HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DEL XXV ANIVERSARIO DE ORDENACIÓN SACERDOTAL DEL REV. P. JUAN GÓMEZ ARTEAGA
Templo parroquial de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario y de san Martín caballero, sábado 03 de diciembre de 2016.
Año de la evaluación y programación del PDP.
Estimado(s) señor(es) obispo(s),
queridos hermanos sacerdotes,
estimados miembros de la vida consagrada,
queridos laicos,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
- Al encontrarnos reunidos en esta tarde para celebrar juntos el XXV Aniversario de Ordenación Sacerdotal del Juan Gómez Arteaga, les saludo a todos ustedes en el Señor Jesucristo, el Gran sacerdote de la Nueva Alianza (cf. Hb 8, 6). Quien ha hecho de nosotros un pueblo de sacerdotes. Agradezco al Padre Juan la amable invitación que me ha hecho, para unirme a su acción de gracias por el extraordinario don que la providencia de Dios le ha permitido vivir durante estos 25 años de servicio ministerial y de entrega pastoral. Sin duda que Dios, sabe y reconoce lo que guardas en su corazón sacerdotal. Muchas felicidades, que el Señor le siga fortaleciendo para seguir siendo presencia viva de su amor entre los hombres.
- Acaban de resonar las dulces palabras del Salmo 61, un canto de confianza, que comienza con una especie de antífona, repetida en la mitad del texto. Es como una jaculatoria fuerte y serena, una invocación que es también un programa de vida: “Sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré” (vv. 2-3.6-7). El Salmo, sin embargo, más adelante pone en contraposición dos formas de confianza. Son dos opciones fundamentales, una buena y otra perversa, que comportan dos conductas morales diferentes. Ante todo, está la confianza en Dios, exaltada en la invocación inicial, donde aparece un símbolo de estabilidad y seguridad, la «roca», es decir, una fortaleza y un baluarte de protección. El Salmista confirma: “De Dios viene mi salvación y mi gloria, él es mi roca firme, Dios es mi refugio” (v. 8). Lo dice tras haber evocado las confabulaciones de sus enemigos que “sólo piensan en derribarme de mi altura” (cf. vv. 4-5).
- Pero está también la confianza de carácter idólatra, ante la que el orante fija con insistencia su atención crítica. Es una confianza que lleva a buscar la seguridad y la estabilidad en la violencia, en el robo y en la riqueza. Entonces, se hace un llamamiento sumamente claro: “No confíen en la opresión, no pongan ilusiones en el robo; y aunque crezcan sus riquezas, no les den el corazón” (v. 11). Evoca tres ídolos, proscritos como contrarios a la dignidad del hombre y a la convivencia social. El primer falso dios es la violencia a la que la humanidad sigue recurriendo por desgracia también en nuestros días ensangrentados. A este ídolo le acompaña un inmenso cortejo de guerras, opresiones, prevaricaciones, torturas y asesinatos execrables, cometidos sin remordimiento. El segundo falso dios es el robo, que se manifiesta en la extorsión, en la injusticia social, en la usura, en la corrupción política y económica. Demasiada gente cultiva la «ilusión» de satisfacer de este modo su propia codicia. Por último, la riqueza es el tercer ídolo al que «se apega el corazón» del hombre con la esperanza engañosa de poderse salvar de la muerte (cf. Sal 48) y asegurarse el prestigio y el poder.
- Al servir a esta tríada diabólica, el hombre olvida que los ídolos no tienen consistencia, es más, son dañinos. Al confiar en las cosas y en sí mismo, olvida que es “un soplo”, “apariencia”, es más, si se pesa en la balanza, sería “más leve que un soplo” (Sal 61,10; cf. Sal 38, 6-7). Si fuéramos más conscientes de nuestra caducidad y de nuestros límites como criaturas, no escogeríamos el camino de la confianza en los ídolos, ni organizaríamos nuestra vida según una jerarquía de pseudo-valores frágiles e inconsistentes. Optaríamos más bien por la otra confianza, la que se centra en el Señor, manantial de eternidad y de paz. Sólo Él “tiene el poder”; sólo Él es manantial de gracia; sólo Él es plenamente justo, pues paga “a cada uno según sus obras” (cf. Sal 61, 12-13).
- El Concilio Vaticano II dirigió a los sacerdotes la invitación del Salmo 61 a “no apegar el corazón a la riqueza”. “han de evitar siempre toda clase de ambición y abstenerse cuidadosamente de toda especie de comercio” ( Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, n.17). Ahora bien, este llamamiento a rechazar la confianza perversa y a escoger la que nos lleva a Dios es válido para todos y debe convertirse en nuestra estrella polar en el comportamiento cotidiano, en las decisiones morales, en el estilo de vida. El Papa Francisco en días pasados decía: “El corazón apegado al dinero es un corazón idólatra”, “El pueblo de Dios tiene un gran olfato en aceptar, canonizar o condenar, perdona tantas debilidades pero no dos: el apego al dinero” y también “cuando el cura maltrata a los fieles”. “Que el Señor –concluyó el Papa– nos de la gracia de esta pobreza de operarios, de aquellos que trabajan y ganan lo justo y no buscan más”.
- El sacerdocio, es verdad, es un camino arduo, que comporta incluso pruebas para el justo y opciones valientes, pero siempre caracterizadas por la confianza en Dios (cf. Sal 61, 2). Conifemos en Dios que nunca nos dejará desamparados. Desde este punto de vista, los Padres de la Iglesia vieron en el orante del Salmo 61 una premonición de Cristo y pusieron en sus labios la invocación inicial de total confianza y adhesión a Dios. En este sentido, en el «Comentario al Salmo 61», san Ambrosio argumenta: “Nuestro Señor Jesús, al asumir la carne del hombre para purificarla con su persona, ¿no debería haber cancelado inmediatamente la influencia maléfica del antiguo pecado? Por la desobediencia, es decir, violando los mandamientos divinos, la culpa se había introducido, arrastrándose. Ante todo, por tanto, tuvo que restablecer la obediencia para bloquear el foco del pecado… Asumió con su persona la obediencia para transmitírnosla» («Comentario a los doce salmos» –«Commento a dodici Salmi»– 61,4: SAEMO, VIII, Milano-Roma 1980, p. 283).
- Al celebrar esta feliz efeméride, me alegra que la palabra de Dos nos ponga de frente estas realidades, pues sin duda que son la oportunidad de poder reflexionar sobre la real identidad del sacerdocio y así todos los que hemos sido llamados para tan alto ministerio podamos continuar ejerciendo el ministerio sacerdotal teniendo nuestra confianza sólo en Dios. La Carta a los Filipenses nos enseña la relación entre el despojarse de sí mismo y el espíritu de servicio, que debe animar el ministerio pastoral. Dice San Pablo que Jesús no «retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de Sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2, 6-7). En verdad, difícilmente el sacerdote podrá ser verdadero servidor y ministro de sus hermanos si está excesivamente preocupado por su comodidad y por un bienestar excesivo.
- El ejemplo de Cristo pobre debe llevar al presbítero a conformarse con Él en la libertad interior ante todos los bienes y riquezas del mundo ( Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, 17; 20-21). El Señor nos enseña que Dios es el verdadero bien y que la verdadera riqueza es conseguir la vida eterna: «¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?» (Mc 8, 36-37). Todo sacerdote está llamado a vivir la virtud de la pobreza, que consiste esencialmente en el entregar su corazón a Cristo, como verdadero tesoro, y no a los recursos materiales (cf. Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros, n. 83).
- El sacerdote, cuya parte de la herencia es el Señor (cf. Núm 18, 20), sabe que su misión —como la de la Iglesia— se desarrolla en medio del mundo, y es consciente de que los bienes creados son necesarios para el desarrollo personal del hombre. Sin embargo, el sacerdote ha de usar estos bienes con sentido de responsabilidad, moderación, recta intención y desprendimiento: todo esto porque sabe que tiene su tesoro en los Cielos; es consciente, en fin, de que todo se debe usar para la edificación del Reino de Dios (Lc 10, 7; Mt 10, 9-10; 1 Cor 9, 14; Gál 6, 6) (cf. Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros, n. 83).
- Padre Juan, gracias por este tiempo en el que has ejercido este ministerio en diferentes comunidades en la diócesis como Amealco, Tancoyol, Huimilpan, Victoria, Gto., Pinal de Amoles, Xichú, Gto., Jalpan de Serra, y ahora en la ciudad episcopal; se además que estuviste un tiempo en Misión Adgentes en la Diócesis de Janua, Te felicitamos y te animamos para que sigas dándote sin reservas en la construcción del Reino. El Papa Francisco en su reciente Carta apostólica Misericordia et Misera nos ha dicho algo que hoy, en este día tan especial, quisiera repetirte para que haciendo tuyas esas palabras, tu ministerio pastoral, se distinga por un celoso ministerio del ejercicio de la misericordia.“Os agradezco de corazón vuestro servicio y os pido que seáis acogedores con todos; testigos de la ternura paterna, a pesar de la gravedad del pecado; solícitos en ayudar a reflexionar sobre el mal cometido; claros a la hora de presentar los principios morales; disponibles para acompañar a los fieles en el camino penitencial, siguiendo el paso de cada uno con paciencia; prudentes en el discernimiento de cada caso concreto; generosos en el momento de dispensar el perdón de Dios” (Francisco, Carta apostólica Misericordia et Misera, 10).
- Felicidades Padre Juan, por estos años de entrega sacerdotal, sigue siendo un discípulo misionero de Jesús, alegre y feliz.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro