Santa Matilde, San Juan del Río, Qro., domingo 15 de abril de 2018.
Año Nacional de la juventud
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Queridos hermanos sacerdotes,
Hermanas del Orden de las Vírgenes,
querida hija Adriana Martínez Badillo,
queridos consagrados y consagradas,
queridos jóvenes,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
- En este tercer domingo del tiempo pascual, la liturgia pone una vez más en el centro de nuestra atención el misterio de Cristo resucitado. Victorioso sobre el mal y sobre la muerte, el Autor de la vida, que se inmoló como víctima de expiación por nuestros pecados, “no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre” (Prefacio pascual, III). El Señor Jesús resucitado, desea que los cristianos de hoy “seamos testigos creíbles” de este misterio tan grande, de tal manera que, anunciemos a los pueblos que el amor de Dios está vivo.
- Así lo expresa la Palabra de Dios que acaba de ser proclamada. Pedro, después de la curación del paralítico ante la puerta del templo de Jerusalén, exclama: «Han dado muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello» (Hch 3, 15). En los labios de Jesús resucitado: Él, la tarde de Pascua, abre la mente de los discípulos al misterio de su muerte y resurrección y les dice: «Ustedes son testigos de esto» (Lc 24, 48). Los apóstoles, que vieron con los propios ojos al Cristo resucitado, no podían callar su extraordinaria experiencia. Él se había mostrado a ellos para que la verdad de su resurrección llegara a todos mediante su testimonio. Y la Iglesia tiene la tarea de prolongar en el tiempo esta misión; cada bautizado está llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo.
- Podemos preguntarnos: pero, ¿quién es el testigo? El testigo es uno que ha visto, que recuerda y cuenta. Ver, recordar y contar son los tres verbos que describen la identidad y la misión. El testigo es uno que ha visto, con ojo objetivo, ha visto una realidad, pero no con ojo indiferente; ha visto y se ha dejado involucrar por el acontecimiento. Por eso recuerda, no sólo porque sabe reconstruir de modo preciso los hechos sucedidos, sino también porque esos hechos le han hablado y él ha captado el sentido profundo. Entonces el testigo cuenta, no de manera fría y distante sino como uno que se ha dejado cuestionar y desde aquel día ha cambiado de vida. El testigo es uno que ha cambiado de vida.
- El contenido del testimonio cristiano no es una teoría, no es una ideología o un complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un moralismo, sino que es un mensaje de salvación, un acontecimiento concreto, es más, una Persona: es Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos. Él puede ser testimoniado por quienes han tenido una experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su continua conversión en la Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiado por la Palabra de Dios, cada cristiano puede transformarse en testigo de Jesús resucitado. Y su testimonio es mucho más creíble cuando más transparenta un modo de vivir evangélico, gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso. En cambio, si el cristiano se deja llevar por las comodidades, las vanidades, el egoísmo, si se convierte en sordo y ciego ante la petición de «resurrección» de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo, como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura infinita?
- En este sentido el acto de su consagración virginal para toda la vida, en el Orden de las Vírgenes, al que nuestra Adriana Martínez Badillo quiere pertenecer, es un camino concreto para ser un testigo creíble del Señor resucitado. Pues la consagración virginal que hoy celebramos “es en el mundo un signo trascendente del amor de la Iglesia por Cristo e imagen escatológica de la esposa celestial y de la vida futura” (cf. Ritual de la consagración de las vírgenes, p. 235). Los verbos: Ver, recordar y contar, son los tres verbos que describen la identidad y la misión en toda mujer que habiendo sentido he llamado del resucitado, desea consagrarse a Él para toda la vida.
- Es por eso querida hermana Adriana que deseo animarle para que jamás aparte de su vida, estas tres acciones muy concretas: “Ver” constantemente con los ojos del cuerpo pero también con los ojos del Espíritu al Señor Resucitado. Véalo en la oración; véalo en la eucaristía. Véalo en los pobres y necesitados; véalo en todos los acontecimientos de la vida. “Recordar” las maravillas que el Señor ha hech En torno a él reúnase para recordar sus palabras y los acontecimientos contenidos en la Escritura; reviva su pasión, muerte y resurrección. Al celebrar la Eucaristía, comulgue a Cristo, víctima de expiación, y de él reciba perdón y vida. “Contar”, nuestro mundo necesita escuchar buenas noticias. Que su estilo de vida sea una narración perenne del misterio de la resurrección. Que su leguaje, sus costumbres, su forma de pensar, vivir y actuar sean las herramientas primarias para que todos, especialmente las jóvenes generaciones, descubran que vale la pena seguir al señor Resucitado. El mundo necesita de testigos y Usted al asumir este estilo de vida, está llamada a ser uno de ellos.
- Que María, nuestra Madre, nos sostenga con su intercesión para que también nosotros podamos convertirnos, con nuestros límites, pero con la gracia de la fe, en testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que nos encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz. Pidámosle que sea Ella la santísima Virgen María, quien con su ejemplo de “Virgen y Esposa”, sostenga la vida y la consagración de nuestra hermana Adriana. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro.