HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DEL PRIMER CENTENARIO DE FUNDACIÓN DEL INSTITUTO DE MISIONERAS MARIANAS.

Plaza Presbyterorum Ordinis, Seminario Conciliar de Querétaro, Av. Hércules 216 Pte., Santiago de Querétaro, lunes 17 de febrero de 2020.

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Excelentísimos señores arzobispos y obispos,

Hermanos sacerdotes,

Queridos seminaristas,

Muy apreciada Hna. Georgina De León Vega, Supriora General del Instituto de Misioneras Marianas,

Queridos miembros de la vida consagrada,

Queridos laicos,

Hermanos  y hermanas todos en el Señor:

 

Una memoria agradecida

 

  1. Habiendo celebrado durante este tiempo de gracia el Año Santo Jubilar, como preparación al Primer Centenario de fundación del Instituto de Misioneras Marianas, nos reunimos en este día, con la memoria agradecida, para conmemorar el misterio pascual del Señor resucitado y así, agradecer a Dios, por medio del sacrificio eucarístico, todas las bendiciones recibidas en esta Iglesia Diocesana y en muchas partes del mundo, a través del Carisma y la Congregación inspirados por Dios, en la vida y en la obra del P. Luis Martín Hernández y de la Sierva de Dios la Rev. M. Clemencia Borja Taboada. Quienes sintiéndose interpelados por el Espíritu Santo, fundaron aquel 17 de febrero de 1920, el Instituto de Misioneras Marianas «en el que las religiosas se dedicasen totalmente a Dios por la profesión religiosa, como a su amor supremo, viviendo en la Iglesia el Evangelio» (Const. Art. 1 § 1). La historia nos enseña que la persecución religiosa y la aversión a la fe católica, especialmente en nuestro pais, en las primeras dos décadas del siglo XX, fueron el telón de fondo y el crisol para que las hijas de esta Congragación tuviesen como carisma: «configuración con Cristo manso y humilde de corazón evangelizador de los pobres» (Const. Art. 1 § 2). De tal forma que, como un signo vivible del amor de Cristo Casto, Pobre y Obediente, llegasen  a ser, con su ser y con su obrar, la respuesta de Dios para los hombres y mujeres, hambrientos de fe, esperanza y caridad. Hoy, quizá abiertamente no hay persecución religiosas, sin embargo los desafíos y exigencias son mayores.

 

Un carisma que se renueva a la luz del misterio pascual

 

  1. Al celebrar está feliz efeméride, nuestra liturgia nos ofrece en los textos de la palabra de Dios y en sus oraciones, una oportunidad preclara para volver la mirada al corazón de Cristo y desde ahí, renovar el carisma a la luz del misterio pascual y así, vislumbrar los horizontes para continuar viviendo el carisma y ser fieles a las inspiración de los padres fundadores. Sí, su corazón está abierto por nosotros y ante nosotros; y con esto nos ha abierto el corazón de Dios mismo. La liturgia interpreta para nosotros el lenguaje del corazón de Jesús, que devela la mansedumbre y la humildad, como dos de los rasgos esenciales de Dios mismo, en su Hijo Jesús, y así, nos manifiesta la vida consagrada, que está arraigado en lo íntimo de su corazón; de este modo, nos indica el perenne fundamento, así como el criterio válido de todo carisma religioso, que debe estar siempre anclado en el corazón de Jesús y ser vivido a partir de él.
  2. Quisiera meditar hoy, sobre todo, los textos con los que la Iglesia orante responde a la Palabra de Dios proclamada en las lecturas. En esos cantos, palabra y respuesta se compenetran. Por una parte, están tomados de la Palabra de Dios, pero, por otra, son ya al mismo tiempo la respuesta del hombre a dicha Palabra, respuesta en la que la Palabra misma se comunica y entra en nuestra vida.

Dios es amor

 

  1. El más importante de estos textos en la liturgia de hoy es el Salmo 103 – « Dios es amor» –. Este himno de alabanza a Dios comienza en forma de diálogo entre el salmista y su propia alma (vs. 1-6), y luego continúa en el estilo propio de los himnos. Su tema es la infinita bondad del Señor, que se brinda incesantemente a los hombres, en especial a los débiles (vv. 3-4) y a los oprimidos (v. 6). La actitud de Dios hacia los pecadores no es la de un Juez inapelable, sino la de un padre bondadoso (vs. 8-13), que conoce a fondo la miseria del hombre (vs. 14-16). El poema concluye con una invitación a bendecir a Dios, dirigida a todo el universo. Un pecador perdonado sube al Templo para ofrecer un “sacrificio de acción de gracias”, durante el cual hace relato del favor recibido. Acompañado de una muchedumbre de amigos y parientes, a quienes invita a tomar parte en el banquete sacrifical, y asociarse a su acción de gracias. ¡Es un himno al amor de Dios! El Dios de la Alianza. La maravilla de este salmo y de toda la revelación bíblica, es precisamente esta debilidad del hombre que atrae el amor de Dios

 

La paternidad de Dios

 

  1. La fe en Dios Padre pide creer en el Hijo, bajo la acción del Espíritu, reconociendo en la Cruz que salva el desvelamiento definitivo del amor divino. Dios nos es Padre dándonos a su Hijo; Dios nos es Padre perdonando nuestro pecado y llevándonos al gozo de la vida resucitada; Dios nos es Padre dándonos el Espíritu que nos hace hijos y nos permite llamarle, de verdad, «Abba, Padre» (cf. Rm 8, 15). Por ello Jesús, enseñándonos a orar, nos invita a decir «Padre Nuestro» (Mt 6, 9-13; cf. Lc 11, 2-4). Entonces la paternidad de Dios es amor infinito, ternura que se inclina hacia nosotros, hijos débiles, necesitados de todo. El Salmo 103, el gran canto de la misericordia divina, proclama: «Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que lo temen; porque Él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro» (vv. 13-14). Es precisamente nuestra pequeñez, nuestra débil naturaleza humana, nuestra fragilidad lo que se convierte en llamamiento a la misericordia del Señor para que manifieste su grandeza y ternura de Padre ayudándonos, perdonándonos y salvándonos. Y Dios responde a nuestro llamamiento enviando a su Hijo, que muere y resucita por nosotros; entra en nuestra fragilidad y obra lo que el hombre, solo, jamás habría podido hacer: toma sobre “Sí” el pecado del mundo, como Cordero inocente, y vuelve a abrirnos el camino hacia la comunión con Dios, nos hace verdaderos hijos de Dios.

 

  1. Es ahí, en el Misterio pascual, donde se revela con toda su luminosidad el rostro definitivo del Padre. Y es ahí, en la Cruz gloriosa, donde acontece la manifestación plena de la grandeza de Dios como «Padre todopoderoso». Dios es bueno! ¡Dios es amor! ¡Dios es Padre! Jesús no hará otra cosa que tomar las palabras de este salmo: «con la ternura de un padre con sus hijos»… «Padre nuestro, que estás en los cielos, perdona nuestras ofensas». Y el resultado de este amor, ¡es el “perdón”! Se escucha ya la parábola del «Hijo pródigo». (Lc 15,1-32). Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la « oveja perdida », la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que: « Dios es amor » (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.

 

La vida consagrada, signo de la paternidad de Dios

 

  1. Precisamente de esta especial gracia de intimidad surge, en la vida consagrada, la posibilidad y la exigencia de la entrega total de sí mismo en la profesión de los consejos evangélicos. Estos, antes que una renuncia, son una específica acogida del misterio de Cristo, vivida en la Iglesia. Mediante la profesión de los consejos evangélicos la persona consagrada no sólo hace de Cristo el centro de la propia vida, sino que se preocupa de reproducir en sí mismo, en cuanto es posible, «aquella forma de vida que escogió el Hijo de Dios al venir al mundo». Abrazando la virginidad, hace suyo el amor virginal de Cristo y lo confiesa al mundo como Hijo unigénito, uno con el Padre (cf. Jn 10, 30; 14, 11); imitando su pobreza, lo confiesa como Hijo que todo lo recibe del Padre y todo lo devuelve en el amor (cf. Jn 17, 7.10); adhiriéndose, con el sacrificio de la propia libertad, al misterio de la obediencia filial, lo confiesa infinitamente amado y amante, como Aquel que se complace sólo en la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34), al que está perfectamente unido y del que depende en todo (Juan Pablo II, Exhort. Aport. Vita Consecrata, n. 16).

 

  1. Queridas Misioneras Marianas, hagan suyo el amor de Dios y en consecuencia, su vida y su misión en el mundo y en la Iglesia, será un ícono de la paternidad de Dios y del amor misericordioso del corazón de su Hijo. En la medida en que vivan su consagración únicamente entregada al Padre (cf. Lc 2, 49; Jn 4, 34), sostenida por Cristo (cf. Jn 15, 16; Gl 1, 15-16), animada por el Espíritu (cf. Lc 24, 49; Hch 1, 8; 2, 4), cooperarán eficazmente a la misión del Señor Jesús (cf. Jn 20, 21), contribuyendo de forma particularmente profunda a la renovación del mundo. El amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. Este amor no brinda a los hombres sólo ayuda material, sino también sosiego y cuidado del alma, un ayuda con frecuencia más necesaria que el sustento material». (Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, n. 28).

 

La vida consagrada, medicina de Dios

 

  1. Volviendo al salmo leemos que afirma (v. 3): «El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades». Y comenta san Agustín: «No temas, pues todas tus enfermedades serán curadas … Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar sus manos» (Exposición sobre el salmo 102, 5: PL 36, 1319-1320). Esto, en Cristo encuentra su plenitud, él es el gran médico de la humanidad. «Por sus llagas hemos sido curados». (Is 53, 5). La misión de la vida consagrada no puede ser otra. La misión de una Misionera Mariana  no puede ser otra. Esta celebración jubilar, lleva consigo el compromiso de renovar y retomar, de manera perenne, la misión de Jesús de: llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella (Francisco, Bula Misericordiae Vultus, n. 16). Las consagradas, de cara al misterio del corazón sanador de Cristo, han de ser, pues, personas movidas ante todo por el amor de Cristo; personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellas el amor al prójimo. El criterio inspirador de su actuación debería ser lo que se dice en la Segunda carta a los Corintios: « Nos apremia el amor de Cristo » (5, 14). La conciencia de que, en Él, Dios mismo se ha entregado por nosotros hasta la muerte, tiene que llevarnos a vivir no ya para nosotros mismos, sino para Él y, con Él, para los demás. Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta sea cada vez más expresión e instrumento del amor que proviene de Él.

 

  • Hermanos y hermanas todos en el Señor, demos gracias a Dios, por ser testigos de cómo Dios se ha mostrado misericordioso con nosotros al darnos en el Instituto de Misioneras Marianas, un signo de su amor y de su providencia. Acojamos este carisma con la firme convicción de que su ser y su identidad, nos ayudan para experimentar el amor y la misericordia de Dios en su Hijo Jesucristo, nuestro Redentor.

 

María, canta la misericordia del Señor

 

  • Pidamos a la Santísima Virgen María, nuestra Señora de Guadalupe, que siga intercediendo por cada una de las Misioneras Marianas, para que fíeles al carisma evangélico, estén dispuestas para seguir cantando y proclamando, con su testimonio de vida, las misericordias del Señor, especialmente con los niños, los enfermos, los pobres y las vocaciones a la vida sacerdotal. Ella sabrá mostrar los caminos para ir presurosos al encuentro de los más pobres, débiles o enfermos. Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

X Arzobispo de Durango