Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe, México, CDMX, Domingo 23 de Julio de 2017.
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Queridos hermanas peregrinas,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Al concluir esta peregrinación con esta Santa Misa, quiero invitarles en esta
mañana a reflexionar en la palabra de Dios que ha sido proclamada, especialmente
en la lectura del Evangelio (Mt 13, 24-43) donde San Mateo nos presenta tres
parábolas, con la intención de enseñarnos qué cosa es el Reino de los Cielos:
a. En primer lugar, Jesús compara el Reino de los cielos con “un campo de
trigo”, para darnos a entender que dentro de nosotros se ha sembrado algo
pequeño y escondido, que sin embargo tiene una fuerza vital que no puede
suprimirse. A pesar de todos los obstáculos, la semilla se desarrollará y el fruto
madurará. Este fruto sólo será bueno si se cultiva el terreno de la vida según la
voluntad divina. Por eso, en la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30),
Jesús nos advierte que, después de la siembra del dueño, “mientras todos
dormían”, intervino “su enemigo”, que sembró la cizaña. Esto significa que
tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del
Bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces.
b. En la segunda parábola, Jesús compara el Reino de los cielos con “la semilla
de mostaza” que un hombre siembra en un huerto, para darnos a entender
que el Reino de Dios contiene un enorme potencial que se desarrolla tanto en
sentido cuantitativo como cualitativo. En esto se muestra el poder efectivo de
Dios que hace crecer su Reino de los cielos como un grano de mostaza que
llega a ser un árbol en el que anidan las aves.
c. Finalmente, la tercera parábola acentúa la acción oculta de “la levadura en
la masa de harina”. De nuevo el acento recae en el potencial que puede
desarrollar algo tan pequeño como la levadura en una gran cantidad de harina.
Es decir, como una fuerza oculta de transformación: el Reino de los Cielos
tiene la misma la potencia enorme para transformar el mundo y las personas,
aunque no siempre esto se haga de manifiesto.
2. Queridos hermanas peregrinas, el Reino de los cielos ya ha irrumpido y
comienza precisamente en lo oculto a desplegar su fuerza. El Reino de los cielos ha
empezado cuando Jesús ha dicho sí a la voluntad de Dios, y ha comunicado su
palabra de verdad al corazón de los hombres, una palabra que busca encarnase en
el ser y en la persona de cada hombre con la intención de que aprenda que el justo
debe ser humano, y que está llamado a vivir como hijo de una dulce esperanza,
dándole tiempo para que se arrepienta (Sab 12, 13. 16-19). El Reino de los cielos
ha comenzado cuando a cada uno de nosotros por el bautismo se nos ha dado la
dignidad de ser hijos en el Hijo y por lo tanto, llamados a testimoniar que Cristo
hace nuevas todas las cosas. La explicación que Jesús hace de la parábola del trigo
y la cizaña es muy iluminadora sobre todo cuando en el correr de la vida olvidamos
que cada uno de nosotros los creyentes, somos la buena semilla y por lo tanto,
estamos llamados germinar en los diferentes ámbitos de la vida en al cual nos
desenvolvemos. La misión propia y específica de cada bautizado se realiza en el
mundo, de tal modo que con el testimonio y la actividad se contribuya a la
transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los
criterios del Evangelio (cf. DA, 210). Esta tarea, que proviene del bautismo, ha de
desarrollarse mediante una vida cristiana cada vez más consciente, capaz de dar
“razón de la esperanza que tenemos” (cf. 1 Pe 3,15).
3. Jesús, en el Evangelio, dice que “el campo es el mundo”. La “buena semilla son
los ciudadanos del Reino” (Mt 13,38). Estas palabras valen particularmente para
cada una de ustedes queridas peregrinas, que viven su propia vocación a la
santidad con una existencia según el Espíritu, y que se expresa particularmente en
su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades
terrenas. El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo
vasto y complejo de la política, de realidad social y de la economía, como también
el de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los ‘mass
media’, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la
familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el
sufrimiento (DA, 210).
4. Hoy queridas peregrinas, ustedes están llamadas a fermentar los ambientes de
la vida donde se desenvuelve cada una. Es necesario llegar allí donde se gestan los
nuevos desafíos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más
profundos del alma de las ciudades. No hay que olvidar que la ciudad es un ámbito
multicultural. En las grandes urbes puede observarse un entramado en el que
grupos de personas comparten las mismas formas de soñar la vida y similares
imaginarios y se constituyen en nuevos sectores humanos, en territorios
culturales, en ciudades invisibles. Variadas formas culturales conviven de hecho,
pero ejercen muchas veces prácticas de segregación y de violencia (cf. EG, 74).
5. Hoy debemos estar atentos para saber distinguir muy bien el trigo de la cizaña,
especialmente en lo valores que circundan la familia y la educación. La familia
atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos
sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve
especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar
donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los
padres transmiten la fe a sus hijos. El matrimonio tiende a ser visto como una
mera forma de gratificación afectiva que puede constituirse de cualquier manera y
modificarse de acuerdo con la sensibilidad de cada uno. El ideal de la familia se ve
como una meta inalcanzable y frustrante, en lugar de ser considerado como una
indicación de un camino posible, a través del cual aprender a vivir la propia
vocación y misión. Cuando los fieles perciben esta imposibilidad, la crisis en la
pareja, en el matrimonio o en la familia se transforma con frecuencia y
gradualmente en una crisis de fe. Ante esta realidad hemos de estar conscientes
que “el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad supera el nivel de la
emotividad y el de las necesidades circunstanciales de la pareja” (cf. EG, 66). En
nuestra condición de discípulos y misioneros de Jesucristo estamos llamados a
trabajar para que esta situación sea transformada, y la familia asuma su ser y su
misión en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia (cf. DA, 427).
6. Queridas hermanas, la peregrinación llega a su meta y cada una de ustedes
regresa a sus lugares de origen. Que esta experiencia de fe, sea para cada una de
ustedes el punto de partida en su historia personal, familiar y cultural, de tal
manera que siendo buena semilla en el lugar donde han sido sembradas, den
muchos frutos de santidad, especialmente en la educación cristiana de sus hijos.
Que la Santísima Virgen María de Guadalupe sea el modelo de todas ustedes, en
es esta noble tarea. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro