.  Quisiera terminar, diciendo: «el sacerdote, al ser ministro de las realidades divinas y al tener la noble tarea de ser el puente entre Dios y los hombres, para la glorificación de Dios y la santificación del género humano, está llamado a hacer de su tarea una «obra de arte», es decir, que cada vez que acercándose al Altar de Dios, con la predicación de la Palabra y la confección de los sacramentos, como el gran artista que inspirado y arrebatado por el «Mysterium», componga en el corazón y en la vida de los creyentes una verdadera sinfonía,  que sea capaz de arrebatar el espíritu del ser humano a un compromiso por la búsqueda de  la Verdad y de su destino final».

Amén.

† Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro