HOMILÍA EN EL XXV ANIVERSARIO DE LA ORDENACIÓN SACERDOTAL DEL REV. P. SERGIO LEODEGARIO RAMÍREZ GONZÁLEZ

Tierra Blanca, Gto., jueves 03 de octubre de 2019, Año Jubilar Mariano.

***

Estimados hermanos sacerdotes,

Apreciado Padre Leodegario Ramírez González,

Queridos miembros de la vida consagrada,

Hermanos lacios,

Hermanos y hermanas todos en el Señor:

 

  1. Inmensamente agradecidos con Dios nos hemos reunido en esta tarde para celebrar esta acción de gracias, mediante la cual queremos agradecerle todas las bondades que su gracia nos ha regalado a través del ministerio sacerdotal, especialmente en la vida del P. Sergio Leodegario, a quien saludo con afecto en el Señor, agradeciéndole la cordial invitación que me ha hecho para unirme a esta celebración jubilar. Gracias padre Leo, que el Señor te siga sosteniendo con su gracia.

 

  1. La palabra de Dios que acabamos de escuchar, en este contexto de fiesta y de celebración jubilar, confirma los rasgos que han de distinguir la vida de aquellos que el Señor llama. Para que estén al servicio de su gloria y al servicio de la santificación de su pueblo. Por un lado, el profeta Nehemías (8, 1-4. 5-6. 8-12), manifiesta que los hombres de Dios han de ser “hombres de la palabra”, de tal manera que al narrar las proezas del Señor, los oyentes recobren la esperanza; una esperanza capaz de permanecer fieles al proyecto de Dios y optar por seguirlo de manera radical y para siempre. Si Nehemías no hubiese sido un hombre de la palabra quizá la fuerza y el vigor de su predicación no hubiese llevado a los oyentes a decidirse en servir al Señor. Hoy —como en tiempos de Nehemías— es importante que quienes nos dedicamos al servicio del Evangelio, de manera perenne le digamos al pueblo de Dios: “No estén tristes ni lloren, porque celebrar al Señor es nuestra fuerza”. Los tiempos presentes necesitan que les anunciemos la alegría del evangelio. La realidad social y cultural nos apremian para que la alegría del evangelio sea el contenido esencial de nuestra predicación. Como nos ha dicho el Papa Francisco: hoy es urgente que repitamos esto: “Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida… ¡Él vive y te quiere vivo!” (Christus vivit, n. 1).

  1. Por su parte en el evangelio de Lucas (10, 1-12), narrándonos el pasaje del envío de los setenta y dos discípulos, el evangelista, subraya que la misión no está reservada a los doce Apóstoles, sino que se extiende también a otros discípulos. En efecto, Jesús dice que “la mies es mucha, y los obreros pocos” (Lc 10, 2). En el campo de Dios hay trabajo para todos. Pero Cristo no se limita a enviar: da también a los misioneros reglas de comportamiento claras y precisas. Ante todo, los envía «de dos en dos» para que se ayuden mutuamente y den testimonio de amor fraterno. Les advierte que serán «como corderos en medio de lobos», es decir, deberán ser pacíficos a pesar de todo y llevar en todas las situaciones un mensaje de paz; no llevarán consigo ni alforja ni dinero, para vivir de lo que la Providencia les proporcione; curarán a los enfermos, como signo de la misericordia de Dios; se irán de donde sean rechazados, limitándose a poner en guardia sobre la responsabilidad de rechazar el reino de Dios. Cuando envía a los setenta y dos discípulos, Jesús les da instrucciones precisas que expresan las características de la misión. La primera ―ya lo hemos visto―: recen; la segunda: vayan; y luego: no lleven bolsa o alforja…; digan: “Paz a esta casa”permanezcan en esa casaNo vayan de casa en casa; curen a los enfermos y díganles: “El Reino de Dios está cerca de ustedes”; y, si no les reciben, salgan a las plazas y despídanse (cf. versículos 2-10). Estos imperativos muestran que la misión se basa en la oración; que es itinerante: no está quieta, es itinerante; que requiere desapego y pobreza; que trae paz y sanación, signos de la cercanía del Reino de Dios; que no es proselitismo sino anuncio y testimonio; y que también requiere la franqueza y la libertad para irse, evidenciando la responsabilidad de haber rechazado el mensaje de salvación, pero sin condenas ni maldiciones.

  1. Si se vive en estos términos, la misión de la Iglesia se caracterizará por la alegría. ¿Y cómo termina este paso? «Regresaron los setenta y dos alegres» (v. 17). No se trata de una alegría efímera que viene del éxito de la misión; por el contrario, es un gozo arraigado en la promesa de que ―dice Jesús― «sus nombres están escritos en el cielo» (v. 20). Con esta expresión, él se refiere a la alegría interior, la alegría indestructible que proviene de la conciencia de ser llamados por Dios a seguir a su Hijo. Es decir, la alegría de ser sus discípulos. Hoy, por ejemplo, el Padre Leo, puede pensar en el nombre que recibió el día del Bautismo: ese nombre está “escrito en los cielos”, en el corazón de Dios Padre. Y es la alegría de este don lo que hace de cada discípulo un misionero, uno que camina en compañía del Señor Jesús, que aprende de él a entregarse sin reservas a los demás, libre de sí mismo y de sus propias posesiones. “No se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense, más bien, de que sus nombres estén escritos en los cielos” (Lc 10, 20). Ojalá que este evangelio despierte en todos los bautizados la conciencia de que son misioneros de Cristo, llamados a prepararle el camino con sus palabras y con el testimonio de su vida.

  1. Estimado padre Leo, qué mejor manera de renovar tu misterio y confirmar tu vocación, si no es a partir de estas palabras de la Escritura. El Señor en este día jubiloso, quiere confirmar su gracia y reiterar que te ha elegido para que seas su discípulo misionero, anunciando la alegría y la esperanza. Estos veinticinco años, te has podido dar cuenta que lo que los hombres y mujeres buscan de nosotros, como hombres de Dios, es que los llevemos al encuentro con la persona de Jesús. Que les anunciemos el evangelio y que celebramos con ellos la hermosura de nuestra fe. Tú  te das cuenta en la sencillez de los pueblos originarios que hoy más que nunca es necesario que tengamos un corazón libre, que sin ataduras se dedique al servicio del Reino. 

  1. ¡Muchas felicidades! Que el Señor te proteja, te ilumine y te confirme en su amor.

  1. Invocamos la presencia de nuestra Señora de los Dolores de Soriano sobre tu ministerio y tu persona para que te sostenga como  discípulo de Cristo; y te inspire siempre la misión de anunciar a todos que Dios nos ama, que quiere salvarnos y que nos llama a ser parte de su Reino. Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Administrador Diocesano de Querétaro y

Arzobispo Electo de Durango