Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., 16 de junio de 2017.
***
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
- En el salmo de la Misa hemos cantado: “Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre. Cumpliré al Señor mis promesas que le hice ante todo su pueblo” (Sal 115, 17-18). Con estas palabras el orante se dispone, por tanto, a ofrecer un sacrificio de acción de gracias en el que se beberá el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada que es signo de reconocimiento por la liberación. La Liturgia, por tanto, es la sede privilegiada en la que se puede elevar la alabanza agradecida al Dios salvador. De hecho, además de mencionarse el rito del sacrificio se hace referencia explícitamente a la asamblea de « todo el pueblo», ante la cual el orante cumple su voto y testimonia su fe (cf. v. 14). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que incluso cuando se acerca la muerte, el Señor se inclina sobre él con amor. Dios no es indiferente al drama de su criatura, sino que rompe sus cadenas.
- El orante salvado de la muerte se siente «siervo» del Señor, hijo de su esclava, bella expresión oriental con la que se indica que se ha nacido en la misma casa del dueño. El salmista profesa humildemente con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a él en el amor y en la fidelidad.
- El salmista evocando el rito de acción de gracias que será celebrado en el contexto del templo (cf. vv. 17-19), se situará en el ámbito comunitario. Su vicisitud personal es narrada para que sirva de estímulo para todos y así también ellos puedan creer y a amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos vislumbrar a todo el pueblo de Dios, mientras da gracias al Señor de la vida, que no abandona al justo en el vientre oscuro del dolor y de la muerte, sino que le guía a la esperanza y a la vida.
- En esta feliz circunstancia quiero hacer mías estas palabras del salmista, puesto que cobran un sentido profundo y me permiten expresar lo que siento en este momento de mi vida episcopal; como el orante me siento “siervo” en la casa y familia de Dios, la Iglesia; reconozco todas las maravillas que con su gracia se han realizado en mí y la vida de esta comunidad diocesana. En estos seis años he podido constatar la fe sencilla y noble de este pueblo. Su amor entrañable a la Iglesia, a la Santísima Eucaristía y a los santos misterios, su amor a la misión, reflejado cada vez más en el ejercito de agentes de pastoral, misioneros y adoradores perpetuos y nocturnos; su amor a la Santísima Virgen María en sus diferentes advocaciones y devociones, pues me anima y fortalece el hecho de saber que esta diócesis es una diócesis peregrina. Hoy, puedo agradecer a Dios que no camino sólo en la cura pastoral de este pueblo, me acompañan de manera comprometida y testimonial todos y cada uno de ustedes los sacerdotes diocesanos y religiosos. A quien les agradezco tantos gestos de comunión y fraternidad, que lejos de ser un sentimiento afectivo, son un signo teológico- sacramental. Gracias padres por colaborar conmigo. Hoy quiero reconocer y valorar la tarea que el seminario realiza, pues sin duda que los frutos sacerdotales que se van ofreciendo son un ejemplo de la bondad de Dios. El Centro vocacional que se está realizando quiere ser un espacio que contribuya a esta tarea desde las primeras etapas de la adolescencia. Pienso que no hay crisis de vocaciones, lo que puede haber es una falta de promoción y de invitación concreta de parte nuestra. Hagamos de la pastoral vocacional un camino que nos incluya a todos pastores y fieles y que proponga a los jóvenes el sacerdocio como una opción de vida extraordinaria. Valoro y agradezco a todos y cada uno de los laicos que desde sus parroquias, consejos parroquiales, comisiones y dimensiones realizan su labor apostólica. Me complace poder ver la policromía de tantos y tantos movimientos apostólicos, quienes unidos al plan diocesano de pastoral, en cuarta etapa, van buscando vincularse a los objetivos y metas que nos unen y nos identifican. En toda esta tarea el Señor ha estado de nuestra parte.
- Con gozo, junto con ustedes, deseo ofrecer a Dios mi gratitud por la confianza que ha puesto en mí, para apacentar la porción del rebaño que me ha confiado en esta iglesia particular de Querétaro. Lo hago junto con ustedes en esta sagrada Liturgia, pues sin duda que esta, es la sede privilegiada en la que se puede elevar la alabanza agradecida al Dios salvador. A lo largo de estos seis años de misterio pastoral he podido experimentar que efectivamente el Señor ha sido quien me ha guiado y me ha conducido por el camino de la vida. Como el salmista hoy me pregunto “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Y con sus mismas palabras me respondo: “Alzaré la copa de la salvación”. ¿Qué ofreceré, por tanto, al Señor, pues su palabra conmina a no querer sacrificios ni holocaustos? Mi vida toda.
- El día de mi consagración episcopal recuerdo prometí al Señor, delante de la comunidad, entre otras cosas: “anunciar con fidelidad y constancia el evangelio de Jesucristo”; “conservar íntegro y puro el depósito de la fe tal como fue recibido de los apóstoles”; “edificar la Iglesia, Cuerpo de Cristo y emprender en unidad con el orden de los obispos bajo la autoridad de sucesor de Pedro”; “cuidar del pueblo santo de Dios y dirigirlo por el camino de la salvación, con amor de padre”. (cf. Ritual de órdenes, Pág. 39-40). Hoy refrendo estas promesas y mi compromiso de cumplirlas entre ustedes y por ustedes. De manera que invocando el nombre del Señor, pueda continuar siendo discípulo misionero de Jesucristo. Quiero seguir llevando esta mitra sobre mi cabeza, para que como ha dicho el apóstol san Pablo en la lectura que acabamos de escuchar: “Brille la luz en medio de las tinieblas” (2 Cor 4, 6). De manera que cada uno de ustedes sepa conducirse por el camino de la vida.
- Pido a la Santísima Virgen María Nuestra Señora de los Dolores de Soriano que me ayude a agradecer a Dios todos los beneficios que de su bondad hemos recibido. Y que como hasta ahora lo ha venido haciendo, sea Ella la que siempre interceda por mí y por cada uno de ustedes. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro