HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DE  LA CONSAGRACIÓN VIRGINAL DE PAULA  HERNÁNDEZ BLAS.

San Idelfonso Tultepec  Amealco, Qro., 22 de diciembre de 2017.

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Queridos hermanos Sacerdotes,
muy queridas hijas del Orden de las Vírgenes,
queridos consagrados y consagradas,
queridos jóvenes,
hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. Arropados por el clima del Adviento que centra nuestra mirada y todas nuestras fuerzas en la preparación inmediata para la celebración anual del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, esta tarde nos hemos querido reunir para celebrar nuestra fe y ser testigos de la consagración virginal de nuestra Paula Hernández Blas, quien tras escuchar la voz y sentirse llamada por el Señor, desea entregarse al Señor y vivir de esta manera para toda su vida, “siendo en el mundo un signo trascendente del amor de la Iglesia por Cristo e imagen escatológica de la esposa celestial y de la vida futura” (cf. Ritual de la consagración de las vírgenes, p. 235).
  1. Jesús en el evangelio propone este estilo de vida no como una renuncia a la conformación de una familia, sino como una vocación que hace brillar la imagen de la Esposa inmaculada unida a su Señor glorioso. Esta renuncia no debe ser en ningún caso, efecto de una mutilación material, reprobada siempre por lo interpretes del evangelio, sino fruto de una decisión enérgica de la voluntad, que deje orientada, siempre la actividad vital del hombre hacia un destino ultraterreno.
  1. La Iglesia desde los primeros años de su existencia, ha visto en este carisma un baluarte y una riqueza. Sus raíces son antiguas, se remontan a los inicios de la vida evangélica, cuando, como novedad inaudita, el corazón de algunas mujeres comenzó a abrirse al deseo de la virginidad consagrada, es decir, al deseo de entregar a Dios todo su ser, que había tenido en la Virgen de Nazaret y en su «sí» su primera realización extraordinaria. El pensamiento de los Padres ve en María el prototipo de las vírgenes cristianas y muestra la novedad del nuevo estado de vida al que se accede mediante una libre elección de amor.
  1. Hoy, este estilo de vida pareciera ser una cosa pasada de moda o una realidad poco creíble en un mundo y en una cultura donde cada vez más, el valor de la ‘Virginidad’ poco valorado o poco fácil de vivir, por todo el contexto secular que nos rodea. Sin embargo, el rito de la consagración que estamos celebrando, nos permite descubrir de manera clara y hermosa en primer lugar que se trata de una llamada que Dios le hace a algunos. Así lo expresa el llamamiento de la Virgen: la llamada la hace Dios; es por eso que está después de la proclamación del evangelio. Una llamada para hacer vida el evangelio. en este caso a ejemplo de la Virgen María quien con su sí cambió la historia (Lc 1, 39–56). Una llamada para ser esposa virgen (Cantar 2, 2-18), cuyo a mor sea sincero, limpio, puro, libre, esperanzador (Rm 1, 22-31). Una llamada que exige una respuesta clara y contundente: “Heme aquí porque me has llamado”.
  1. Después de la homilía el obispo interroga a la virgen con la intención de poner de manifiesto su sentir y el sentir de la Iglesia. Me fijo solamente en una de las tres preguntas: “¿Quieres emprender el seguimiento de Cristo, propuesto en el Evangelio, de tal manera que tu vida sea un testimonio especial de caridad y un signo del reino futuro?”. El seguimiento de Cristo es según el camino del evangelio, hasta tener los mismos sentimientos de Cristo. No hay séquela Christi sin encutro con el evangelio. Así es Dios nos pide nuestro consentimiento para poder hacer grandes obras por nosotros.
  1. Inmediatamente después viene la súplica litánica, mientras la virgen se postra rostro en tierra, unidos al coro de los santos, pedimos a Dios que sea él quien bendiga santifique y consagre a esta elegida. Nada en la vida de los consagrados es sin la oración y la ayuda de Dios. En esta oración los santos son nuestros primeros y principales abogados.
  1. Una vez que termina la oración de los santos, la virgen renueva su propósito de castidad, mediante el cual hace su oblación a Dios, para que con su gracia pueda perseverar a lo largo de toda su vida. San Agustín dice: “Haciendo así posible la imitación de la vida celeste en cuerpo mortal, no en virtud de un precepto, sino de una promesa libre. No a consecuencia de una obediencia necesaria, sino de una elección de amor” (cf. Acerca de la santa Virginidad, IV). El propósito incide sobre la castidad (perfecta castitas) y el seguimiento de Cristo (sequela Christi) pero está claro que el seguimiento de Cristo ‘así entendido incluye los otros consejos evangélicos, constitutivos de la vida consagrada (canon 573, 1)» sin los cuales el propósito no sería verdaderamente evangélico.
  1. Viene la oración consecratoria. Esta oración tiene forma de un gran prefacio. Comienza alabando los maravillosos efectos de la Encarnación. Dios no se ha contentado – se dice en la oración – con devolver al hombre su primitiva inocencia, sino que te ha concedido imitar la perfección de los ángeles. La virgen que, en su perfecta integridad se entrega a Dios, realiza este ideal. Dios ha abierto ante el alma humana la posibilidad de un encuentro con su Hijo, y, el matrimonio, por muy grande y santo que sea, sólo es una imagen imperfecta de ese encuentro; por su compromiso, la virgen es admitida en la intimidad del Esposo divino. Pero, continúa el texto, ¿cómo podría una criatura humana aspirar a tal honor si Dios no la inspirase la atracción hacia ello y no la ayudase a realizarlo? En efecto, muchos obstáculos se presentan en el camino de la que abraza tal ideal. Por eso la segunda parte de la oración adopta la forma de súplica: «Te pedimos, pues, Señor, que protejas con tu auxilio y guíes con tu luz a esta hija tuya, que desea que tu bendición confirme y consagre su propósito ». Las virtudes propiamente virginales son, evidentemente, la reserva, pero también la prudencia, la modestia, la dulzura y sabiduría, la gravedad y delicadeza, la casta libertad y, sobre todo, la caridad.
  1. Finalmente viene la entrega de las insignias. Para que se manifieste de manera privilegiada la gracia que ha sido derramada en la virgen recién consagrada, se le entregan el anillo “signo de sus desposorios con Cristo”; la Liturgia de las Horas, mediante las cuales le habrá a Dios; y el velo, signo de la consagración, para que sea reconocida entre las hijas de Dios.
  1. Este panorama resumido del Rito de Consagración de vírgenes, permite ver que no es fácil ser una auténtica virgen consagrada. Esta vocación supone madurez afectiva y psicológica, capacidad para vivir soledad, aunque se tenga una vida de relación. Hacen falta, igualmente, las virtudes evangélicas que enumera la magnífica oración consecratoria. Sn embargo, es Dios quien da las gracias necesarias.
  1. La palabra de Dios que hemos escuchado así nos lo expresa, en el hermoso canto del Magnificat, que vie a ser en este contexto, un itinerario para la vida de quien se siente llamada por Dios para vivir de esta manera.
  1. Querido Hija Paula, asuma en su vida el ejemplo de María, quien al sentirse llamada por Dios simplemente dijo: “Si”. Ella le sabrá orientar de tal manera que pueda usted vivir alegre y feliz. En estos días el oficio de lectura nos ofrecía un texto de San Ambrosio sobre la virginidad, que me parece oportuno citar en esta feliz circunstancia, pues qué mejor momento para recibir el consejo de alguien que supo guiar a tantas mujeres en este camino: Tú, una mujer del pueblo, una de entre la plebe, una de las vírgenes, que, con la claridad de tu mente, iluminas la gracia de tu cuerpo (tú que eres la que más propiamente puede ser comparada a la Iglesia), recógete en tu habitación y, durante la noche, piensa siempre en Cristo y espera su llegada en cualquier momento. Así es como te deseó Cristo, así es como te eligió. Abre la puerta, y entrará, pues no puede fallar en su promesa quien prometió que entraría. Échate en brazos de aquel a quien buscas; acércate a él, y serás iluminada; no lo dejes marchar, pídele que no se marche rápidamente, ruégale que no se vaya. Pues la Palabra de Dios pasa; no se la recibe con desgana, no se la retiene con indiferencia. Que tu alma viva pendiente de su palabra, sé constante en encontrar las huellas de la voz celestial, pues pasa velozmente. Y, ¿qué es lo que dice el alma? Lo busco, y no lo encuentro; lo llamo, y no responde. No pienses que le desagradas si se ha marchado tan rápidamente después que tú le llamaste, le rogaste y le abriste la puerta; pues el permite que seamos puestos a prueba con frecuencia. ¿Y qué es lo que responde, en el Evangelio, a las turbas cuando le ruegan que no se vaya? También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado. Y, aunque parezca que se ha ido, sal una vez más, búscale de nuevo. ¿Quién, sino la santa Iglesia, te enseñará la manera de retener a Cristo? Incluso ya te lo ha enseñado, si entiendes lo que lees: Apenas los pasé, encontré al amor de mi alma: lo abracé; y ya no lo soltaré. ¿Con qué lazos se puede retener a Cristo? No a base de ataduras injustas, ni de sogas anudadas; pero sí con los lazos de la caridad, las riendas de la mente y el afecto del alma.

Si quieres retener a Cristo, búscalo y no temas el sufrimiento. A veces se encuentra mejor a Cristo en medio de los suplicios corporales y en las propias manos de los perseguidores. Apenas los pasé; dice el Cantar. Pues, pasados breves instantes, te verás libre de los perseguidores y no estarás sometida a los poderes del mundo. Entonces Cristo saldrá a tu encuentro y no permitirá que durante un largo tiempo seas tentada. La que de esta manera busca a Cristo y lo encuentra puede decir: Lo abracé, y ya no lo soltaré; hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas. ¿Cuál es la casa de tu madre y su alcoba, sino lo más íntimo y secreto de tu ser? Guarda esta casa, limpia sus aposentos más retirados, para que, estando la casa inmaculada, la casa espiritual fundada sobre la piedra angular, se vaya edificando el sacerdocio espiritual, y el Espíritu Santo habite en ella. La que así busca a Cristo, la que así ruega a Cristo no se verá nunca abandonada por él; más aún, será visitada por él con frecuencia, pues está con nosotros hasta el fin del mundo. (Del libro de san Ambrosio, obispo, sobre la virginidad (Cap. 12, 68. 74-75; 13, 77-78: PL 16 [edición 1845], 281. 283. 285-286). Amén.

 

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Obispo de Querétaro