Templo Parroquial de la Parroquia de San José, San José Iturbide, Gto., a 12 de mayo de 2017.
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Queridos hermanos sacerdotes capellanes,
Queridos caballeros de Colón,
Queridas Isabelinas,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
- Con alegría nos reunimos en esta noche para la celebración de nuestra fe y poder así encomendar a Dios los trabajos y las actividades de esta 3ª Convención de Estado México Centro de Caballeros de Colón, que pretende, entre otros objetivos: “Celebrar juntos nuestra fe como comunidad cristiana; dar reconocimientos a Caballeros de Colón y a personas que aunque no sean miembros, han dado un servicio importante en su comunidad como católicos; rendir los informes de avances y logros durante el año fraternal y; elegir o reelegir a los Funcionarios de Estado (mesa directiva) para el siguiente año fraternal”. Como hombres y mujeres de fe, estamos convencidos que la Caridad, la Unidad, la Fraternidad y el Patriotismo, hunden sus rices en el evangelio y por lo tanto, son valores fundamentales cuya naturaleza es la de ayudar a todos los creyentes a construir el reino de Dios. En este sentido, iniciar esta Convención con la santa Misa, lejos de ser un acto formal, es un momento privilegiado para fortalecer y nutrir el espíritu que le da identidad, solidez y garantía al ser y quehacer de la familia colombina.
- La palabra de Dios que acabamos de escuchar en esta noche, de manera providencial nos ayuda para entender que todo el ser y quehacer en la Iglesia y en la vida de los creyentes, se fundamenta en: la resurrección de Cristo (Hch 13, 26-33). San Pablo en la Sinagoga de Antioquia de Pisidia refiere uno de los más bellos y paradigmáticos discursos de su predicación. “Resucitando a Jesús Dios ha cumplido la promesa que nos hizo”. Para él, la resurrección es el acontecimiento que da fundamenta y da sentido a todos y a todo.
- Toda la enseñanza del apóstol san Pablo parte del misterio de Aquel que el Padre resucitó de la muerte y llega siempre a él. La resurrección es un dato fundamental, casi un axioma previo (cf. 1 Co 15, 12), en el cual san Pablo puede formular su anuncio (kerigma) sintético: el que fue crucificado y que así manifestó el inmenso amor de Dios por el hombre, resucitó y está vivo en medio de nosotros. San Pablo, al anunciar la Resurrección, no se preocupa de presentar una exposición doctrinal orgánica —no quiere escribir una especie de manual de teología—, sino que afronta el tema respondiendo a dudas y preguntas concretas que le hacían los fieles. Así pues, era un discurso ocasional, pero lleno de fe y de teología vivida. En él se encuentra una concentración de lo esencial: hemos sido “justificados”, es decir, hemos sido salvados por el Cristo muerto y resucitado por nosotros. Emerge sobre todo el hecho de la Resurrección, sin el cual la vida cristiana sería simplemente absurda. En aquella mañana de Pascua sucedió algo extraordinario, algo nuevo y, al mismo tiempo algo muy concreto, marcado por señales muy precisas, registradas por numerosos testigos. La Resurrección está unida al testimonio de quien hizo una experiencia directa del Resucitado. Se trata de ver y de percibir, no sólo con los ojos o con los sentidos, sino también con una luz interior que impulsa a reconocer lo que los sentidos externos atestiguan como dato objetivo.
- Pero podemos preguntarnos: El acontecimiento de la resurrección de Jesús ¿Qué nos dice a nosotros a más dos mil años de distancia? La afirmación “Cristo ha resucitado” ¿es actual también para nosotros? ¿Por qué la Resurrección es un tema tan determinante para nosotros hoy? “Si no resucitó Cristo, es vacía nuestra predicación, y es vacía también nuestra fe (…)” (1 Co 15, 14.17). El misterio pascual consiste en el hecho de que ese Crucificado “resucitó al tercer día, según las Escrituras” (1 Co 15, 4).
- Todo esto tiene importantes consecuencias para nuestra vida de fe: estamos llamados a participar hasta lo más profundo de nuestro ser en todo el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo. Dice el Apóstol: hemos “muerto con Cristo” y creemos que “viviremos con él, sabiendo que Cristo resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rm 6, 8-9). Esto se traduce en la práctica compartiendo los sufrimientos de Cristo, como preludio a la configuración plena con él mediante la resurrección, a la que miramos con esperanza. Es lo que le sucedió también a san Pablo, cuya experiencia personal está descrita en las cartas con tonos tan apremiantes como realistas: “Y conocerlo a él, el poder de su resurrección y la comunión de sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3, 10-11; cf. 2 Tm 2, 8-12).
- La teología de la cruz no es una teoría; es la realidad de la vida cristiana. Vivir en la fe en Jesucristo, vivir la verdad y el amor implica renuncias todos los días, implica sufrimientos. El cristianismo no es el camino de la comodidad; más bien, es una escalada exigente, pero iluminada por la luz de Cristo y por la gran esperanza que nace de él. San Agustín dice: a los cristianos no se les ahorra el sufrimiento; al contrario, les toca un poco más, porque vivir la fe expresa el valor de afrontar la vida y la historia más en profundidad. Con todo, sólo así, experimentando el sufrimiento, conocemos la vida en su profundidad, en su belleza, en la gran esperanza suscitada por Cristo crucificado y resucitado. El creyente se encuentra situado entre dos polos: por un lado, la Resurrección, que de algún modo está ya presente y operante en nosotros (cf. Col 3, 1-4; Ef 2, 6); por otro, la urgencia de insertarse en el proceso que conduce a todos y todo a la plenitud, descrita en la carta a los Romanos con una imagen audaz: como toda la creación gime y sufre casi dolores del parto, así también nosotros gemimos en espera de la redención de nuestro cuerpo, de nuestra redención y resurrección (cf. Rm 8, 18-23).
- Queridos hermanos y hermanas, es la resurrección del Señor la que ha constituido a Cristo como el único camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14 1-6). Para Caballeros de Colón, el mensaje de la resurrección no puede ser un mensaje ajeno, al contrario deberá ser para cada uno la experiencia fundante de vida que les permita vivir la genuinidad de la fe, la alegría en el servicio y el testimonio en la misión. Hoy, es necesario que Caballeros de Colón, se abrace con mayor firmeza a esto si realmente quiere continuar siendo una esperanza para muchos.
- Deseo que los trabajos y las actividades de estos días, les permitan a todos, renovar su espíritu a la luz del misterio de la resurrección y así, con esperanza, todos continúen siendo fieles colaboradores de Señor. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro