HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DE LA ORDENACIÓN SACERDOTAL DEL DIÁC. VÍCTOR HERNÁNDEZ FIGUEROA, OD.
Santa Iglesia Catedral, Santiago de Querétaro, Qro., a 22 de diciembre de 2016.
Año de la programación del Plan Diocesano de Pastoral
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Estimados hermanos sacerdotes,
muy querido Diác. Víctor Hernández Figueroa, OD.
queridos miembros de la Vida Consagrada,
hermanos laicos,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
- En el corazón del Adviento, estando próximos a celebrar la gran fiesta de la Encarnación del Hijo de Dios, esta mañana la Divina Providencia nos permite llevar a cabo esta Ordenación Sacerdotal en la cual, el Diác. Víctor Hernández Figueroa, OD., recibe por la imposición de mis manos y la oración consecratoria, la gracia sacerdotal para ser en el mundo “Sacramento de Cristo Sacerdote”, participando de la misma misión del Señor; específicamente bajo la identidad y tarea de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús, quienes bajo la inspiración del beato Manuel Domingo y Sol, desde 1883, buscan estar al servicio de las vocaciones en la Iglesia, teniendo como nota característica de su obra “el amor al sacerdocio en lo espiritual y sacerdotal”.
- Agradezco al P. Florencio Abajo Núñez, Director General de la Hermandad, la paternal solicitud que me ha hecho para ordenar sacerdote a nuestro hermano Diác. Víctor. Con alegría y esperanza lo hacemos, confiando en que su vida y su futuro ministerio, será un don inestimable para toda la Iglesia. Le pido a Usted Padre Rubén, Delegado en México, haga llegar al P. Florencio mis sentimientos de estima y afecto en el Señor.
- La palabra de Dios que esta mañana acaba de ser proclamada, nos anima y nos revela la acción misteriosa de Dios en la historia de la salvación. Para mostrar la potencia de su iniciativa en la redención de los hombres, Dios elige los instrumentos que a la luz del mundo parecen menos aptos. Él, que configura el interior de las personas, y que conoce el corazón de Ana, de Isabel y de la Virgen María, elige estos medios humildes para sus grandiosas acciones de salvación.
- Hay dones que se nos dan porque, inspirados por Dios, los pedimos; y hay dones que nos vienen de un modo completamente gratuito e inesperado, previniendo toda petición e incluso todo deseo. En este segundo modo, nosotros escuchamos al Señor, que entra de pronto en nuestra vida, y nos colocamos a su disposición, según el don divino y su llamada. Así es como Jesús es dado a la Virgen María, superando toda expectación y más allá de las leyes naturales. Así es dado Samuel a su estéril madre Ana, que lo había suplicado a Dios, contra toda esperanza. En realidad, todos nosotros somos también dones de Dios, dones de su gracia indebida y sobreabundante; hijos suyos por naturaleza y por redención.
- El sacerdocio es un don que nace del corazón de Dios, con la finalidad de perpetuar entre los hombres la obra de la redención. El sacerdocio se presenta como un “don” inmenso que pide humildad, caridad universal y servicio infatigable y generoso. ¿Cuál es la identidad del sacerdote? El sacerdote, por su ordenación, es instrumento y representante de Cristo, y, como tal, responsable y servidor del pueblo cristiano. “El sacerdote -resumía el Santo cura de Ars- no es sacerdote para sí mismo sino para los demás”. El Papa Benedicto XVI explicando esto decía que no deben oponerse dos modos de comprender al sacerdote: de un lado sólo desde su función de “servicio”, particularmente en el anuncio de la fe y la predicación de la Palabra; de otro lado, sólo desde su configuración sacramental con Cristo, subrayando en este caso el sacrificio de la Cruz y la Eucaristía. Y no deben oponerse porque “el anuncio comporta siempre también el sacrificio de sí, condición para que el anuncio sea auténtico y eficaz”. Cabría también decir: ser sacerdote se opone tanto a una visión meramente “espiritualista” o “individualista” donde sólo importara su relación con Cristo, como a una visión meramente “funcionalista”, que sólo se fijara en su papel respecto a la comunidad. “Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación…”.
- De ahí se deduce lo que suele llamarse la espiritualidad del sacerdote, es decir: su modo propio de buscar la santidad, de lo que también depende –en cuanto a sus frutos– su propia misión. Lo importante es la comparación con Cristo: así como en Jesús su Persona y su Misión van inseparablemente unidas –toda su obra salvífica es expresión de su relación filial y amorosa con Dios Padre–, el sacerdote debe aspirar a identificarse con el don que ha recibido, ejercer su ministerio en unión con Cristo. Aquí está por tanto el fundamento de la vida espiritual del sacerdote, como tarea que él mismo debe imponerse, para lo que podríamos llamar su servicio “cristocéntrico”. El sacerdocio es un don para servir como Cristo, por Él, con Él y en Él.
- Por eso el sacerdote debe buscar ante todo su propia comunión con Cristo y la de los demás fieles, porque de ahí “brotan todos los demás elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el empeño de anunciar y dar testimonio del Evangelio, el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños”. Es por eso necesario superar falsas dicotomías entre anuncio misionero y culto, identidad ontológica y misión evangelizadora. En último término, la misión del sacerdote se dirige a que toda la humanidad se convierta en culto a Dios y en caridad hacia el prójimo.
- Diác. Víctor, La identidad del sacerdote te vendrá por la gracia de la ordenación y se acrecentará con tu esfuerzo por unirte cada día a Cristo. En la ordenación, quedarás “consagrado” para la misión de hacer presente a Cristo. “Precisamente siendo todo del Señor, es todo de los hombres, para los hombres”. Para hacerte consciente de ese vínculo entre consagración y misión, tu primera tarea cada día debe ser la oración, que es también el alma de la auténtica “pastoral vocacional”, junto con la dirección espiritual y la confesión. Y así es, porque conceder la primacía a la gracia divina es el antídoto contra las incertidumbres, los cansancios y las visiones temporalistas del sacerdocio.
- El ejercicio del ministerio sacerdotal se explica según los tres “oficios” de Cristo: ministerio litúrgico o de los sacramentos, ministerio de la Palabra, y ministerio de servicio a la comunidad. En el centro del primero se sitúa la Eucaristía (la Misa). Ahí el sacerdote ofrece su propia vida como sacrificio en unión con la de Cristo, al mismo tiempo que asume las ofrendas –que representan la vida entera– de los fieles. En función de la Eucaristía está el sacramento de la Penitencia, donde el sacerdote representa a Cristo y a la Iglesia, como pastor que sabe atender personalmente a quien recurre a él: le anima y le consuela, le advierte o le fortalece, le hace participar del amor misericordioso de Dios, que perdona. Para desempeñar tan alto ministerio en los sacramentos, el sacerdote mismo debe configurar su vida en torno a la oración y al sacrificio (penitencia personal). En cuanto al ministerio de la Palabra (la predicación), este ministerio pide del sacerdote el conocimiento de la Escritura, su meditación para hacerla vida propia. Finalmente, el servicio que presta a la comunidad cristiana, exige también determinadas virtudes, como la humildad, la caridad, la generosidad, la pobreza, la castidad y la obediencia al Obispo; todas ellas en el modo que conviene a la condición de presbítero.
- Por lo que se refiere a la relación con los fieles laicos, se habla de “colaboración” con ellos en el “único pueblo sacerdotal” (la Iglesia). En efecto, el sacerdote no es ni el “jefe” de la comunidad de los fieles, ni simplemente un ayudante para las cosas del espíritu, ni un gestor social. Es una relación, la del sacerdote con los fieles, presidida por la caridad. El sacerdote ha de presentarse ante los fieles con un punto de “gravedad” afable. El pueblo cristiano consciente ha sabido siempre tratar al sacerdote con respeto y cariño, porque, sea quien sea, ve en él a Cristo. Sacerdotes y laicos trabajan en colaboración orgánica, forman una unidad fraterna y corresponsable. Estos mismos principios rigen la relación del sacerdote con los movimientos eclesiales, surgidos de los múltiples dones y carismas que pueden recibir tanto los fieles como los ministros ordenados. Además, como el sacerdocio no es una realidad individual sino que se ejerce en comunión, surge la conveniencia de “formas concretas de fraternidad sacerdotal efectiva y afectiva”. Aquí cabe pensar, por ejemplo, en ustedes la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos que refuerzan la unidad con el Obispo, la fraternidad y la formación permanente de los sacerdotes.
- Diác. Víctor, hoy la Iglesia deposita en ti este don. Tu vida es un don, que sin duda, Dios te da a ti, pero sobre todo le da a la Iglesia. Cuídalo, defiéndelo pero sobretodo ámalo. Estoy convencido que “Nosotros hemos sido tomados de entre los hombres para ser devueltos al mundo: pero no para acomodarnos a su medida: sino para ajustar al mundo a la de Cristo. No se trata de secularizar lo sagrado, el mérito está en cristianizar lo profano. Seamos sal de la tierra y luz del mundo, ofrezcamos algo más de lo que el mundo puede ofrecer”
- Que la Bienaventurada Virgen María, la mujer de la escucha y del servicio, te proteja siempre y sea para ti, el modelo de quien supo ponerse al servicio de las vocaciones y sobre todo de los sacerdotes. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro