HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON MOTIVO DE LA 57ª PEREGRINACIÓN FEMENINA DE LA DIÓCESIS DE QUERÉTARO AL TEPEYAC
Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe, CDMX, México, Domingo 24 de Julio de 2016.
Año de la Misericordia
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Queridos hermanas peregrinas,
hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Después de peregrinar durante todos estos días, por fin llegamos esta mañana, a este lugar santo donde la Madre de Dios, Santa María de Guadalupe, nos acoge y nos abraza como hijos suyos, con el abrazo y el beso de la madre que espera que su hijo regrese. Lo hace así porque sabe y quiere llevarnos a su hijo Jesucristo, en quien todas nuestras esperanzas se ven cumplidas. Lo hace así como Madre misericordiosa, porque quiere que todos sus hijos e hijas, experimentemos en la propia vida, la belleza y la hermosura del amor misericordioso del Padre celestial, manifestado en la cruz de su hijo Jesús. Pues como lo ha recordado el Padre R. Cantalamesa: “Hay una sola cosa que puede salvar realmente el mundo, ¡la misericordia! La misericordia de Dios por los hombres y de los hombres entre ellos” (Predicación del Viernes Santo, 26.03.2016). Si duda que al pasar por la Puerta Santa de esta basílica, no hacemos otra cosa que sumergirnos en “el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza” (Misericordiae Vultus, 3).
2. Queridas peregrinas, el reto de ser misericordiosos como el Padre, no es fácil, sin embargo hoy la palabra de Dios nos enseña que la oración cristiana es la escuela de la misericordia, donde no sólo podemos experimentar la misericordia de Dios, sino también aprender a ser misericordiosos con los demás y con nosotros mismos. En la primera lectura (Gn 18, 20-32) se nos presenta con ingenuidad sorprendente, a Abraham como modelo de oración. Dios se preocupa por verificar la acusación contra la ciudad pecadora antes de castigarla. El patriarca se atreve a recordar a Dios que su compromiso por la justicia le obliga a tener en cuenta al justo más que al pecador: deben valer más los buenos por pocos que sean, que la muchedumbre de malos, cada vez más grande. El patriarca indica a Dios el comportamiento que le corresponde como Dios; y lo logra haciendo que fije su mirada, no en los malos, que abundan, sino en los justos que escasean.
3. ¿Qué nos enseña esto? necesitamos ser conscientes que nuestra dignidad de bautizados nos posibilita para dirigirnos al Padre y suplicarle tenga misericordia de nosotros y de aquellos que buscan el bien. Abraham es el modelo de aquel que no se rinde e insiste ante Dios con la oración para que su misericordia sea cada vez más una realidad. El pecado del hombre no cambia la naturaleza de este amor, pero causa en este un salto cualitativo: de la misericordia como don se pasa a la misericordia como perdón. Desde el amor de simple donación, se pasa a un amor de sufrimiento, porque Dios sufre frente al rechazo de su amor. “He criado hijos, los he visto crecer, pero ellos me han rechazado” (cf. Is 1, 2). Preguntemos a muchos padres y muchas madres que han tenido la experiencia, si este no es un sufrimiento, y entre los más amargos de la vida.
4. Sin embargo, el gran reto de ahora para nosotros es aprender a orar; aprender a dirigirnos al para conocer su voluntad. Jesús en el evangelio nos da esta gran lección. Nos enseña como dirigirnos a su Padre con la confianza de un hijo. Nos enseña que la oración del “Padre Nuestro” debe ser para nosotros los cristianos el modelo de oración, pues nos ayuda para ampliar el horizonte de fe y de esperanza. « En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también llena toda nuestra afectividad» (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 83, a. 9). (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2763). «El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío” que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia« (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum, homilia 19, 4). En el Padre Nuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del bien sobre el mal (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2857).
5. Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf. Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por el que estas se hacen en nosotros “espíritu […] y vida” (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre «ha enviado […] a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: “¡Abbá, Padre!’”» (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios, es también “el que escruta los corazones”, el Padre, quien “conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los santos es según Dios” (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.
6. Queridas peregrinas, hoy quiero invitarlas para que cada una de ustedes vea en la oración, el camino que les ayude para sumergirse en la misericordia del Padre. Quiero invitarlas para que en el “Padre Nuestro” cada una de ustedes sepa descubrir la voluntad de Dios para su vida y la de aquellos que les rodean. Quiero invitarlas para que en el “Padre Nuestro” encuentren el camino para ser mujeres de oración. Las nuevas generaciones muchas veces no saben orar, quizá por la premura del tiempo o porque nadie les ha dicho como hacerlo, les invito a para que las que son madres, abuelas o tías, enseñen a sus hijos, nietos o sobrinos esta bella oración. Inculquen en cada uno de ellos el amor a Dios por medio de la oración. Si hacen esto habrán hecho mucho por ellos, con la certeza que habrán sembrado en ellos la semillita para que vivan una vida plena. Quizá muchas de ustedes estén viviendo una vida difícil en su vida, en la relación con su esposo o con los hijos, recen el “Padre Nuestro” con calma, con fe y con devoción y verán que las cosas serán diferentes. Pues sin duda que el Señor jamás les dejará desamparadas.
7. Que la santísima Virgen María de Guadalupe sea para ustedes el modelo de oración. Decía el Papa Francisco a la Morenita del Tepeyac: “Ella nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores” (cf. Francisco, Homilía en Santa Misa en la Basílica de Guadalupe, 13.02.2016).
8. Buen regreso a sus hogares. Lleven a cada uno de sus seres queridos la bendición de Dios, el saludo del obispo y el abrazo amoroso de nuestra Madre del cielo. Amén.
+ Faustino Armendáris Jiménez
Obispo de Queretano