Rectoría de Santa Cecilia, Rivapalacio S/N Col. Lindavista, Santiago de Querétaro., Qro., viernes 21 de junio de 2019.
Año Jubilar Mariano
***
Estimados hermanos sacerdotes,
Apreciado P. José Enrique Ugalde Rodríguez,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Hermanos lacios,
Hermanos y hermanas todos en el Señor:
1. Con alegría y con gratitud al Señor, celebramos en esta mañana esta Santa Eucaristía, mediante la cual unidos al júbilo y a la acción de gracias del Rev. P. José Enrique Ugalde Rodríguez, quien el día de hoy celebra el jubileo áureo por sus cincuenta años de vida sacerdotal, queremos agradecer a Dios, “el que lo haya hecho digno de servirle en su presencia”. Conscientes que, el ser agradecidos es un don que redunda en bendiciones y nos aprovecha para nuestra salvación. Sólo un corazón agradecido puede celebrar dignamente la liturgia de la acción de gracias, la Eucaristía.
2. Esta celebración, como escuchamos en al palabra de Dios, es una invitación para contemplar el amor, que surge de la fuente inagotable de Cristo y que se difunde a toda la humanidad, por medio del «don por excelencia» que es la Eucaristía. El don divino que ha sido destinado a nosotros los sacerdotes en una manera particular y, con nuestra acogida, llevamos la responsabilidad de la eficacia de la Eucaristía en el mundo.
3. En cada celebración del divino Sacrificio, el sacerdote, después de haber consagrado el pan y el vino, para que se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, exclama: “Este es el sacramento de nuestra fe”; es una maravilla que suscita adoración, aunque a los ojos terrenos parece que nada ha cambiado.
4. En la Misa como el memorial del sacrificio de la cruz, la Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio.
5. Este sacrificio eucarístico tiene absoluta necesidad del sacerdocio ministerial. Según el Concilio Vaticano II, “los fieles, en virtud del sacerdocio real de Cristo, concurren a la oblación de la Eucaristía”, pero es el sacerdocio ministerial que “cumple el sacrificio eucarístico in persona Christi y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo” (Lumen gentium 10). Este ministerio implica la sucesión apostólica, o sea “es decir, la serie ininterrumpida que se remonta hasta los orígenes, de ordenaciones episcopales válidas”. La expresión “en la persona de Cristo” significa: “en la específica y sacramental identificación con el Sumo y Eterno Sacerdote, que es el autor y el principal sujeto de este su propio sacrificio y que, en verdad, no puede ser substituido por nadie”.
6. La asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para que sea realmente asamblea eucarística, un sacerdote ordenado que la presida. Por otra parte, la comunidad no está capacitada para darse por sí sola el ministro ordenado. Éste es un don que recibe a través de la sucesión episcopal que se remonta a los Apóstoles. Es el Obispo quien establece un nuevo presbítero, mediante el sacramento del Orden, otorgándole el poder de consagrar la Eucaristía. Delante de las comunidades que, por falta de sacerdotes, no pueden asegurar la celebración eucarística, el sacerdote llega a ser más consciente del valor de su labor y de la necesidad de su presencia. Debe tener más conciencia que con la oración y con una clara adhesión a su identidad ontológica – manifestada lógicamente en formas externas – es responsable del nacimiento y del crecimiento y de la fidelidad de las vocaciones sacerdotales. Con su testimonio de alegre adhesión a la propia identidad y a su acción apostólica, puede contribuir a la eficacia de la pastoral vocacional; aunque otros se dediquen directamente a esta pastoral, cada sacerdote debe favorecer personalmente la multiplicación de las vocaciones.
7. Ante la crisis vocacional que a nivel general se vive en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad, quienes hemos sido llamados para el ministerio sacerdotal, debemos estar comprometidos para dar buen ejemplo y testimonio con nuestra vida, de tal manera que sea éste el principal recurso que favorezca una pastoral vocacional sana, sufriente y comprometida. Siguiendo la invitación del Papa Francisco, en la Exhortación Apost. Christus vivit : valdría la pena que en este contexto hoy nos preguntásemos ¿Qué podemos darles los ancianos? «A los jóvenes de hoy día que viven su propia mezcla de ambiciones heroicas y de inseguridades, podemos recordarles que una vida sin amor es una vida infecunda». ¿Qué podemos decirles? «A los jóvenes temerosos podemos decirles que la ansiedad frente al futuro puede ser vencida». ¿Qué podemos enseñarles? «A los jóvenes excesivamente preocupados de sí mismos podemos enseñarles que se experimenta mayor alegría en dar que en recibir, y que el amor no se demuestra sólo con palabras, sino también con obras»
8. Estimado padre Enrique, agradezco la amable invitación que me ha hecho para estar con Usted en este día memorable, agradeciendo a Dios y contemplando lo que Dios ha hecho en Usted y por Usted. Sin duda que solo Usted sabe y conoce todo lo que Dios ha realizado a lo largo de todos estos años, quiero invitarle para que de manera muy especial en este Año Jubilar Mariano, haga de esta celebración un Magníficat. Pues como dice san Ambrosio: “Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios… El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas” (Esposizione del Vangelo secondo Luca, 2, 26-27: SAEMO, XI, Milán-Roma 1978, p. 169). Deje que el ejemplo de María, la mujer eucarística, le permita elevar a Dios su canto de gratitud y de contemplación de las maravillas obras por Dios.
9. Muchas felicidades, que el Señor, premie todos sus esfuerzos, su entrega y su generosidad. Amén.
+FAUSTINO ARMENDÁRIZ JIMÉNEZ
IX Obispo de Querétaro