Capilla de teología, Seminario Conciliar de Querétaro, Av. Hércules, 216, Col. Hércules, Santiago de Querétaro., Qro., a 11 de septiembre de 2018.
Año Nacional de la Juventud
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Estimados hermanos sacerdotes,
Queridos seminaristas,
Queridos miembros de la vida consagrada,
Estimados amigos y familiares,
Hermanos todos en el Señor:
- Agradecido con Dios por haberme llamado al ministerio sacerdotal hace 36 años, he querido celebrar con todos ustedes esta Santa Eucaristía, de tal manera que a luz del misterio pascual, el don tan extraordinario que aquel dichoso día he recibido se renueve, se fortalezca y recobre la unción propia del Espíritu de Dios. Consciente que sin los auxilios divinos que proceden de su benevolencia, la vocación sacerdotal puede perder el vigor y la frescura que le son propios. Hoy vengo a esta Santa Misa con el corazón agradecido, para cantar con el salmista: “Bueno es el Señor para con todos y su amor se entiende a todas sus creaturas. Que te alaben, Señor, todas tus obras y que todos tus fieles te bendigas”. (Sal 144, 9-10).
- En este contexto de gozo y gratitud, el evangelio de Lucas (6, 12-19) que acabamos de escuchar, nos ofrece tres aspectos esenciales que a mí, a todos los sacerdotes y a los seminaristas nos pueden ayudar para entender y asumir este misterio tan grande, con pasión y con valentía.
- El primer aspecto: “El sacerdocio, es fruto de la oración de Jesús”. El evangelista refiere que Jesús se retiró al monte a orar y se pasó la noche en oración con Dios (v. 12). No cabe duda que la entera vida de Jesús se distinguió por una vida de oración, especialmente en los momentos claves de su ministerio. Pues se sabía necesitado de ese dialogo con el Padre del cielo, que le permitiera conocer su voluntad. En la oración, Jesús vive un contacto ininterrumpido con el Padre para realizar hasta las últimas consecuencias el proyecto de amor por los hombres. Cuando las decisiones resultan urgentes y complejas, su oración se hace más prolongada e intensa. Es en este contexto que se da la elección de los que habrían de acompañarle. En este sentido podemos afirmar que el sacerdocio es fruto de la oración de Jesús y, si el sacerdote es “alter Iesus” entonces su vida deberá estar marcada por la oración. La oración es un don, que pide, sin embargo, ser acogido; es obra de Dios, pero exige compromiso y continuidad de nuestra parte; sobre todo son importantes la continuidad y la constancia. Precisamente la experiencia ejemplar de Jesús muestra que su oración, animada por la paternidad de Dios y por la comunión del Espíritu, se fue profundizando en un prolongado y fiel ejercicio, hasta el Huerto de los Olivos y la cruz. Los sacerdotes hoy estamos llamados a ser “testigos de oración”, precisamente porque nuestro mundo está a menudo cerrado al horizonte divino y a la esperanza que lleva al encuentro con Dios. En la amistad profunda con Jesús y viviendo en él y con él la relación filial con el Padre, a través de nuestra oración fiel y constante, podemos abrir ventanas hacia el cielo de Dios. Es más, al recorrer el camino de la oración, podemos ayudar a otros a recorrer ese camino: también para la oración cristiana es verdad que, caminando, se abren caminos.
- El segundo aspecto: “El sacerdocio, tiene una misión muy específica: la apostolicidad”. El evangelista narra el Señor llamó a doce, y les dio el nombre de apóstoles. Este nombre corresponde al arameo shalihá y significa: “el que recibe una misión determinada”. En este caso la misión es triple: que le acompañen; para enviarlos a predicar la doctrina del reino y, para confiarles el poder de expulsar los demonios. El sacerdocio no puede ni debe entenderse de otra manera, ni con una misión diferente. En este sentido me viene a la memoria aquel bello himno en la Liturgia de las horas en los Laudes Feria V, II Semana del Salterio:
“Señor, tú me llamaste
para ser instrumento de tu gracia,
para anunciar la Buena Nueva,
para sanar las almas.
Instrumento de paz y de justicia,
pregonero de todas tus palabras,
agua para calmar la sed hiriente,
mano que bendice y que ama.
Señor, tú me llamaste
para curar los corazones heridos,
para gritar, en medio de las plazas,
que el Amor está vivo,
para sacar del sueño a los que duermen
y liberar al cautivo.
Soy cera blanda entre tus dedos,
haz lo que quieras conmigo.
Señor, tú me llamaste
para salvar al mundo ya cansado,
para amar a los hombres
que tú, Padre, me diste como hermanos.
Señor, me quieres para abolir las guerras
y aliviar la miseria y el pecado;
hacer temblar las piedras
y ahuyentar a los lobos del rebaño. Amén”
(cf. Himno Laudes Feria V, II Semana del Salterio).
¡Ojalá que para todos nosotros, este bello himno sea siempre el referente en nuestro examen de conciencia, de tal forma que jamás perdamos de vista el objetivo de nuestra elección!
- Finalmente, el tercer aspecto: “El sacerdocio, tiene una metodología: la cercanía”. Es curioso como el evangelista relata lo sucedió después de la elección: dice que una vez que eligió a los doce, Jesús, bajó con sus discípulos y sus apóstoles y “se detuvo” (v.). Este es el método de Jesús: bajar de sur realidad, llevar consigo a sus elegidos y detenerse para atender las necesidades de la gente. Sólo deteniéndose fue capaz de saber y conocer sus dolencias, enfermedades y sufrimientos de la humnidad. Para los sacerdotes este es el método que debemos emplear: bajar de la oración, convencidos de la elección, detenernos ante la realidad, conocerles y ofrecerles una respuesta. Nunca dejar ir a la gente con las manos vacías. Muchas veces quizá no podremos decir nada o hacer algo, sin embargo, bastará con solo escuchar. Si no seguimos este camino estaremos lejos de poder hacer vida lo que realmente el Señor quiere. Cercanía significa, escucha, respeto, atención, flexibilidad; cercanía, significa audacia evangelica, misión permanente. Dice el Papa: “Se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos… Teniendo la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino” (cf. EG, 127).
- Queridos hermanos y hermanas, durante estos 36 años, he podido constatar que las cosas son así. Un sacerdocio sin “oración”, termina abandonando la genuinidad del mensaje evangélico. Un sacerdocio sin “apostolicidad”, pierde la razón de su quehacer. Un sacerdocio sin “cercanía”, se desvincula del método que el Señor nos ha marcado.
- Les pido que me ayuden a darle gracias a Dios por este don, y que continúen sosteniéndome con su oración. El ministerio sacerdotal sin el sostén de su oración se vuelve pesado, se pone en riesgo, expuesto muchas veces a la desventura y al fracaso.
- Que a mí, a los sacerdotes y a los seminaristas, nos ampare la poderosa intercesión de la Santísima Virgen María, para que con su protección nos veamos libres de abandonar y perder la genuinidad de nuestra vocación. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro