Homilía en la Celebración Eucarística con motivo de las Ordenaciones Sacerdotales

Plaza de los Dolores, Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe,
Santiago de Querétaro, Qro., martes 13 de mayo de 2014. Memoria litúrgica de la Virgen de Fátima
Año de la Pastoral Litúrgica

 

 

Estimado(s) Señor(es) Obispo(s),
queridos hermanos Sacerdotes,
muy queridos ordenandos,
hermanos y hermanas todos en el  Señor:

 

1. Envueltos por la alegría de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, en este tiempo tiempo pascual, nos reunimos en esta plaza para celebrar la Santa Eucaristía, en la cual le queremos pedir a Dios su gracia, para que conceda el “Espíritu de Santidad” a estos 15 diáconos,  a través de la Sagrada Ordenación Sacerdotal. Me alegra, que se lleve a cabo en el contexto del año jubilar por los 150 años de la fundación de este Seminario, pues como nos alentaba el santo Padre al concedernos la gracia del año jubilar, este tiempo debe ser un tiempo propicio de intensa promoción vocacional y que mejor que el testimonio de estos jóvenes.

2. Estamos muy alegres pues esto es obra de la mano Señor, quien sigue llamado a jóvenes para consagrar su vida a su servicio en el amor y en la verdad. Reconocemos en esta acción, el deseo de Dios por seguir haciendo presente su Reino en medio de los hombres y su predilección en favor de los más pobres y de los que más sufren por la falta de fe y esperanza. Hoy, al celebrar esta Ordenación Sacerdotal, Dios nos confirma la importancia y la necesidad de hombres consagrados totalmente a su nombre, para que comprometidos con él, el mensaje de la Buena Nueva, sea difundido hasta los últimos rincones de la tierra  y, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, puedan conocer a Jesucristo como el Buen Pastor para su vida, escuchar su voz, seguir el camino de la vida y llegar a formar parte del rebaño del Señor.

3. La liturgia de la Palabra que hemos escuchado en esta mañana nos delinea con profunda claridad y solidez, algunos de los rasgos esenciales que han de distinguir a quienes él elige, para colaborar con él en este ministerio santo, a través de la vida sacerdotal.

a. En primer lugar vemos que los pastores se han de distinguir por la “la solicitud”, es decir, por la disposición humana para llevar a cabo el proyecto de Dios en su vida y en favor de los demás; este proyecto que consiste en “salir en búsqueda de las ovejas dispersas a causa de la oscuridad o la niebla” (Ez 34, 12). La solicitud  es una cualidad muy humana que busca mostrar el rostro amable de la vida, de la persona y del ministerio. Más aún, cuando se actúa movido por la disposición y la responsabilidad. Por tal motivo, queridos ordenandos, cada uno de ustedes, ejercitarán su misión espiritual con amabilidad y firmeza, con humildad y espíritu de servicio; los pastores están llamados a tener compasión de los sufrimientos que aquejan a los hombres, sobre todo de aquellos que derivan de las múltiples formas — viejas y nuevas —, que asume la pobreza tanto material como espiritual. Con la solicitud, cada uno de ustedes sabrá también inclinarse con misericordia sobre el difícil e incierto camino de conversión de los pecadores: a ellos se prodigará con el don de la verdad; con ellos habrán de llenarse de la paciente y animante benevolencia del Buen Pastor, que no reprocha a la oveja perdida sino que la carga sobre sus hombros y hace fiesta por su retorno al redil (cfr. Lc 15, 4-7)” (cf. Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros, n. 30). Esto supone, queridos diáconos, una formación humana sólida y bien fundamentada. Quiero esta mañana pedirles que no se olviden de ello. La buena educación nunca será una realidad “burguesa”; al contrario será para ustedes la puerta para que el mensaje del  evangelio sea bien recibido. La docilidad supone seguridad de sí mismos,  una seguridad que se ancla en el conocimiento de sus cualidades y limitaciones. Es importante que no olviden que hay que seguir trabajando en ellas.

La docilidad les ayudará a conocer a cada una de las ovejas, a cada uno de sus fieles. Sin embargo, el pastor no puede contentarse con saber los nombres, fechas, estadísticas o datos curiosos de la vida. Su conocimiento debe ser siempre también un conocimiento de las ovejas con el corazón. Pero a esto sólo podemos llegar si el Señor ha abierto nuestro corazón, si nuestro conocimiento no vincula las personas a nuestro pequeño yo privado, a nuestro pequeño corazón, sino que, por el contrario, les hace sentir el corazón de Jesús, el corazón del Señor. Debe ser un conocimiento con el corazón de Jesús, un conocimiento orientado a él, un conocimiento que no vincula la persona a mí, sino que la guía hacia Jesús, haciéndolo así libre y abierto. Así también nosotros nos hacemos cercanos a los hombres. Pidamos siempre de nuevo al Señor que nos conceda este modo de conocer con el corazón de Jesús, de no vincularlos a mí sino al corazón de Jesús, y de crear así una verdadera comunidad.

Esta cualidad, que supone la vida célibe y pobre, es el sustento real de la obediencia sacramental que nos debe distinguir, no sólo en ir o no ir a un destino u otro, sino en la actitud para ver en ella lo que Dios quiere. No solo se es obediente cuando se dice si  a una orden dada por la autoridad; la obediencia sacramental va más allá, de lo cual  el sacerdote se compromete; es una obediencia eclesial, es decir, una obediencia que responde a las exigencias de la nueva evangelización. Por eso, queridos ordenandos, desde hoy súmense con docilidad a la Misión Permanente, “para  buscar a la oveja perdida, traer a la que esté extraviada, curar a la que esté herida, reanimar a la que esté enferma, velar por la que esté sana” (Ez 34, 16).

b. Otro aspecto importante que deseo destacar a la luz de la lectura de los hechos de los apóstoles, es que los pastores se han de distinguir por ser “hombres buenos, llenos del Espíritu Santo y de fe”, (Hch 11, 24), es decir, hombres capaces de transparentar  la gracia de Dios; hombres cuya vida comunique lo que Dios quiere decir a cada corazón humano. Provocando la fe y la confianza en Dios. El ministerio sacerdotal nos apremia para que seamos buenos. El común de las personas esto es lo que nos pide: ¡que seamos buenos sacerdotes!, haciendo referencia que lo que hagamos, lo hagamos con alegría, con entrega y sin reservas. No se trata de ser “buenitos” en sentido negativo, se trata de ser sacerdotes con una profunda conciencia y calidad humana, ante las personas y ante las situaciones donde muchas veces lo que más se necesita es una palabra sencilla y un gesto oportuno; esto sin duda no se puede entender sin la vida de la gracia, para lo cual es necesario que día con día nos llenemos de Dios, nos alimentemos de su Eucaristía y sobretodo entremos en un dialogo constante con él. Donde lo que desempeñemos sea de verdad la fuente de nuestra espiritualidad y no la fuente de nuestras amarguras; por eso es indispensable que seamos hombres de fe, dispuestos a sorprendernos, no de lo que nosotros hagamos en la vida de las personas, sino de lo que Dios va realizando en cada persona, en cada familia, en cada comunidad. El hombre de fe, es aquel que se deja sorprender de las maravillas de Dios en la historia. El hombre de fe, es aquel que se sumerge en la esfera de lo divino y desde esta perspectiva, trate de comprender el corazón del hombre. El hombre de fe es aquel que muestra el camino hacia Dios y permite que sea Cristo quien sea el centro de la vida y de la comunidad.

Queridos diáconos, en unos instantes ustedes recibirán la gracia sacerdotal, mediante la imposición de manos y la oración consecratoria, que obrará en ustedes y a través de ustedes abundantes maravillas. Déjense sorprender siempre por lo que Dios quiera realizar en ustedes, pero háganlo con fe y con devoción, especialmente cuando es la gente sencilla, la que se acerque para pedir de Dios la bendición; la que cotidianamente nos pide que les mostremos a Cristo y no nuestra propia vida, no nuestros triunfos e aspiraciones. Dejemos que sea Jesús quien transforme el corazón y la vida de las personas, siendo instrumentos de la gracia.

c. Finalmente,  un tercer elemento que ha de distinguir a los pastores es la “unión con Dios”. En el evangelio de Juan que hemos escuchado me llama la atención que Jesús termina su discurso diciendo: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10, 30). Queridos diáconos, este es el secreto que Jesús hoy nos comparte; que les comparte a ustedes, el día en el cual él les confirma su llamada. La clave para saber y comprender lo que Dios quiere para el hombre, es precisamente la estrecha relación que debe existir entre Dios y nosotros. Entre Dios y cada uno de ustedes. Entre el Padre y el hijo que estamos llamados a ser cada uno de nosotros. Hablar de unión con Dios, no es hablar de una relación yuxtapuesta o simulada, es hablar de una relación ontológica. Por eso es que la ordenación sacerdotal, transforma toda la vida. Y somos sacerdotes siempre y para siempre. Necesitamos, como sacerdotes ser conscientes de esto, pues por el contrario, correremos el riesgo de olvidar que Dios nos ha llamado para estar con él. La gente sencilla muchas veces nos dice: “Padre, usted que está más cerca de Dios, pídale por mi”. Hagamos realidad esto, a fin de que en verdad seamos embajadores de la gracia que Dios nos confía. Unamos nuestra vida a Dios, a ejemplo de Cristo, todos los días al pie del altar y en el confesionario, con la intención que la fidelidad a nuestra vocación sea ejemplar y busque ser reflejo de la relación que Jesús tiene con su Padre.

4. Queridos hermanos y hermanas, estas tres realidades que se confirman hoy con el rito de la ordenación en estos 15 jóvenes, encuentran su razón de ser en Jesucristo y por lo tanto, son el camino para que todo sacerdote haga suyo el Espíritu de Santidad que recibe con la sagrada ordenación.

5. Pidámosle a Dios, por intercesión de la santísima Virgen María,  Nuestra Señora de Fátima, que estos jóvenes sacerdotes aniden siempre en su corazón, el deseo de ser en el mundo el reflejo del Pastor Bueno, que los profetas describieron y que en Jesucristo, tuvo su pleno cumplimento. Amén.

 

† Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro