HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DE LA APERTURA DEL AÑO JUBILAR DEL INSTITUTO DE MISIONERAS MARIANAS.

 

Santa Iglesia Catedral, ciudad episcopal de Santiago de Querétaro, Qro., a  16 de febrero de 2019.

Año Jubilar Mariano

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Exc.mos.  Sres. Obispos Eméritos: D. Mario de Gasperín Gasperín y Don Florencio Olvera Ochoa.

Estimados sacerdotes,

Muy estimadas hermanas Misioneras Marianas,

Apreciada  Hna. Georgina De León Vega, MM. Superiora General,

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

  1. Con fe y con esperanza, movidos por las mociones del Espíritu y por la misericordia de Dios, esta tarde hemos querido reunirnos en esta Catedral para abrir la Puerta Santa, que marca el inicio del Año Jubilar que, como preparación al primer centenario de fundación del Instituto de Misioneras Marianas, el Santo Padre ha querido regalar a este Instituto y con él, a todas las Iglesias particulares donde las Misioneras Marianas ejercen sus diferentes apostolados, de tal forma que sea en las fuentes del perdón, la reconciliación y la misericordia y el año de gracia, desde donde se viva y se celebre, esta efeméride tan significativa y, desde donde el Carisma encuentre la frescura del Espíritu que le permita seguir siendo un ‘camino eclesial que colabore para renovar y construir más y más la Iglesia’ (cf. Lumen Gentium, 12; Apostolicam Auctositatem, 3).

  1. Quizá para muchos celebrar este acontecimiento es sólo el resultado del devenir histórico y su trascendencia se remonta a una celebración más; sin embargo, visto desde la perspectiva de la fe, esto fortalece la certeza de saber que es Dios mismo, quien guía, sostiene y acompaña el Carisma que un día inspiro al Rev. P. Luis Martín Hernández y a la Sierva de Dios la Rev. Madre Clemencia Borja Taboada, especialmente ayudando para que muchas mujeres se consagren «configurándose con Cristo manso y humilde de corazón evangelizador de los pobres» (Const. Art. 1 2). Por eso, estamos alegres y nos unimos con gozo a esta celebración, sabedores que este jubileo centenario será un parteaguas en la vida del propio Instituto y de quienes con su misión, como Misioneras Marianas, se esfuerzan cada día por «dedicarse totalmente a Dios por la profesión religiosa, como a su amor supremo, viviendo en la Iglesia el Evangelio según los ideales y propósitos de sus fundadores» (Const. Art. 1 § 1).

  1. La sugestiva liturgia y los ritos que enriquecen y dan identidad a esta Eucaristía, nos ayudan a comprender que es Cristo mismo quien inaugura este tiempo de gracia, abriendo las puertas del cielo para que su Iglesia, y en ella sus hijos, especialmente las Misioneras Marianas, puedan volver a gozar de las gracias espirituales. Permítanme reflexionar y ahondar en el significado e importancia de algunos de estos ritos:

a. La procesión. El Año Jubilar es una apremiante ocasión para ponernos en camino hacia Dios, porque la peregrinación es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. Es por eso que en peregrinación, hemos llegado hasta los umbrales de esta Catedral, y con insistente voz, hemos ordenado: “Abran las puertas de la justicia, entraremos para dar gracias al Señor”. Es deseo de todo hombre encaminarse para encontrarse con su creador y así, tener una vida plena; por tal motivo el Instituto y con él quienes lo integran, continuamente han de tener presente esta verdad. Con la mirada puesta en la meta, pero especialmente y sobre todo sin detenerse, a pesar de los cansancios y contrariedades que el caminar mismo exige. En el caminar nos acompañan el ejemplo y la intercesión de los santos, particularmente el ejemplo de la Santísima Virgen María, quien nos anima para “hacer lo que su Hijo Jesús nos diga” (cf. Jn 2, 1-11). Esto exige voluntad, decisión y sobretodo, contar con las herramientas propias para el camino. Nunca hay que peregrinar solitariamente, de manera individual, pues quien camina solo, corre el riesgo de perderse. Hoy, nuestra Iglesia necesita que hagamos de la sinodalidad una nota esencial de nuestro ser y quehacer; en este sentido, la vida consagrada está llamada a ser un referente, es por eso que les animo para que este año como Instituto, fortalezcan las estructuras institucionales que les permitan hacer de la sinodalidad, un referente inconfundible de su Instinto. La meta, sin duda, es cruzar la Puerta Santa del cielo, y que mejor manera de hacerlo en comunidad, de hacerlo caminando todos bajo el mismo evangelio, bajo la misma espiritualidad de comunión.

b. La memoria del Bautismo. Una vez cruzado el umbral de la Perta Santa, la Iglesia nos ha invitado a renovar el propio Bautismo, de tal forma que conscientes de haber sido regenerados en Cristo, podamos saborear las gracias espirituales que nos ha obtenido con su muerte y su resurrección, pues “Solo él puede hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5ª). Es desde la identidad bautismal, desde donde este tiempo de gracia nos apremia para entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma. Es desde la propia identidad bautismal, desde donde estamos invitados a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores del propio Instituto (cf. Evangelii Gaudium, 33). Es desde la identidad bautismal, desde donde durante este tiempo de gracia, se debe analizar y tomar conciencia que el Carisma o es evangélico o no lo es. Por tal motivo, en el umbral de la Puerta Santa hemos mostrado el Libro de los Santos Evangelios, de tal manera que sea la luz del evangelio la que ilumine la historia, identidad y misión del Instituto; por el contrario, como bien lo señal el Papa Francisco: «En el mundo de hoy, con la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios, el mensaje que anunciamos correrá más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios» (cf. Evangelii Gaudium, 34). Les animo para que aprovechen la gracia de la Indulgencia Plenaria que el Santo Padre nos ha concedido.

c. La liturgia de la Palabra. En el esquema de lecturas que se han escogido para esta Santa Misa, podemos contemplar la meta definitiva de nuestra vida. “Presentarnos ante el trono del Cordero, como una novia engalanada y contemplar así, su gloria y su amor para siempre”. Esa es la meta de todos y de todo, sin embargo, es preciso que nos preparemos, y que estemos atentos para que cuando llegue aquel momento no nos encuentre desprevenidos. El Evangelio (cf. Mateo 25, 1-13) nos indica las condiciones para entrar en el Reino de los cielos y lo hace con la parábola de las diez vírgenes. ¿Qué quiere enseñarnos Jesús con esta parábola? Nos recuerda que debemos permanecer listos para el encuentro con Él. Muchas veces, en el Evangelio, Jesús insta a velar y lo hace también al final de este relato. Dice así: «Velen pues, porque no saben ni el día ni la hora» (v. 13). Pero con esta parábola nos dice que velar no significa solamente no dormir, sino estar preparados; de hecho, todas las vírgenes se duermen antes de que llegue el novio, pero al despertarse algunas están listas y otras no. Aquí está, por lo tanto, el significado de ser sabios y prudentes: se trata de no esperar al último momento de nuestra vida para colaborar con la gracia de Dios, sino de hacerlo ya ahora. Sería hermoso pensar un poco: un día será el último. Si fuera hoy, ¿cómo estoy preparado, preparada? Debo hacer esto y esto… prepararse como si fuera el último día: esto hace bien.

La lámpara es el símbolo de la fe que ilumina nuestra vida, mientras que el aceite es el símbolo de la caridad que alimenta y hace fecunda y creíble la luz de la fe. La condición para estar listos para el encuentro con el Señor no es solo la fe, sino una vida cristiana rica en amor y caridad hacia el prójimo. Si nos dejamos guiar por aquello que nos parece más cómodo, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril, incapaz de dar vida a los otros y no acumulamos ninguna reserva de aceite para la lámpara de nuestra fe; y ésta —la fe— se apagará en el momento de la venida del Señor o incluso antes. Si en cambio estamos vigilantes y buscamos hacer el bien, con gestos de amor, de compartir, de servicio al prójimo en dificultades, podemos estar tranquilos mientras esperamos la llegada del novio: el Señor podrá venir en cualquier momento, y tampoco el sueño de la muerte nos asusta, porque tenemos la reserva de aceite, acumulada con las obras buenas de cada día. La fe inspira a la caridad y la caridad custodia a la fe.

Queridas hermanas, el  Año Jubilar  es la oportunidad para hacer rendir el aceite del amor, ejercitando la caridad, con el cual han de llenar sus lámparas para la venida del esposo. Por eso contrariamente a la cultura del consumo, del desgaste, es importante ejercitar la lógica de Dios, la cual consiste en saber que si se quiere vivir hay que morir. A cinco mujeres se les acabó el aceite, porque no fueron capaces de donarse en el amor a los demás. En cambio las cinco mujeres previsoras, seguramente fueron mujeres puestas al servicio de los otros, y con toda seguridad de los más débiles. Les animo para que sigan ejerciendo sus apostolados con la conciencia de saber que, es así como cada una de ustedes se prepara para la venida del esposo.

d. Finalmente, la liturgia eucarística. Creo que no sobran razones para decirle a Dios: “gracias”. Gracias por tanto amor. Gracias por tantas pruebas y por tantos momentos difíciles vividos. En este sentido el centro y el núcleo del Año Jubilar será sin duda la celebración de la Santa Eucaristía todos los días. Les animo para que hagan de sus eucaristías, una verdadera acción de gracias, que las envuelva y que les permita cantar con un corazón vivo y agradecido por todos los benéficos recibido en estos años.

  1. Que estos elementos rituales sean un referente para cada uno de ustedes a lo largo de todo este año, pues solo a la luz de la palabra de Dios y desde la gracia, es posible que los carismas puedan anclarse en la solidez de su identidad y conservar la frescura del Espíritu.

  1. Personalmente, agradezco su servicio y entrega. Gracias por su servicio, muchas veces tan callado pero tan fructífero. Gracias por su servicio a los niños y los jóvenes en los colegios. Gracias por su servicio en el cuidado y atención a los enfermos y ancianos. Gracias por su colaboración en nuestro Seminario y casas de formación. Gracias por su colaboración en la misión como Misioneras Marianas. Gracias por todo lo que hacen por esta Iglesia y por muchas otras en el mundo.

  1. Que la Santísima Virgen María quien nos dijimos como Puerta del cielo, interceda por cada uno de nosotros y nos obtenga de Dios las gracias espirituales para poder seguir haciendo lo que el Señor nos diga. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

IX Obispo de Querétaro.