Hermanos y hermanas, les saludo con gozo en el Señor a cada uno de ustedes, quienes se han congregado en esta Santa Iglesia Catedral par elevar juntos al Dios Bueno y fiel el Magníficat por los 50 años de vida sacerdotal en la Persona del M. I. Sr Cango. J. Guadalupe Alderete Loza, a quien saludo y felicito.
Nuestro encuentro de esta mañana me ofrece la ocasión para expresarle directamente mi gratitud por su compromiso pastoral. Doy gracias a Dios por su celo, no obstante las condiciones a veces difíciles en las que estamos llamados a testimoniar su amor. Y le doy gracias también porque a lo largo de su ministerio ha prestado múltiples servicios a esta Iglesia Particular.
Saludo con especial apreció a mi hermano obispo: Mons. Florencio Olvera Ochoa. Gracias hermanos por su presencia. Queridos familiares de Mons. Alderete. Muy Ilustres Monseñores. Hermanos presbíteros. Miembros de la Vida Consagrada.
Hermanos todos en Cristo.
1. “He aquí que yo envío a mi mensajero, él preparará el camino delante de mí” (Mal 3, 1). Estas palabras tomadas de la primera lectura que ha sido proclamada del libro del profeta Malaquías, resuenan en este templo para anunciarnos una gran alegría de fe y de esperanza, pues nos anuncian la llegada inminente del Mesías; a su vez son la ratificación de una verdad que podemos ver y constatar cuando contemplamos y celebramos el sacerdocio de Jesucristo, de manera muy concreta en Mons. Alderete, pues expresan un mensaje profético que en Cristo se realiza mediante el ejercicio del sacerdocio de la Nueva Alianza, de esta manera se colabora con la tarea sacerdotal en el hermoso ministerio de la Reconciliación del hombre con Dios, con la Iglesia y con los hermanos, “a fin de que el Señor no venga a destruir la tierra”.
2. Hoy estamos alegres pues esta celebración que nos recuerda como “Toda existencia sacerdotal comienza precisamente con una misteriosa llamada del Señor, por la cual no queda más que darle las gracias eternamente”, pues “el sacerdocio es una llamada constante a colaborar en el servicio de la reconciliación del corazón del hombre con Dios”. Como en los profetas, el mensaje sobre la gracia del perdón es inseparable de la llamada a la conversión y llega a su plenitud. El mensaje de Jesús dio un paso más, no se limitó a predicar el perdón de Dios. Perdonó él mismo, “Tus pecados son perdonados” (Mt 2, 5) nos dice el evangelio. De ahí que los primeros en recorrer un camino de conversión hemos de ser los sacerdotes. En efecto, el comportamiento de Jesús hacia los pecadores y sus palabras acerca del perdón de los pecados suponen la pretensión de actuar en representación de Dios.
3. Queridos hermanos y hermanas, al celebrar hoy los 50 años de sacerdocio de Mons. Alderete, podemos ser testigos que nuestra vida es posible llevarla a la plenitud y, verdaderamente hermosa en la consagración del corazón. Una efectiva vida pastoral comienza teniendo la mirada continua en la llamada de Dios, ahí encontramos las fuerzas para tocar los rostros de Cristo sufriente, ahí tocamos la cruda realidad del hombre, que experimenta el sinsentido y la falta de esperanza; esto nos tiene que comprometer a cada uno a acercarnos al trono de la gracia con un corazón limpio y generoso. Pues la misericordia vale más que todos los sacrificios. De ahí que la salvación de las almas debe ser el principio supremo en la aplicación del derecho. Nos dice Santo Tomás de Aquino: “La justicia sin misericordia es crueldad; la misericordia sin justicia significa disolución del orden” (Comentario a San Mateo 5, 7, 74).
Con ello el abanico de tareas se grande, por ello Por la sagrada ordenación que recibimos, y por los sacramentos que celebramos, estamos llamados a ser hombres de comunión. “Así como el cristal no retiene la luz, sino que la refleja y la devuelve, de igual modo el sacerdote debe dejar transparentar lo que celebra y lo que recibe. Por tanto les animo a dejar trasparentar a Cristo en su vida con una auténtica comunión con el obispo, con una bondad real hacia sus hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona. Dejándose modelar por Cristo, no cambien jamás la belleza de su ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas. Les exhorto, queridos sacerdotes, a no subestimar la grandeza insondable de la gracia divina depositada en ustedes y que les capacita a vivir al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación” (Benedicto XVI).
4. Sin duda que Usted Mons. Alderete hoy que da gracias a Dios trae a su memoria los diferentes servicios que la gracia de Dios le ha permitido desempeñar. Particularmente cuando iniciaba su ministerio sacerdotal en la parroquia de San Sebastián, o significativamente como asistente del “Movimiento de Cursillos de Cristiandad”, durante muchos años, del cual desde mi experiencia sé que ha sido una gracia y una bendición de Dios para su persona, porque mucho aprendemos de los hermanos laicos, con quienes caminamos como discípulos de Cristo. Agradezco significativamente su servicio en la cercanía con el Obispo y la Curia Diocesana; su entrega generosa como profesor en el Seminario, y su dedicación a la Vida consagrada acompañando a diferentes comunidades de vida religiosa, esforzándose en responder generosamente buscando la configuración con Cristo “Buen Pastor”. El esfuerzo por alcanzar la santidad, sin duda ha sido una motivación en su ministerio. Ya que tenemos que vivir el sacerdocio ministerial como el lugar de nuestra santificación. “Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social. La calidad de nuestra vida depende de la calidad de vuestra relación personal con Dios en Jesucristo, de nuestros sacrificios, de la feliz integración de las exigencias de nuestra formación actual. Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana – si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación – debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo” (Benedicto XVI). Creo que después de 50 años de vida sacerdotal, usted nos puede asegurar que nunca será motivo de lamentación haber acumulado durante la formación permanente tesoros intelectuales, espirituales y pastorales.
5. Queridos hermanos, el apóstol de Cristo tiene el deber de identificarse plenamente con él, mediante los diferentes carismas y ministerios. Ciertamente, cada uno de nosotros tiene muy presente la advertencia de Cristo, que nos dijo: “A quien se le dio mucho, se le pedirá mucho» (Lc 12, 48). Sin embargo, la confianza en la misericordia divina nos abre el corazón a la esperanza y nos impulsa a proseguir con serenidad nuestro trabajo, con las manos puestas en el arado, hasta que el Señor quiera.
6. Con este compromiso, todo cristiano en la Iglesia está llamado a esforzarse por ser sal de la tierra y luz del mundo. Y mucho más lo es el sacerdote, responsable oficialmente de volver a proponer a las nuevas generaciones el Evangelio de Cristo, el único que puede salvar al hombre. Ciertamente, el trabajo apostólico nos pone en contacto con la dura realidad de cada día, con un mundo sediento de Dios y que a veces se olvida de él. Pero el Evangelio nos invita a saber esperar la hora de la gracia, a sembrar la buena semilla de la palabra de Dios, conscientes de que tal vez a uno le toca sembrar y a otro recoger. Hoy Monseñor es tiempo de vislumbrar un pasado lleno de bendiciones, viendo con gratitud su historia personal, con reverencia el presente y con esperanza el futuro. A menudo se puede palpar cuán actual es siempre la parábola del Señor, cuando nos habla de la semilla que va creciendo por sí sola, según una lógica misteriosa, de forma que el mismo sembrador queda sorprendido (cf. Mc 4, 27).
7. Los desafíos de la nueva evangelización son grandes. Entre ellos la pérdida del sentido del pecado, la cual es una forma o fruto de la negación de Dios: no sólo de la atea, sino además de la secularista. Si el pecado es la interrupción de la relación filial con Dios para vivir la propia existencia fuera de la obediencia a Él, entonces pecar no es solamente negar a Dios; pecar es también vivir como si Él no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria (Cfr. Reconciliatio et paenitentia, 18). Como san Pablo en el Areópago de Atenas, deberíamos saber hablar con valentía a los hombres de hoy. En efecto, hoy se presentan ante nosotros nuevos areópagos: áreas culturales diversas, realidades nuevas en ámbito nacional e internacional, pero todas deben ser iluminadas por la luz del Evangelio, con la certeza de que Cristo es para todos «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).
8. Esta santa misa de acción de gracias por el pasado se transforma en un momento de súplica por el futuro, para que el Dueño de la Viña haga fecundo el trabajo apostólico que comenzó hace cincuenta años en su vida Mons. Alderete; en ella unen sus voces y sus ruegos quienes le quieren y aprecian, sus amigos familiares y los fieles del Templo expiatorio donde ahora dignamente ejerce el ministerio.
9. Su vida y su testimonio es un impulso a proseguir entregados con ímpetu al servicio del evangelio, aun en el fecundo lecho de la limitación y enfermedad.
10. Aprovecho para agradecer infinitamente su largo servicio prestado en nuestra amada diócesis en la “Vicaría Judicial”, este rubro de la vida pastoral que es indispensable en una Iglesia que busca ofrecer los medios para la salvación del hombre. Muchas gracias Monseñor por su testimonio de sabiduría al guiar esta tarea tan importante durante un largo período en nuestra comunidad diocesana.
11. Quiero hacer mías las palabras del ahora beato Juan Pablo II, que en su aniversario de bodas sacerdotales expresaba como un deseo profundo en bien de los sacerdotes y ahora Padre Alderete deseo para Usted y para nuestra Iglesia que peregrina en Querétaro: “Que Dios siga manteniendo en su sacerdocio una conciencia agradecida y coherente del don que ha recibido y suscite en muchos jóvenes una respuesta pronta y generosa a la llamada del Señor a entregarse sin reservas por la causa del Evangelio”. Hasta aquí las palabras del Beato.
12. Pedimos a Jesucristo nuestro Señor, que fue el pastor y forma del rebaño, luz para el ciego, báculo del pobre, padre común, presencia providente, todo de todos, le bendiga a usted con abundancia de dones (Himno del común de pastores). Que la Virgen acoja tu testimonio como una ofrenda filial, para gloria de la Santísima Trinidad. Que la haga fecunda en el corazón de los hermanos en el sacerdocio y de tantos hijos de la Iglesia. Amén.
† Faustino Armendáriz Jiménez IX Obispo de Querétaro
Homilía en la Celebración Eucarística del 50 Aniversario sacerdotal del M. I. Sr. Cango. J. Guadalupe Alderete Loza
Santiago de Querétaro, Qro., 23 de diciembre de 2011