Santuario Nacional de Cristo Rey, Silao, Gto., a 24 de julio de 2018.
Año Nacional de la Juventud
***
Muy estimados hermanos y hermanas del Movimiento de la Llama de Amor:
- Con esta Santa Misa damos inicio a los trabajos de la XII Junta Nacional del Movimiento de la Llama de Amor del Inmaculado Corazón de María, que entre sus objetivos está el “Motivar a la reflexión en el llamado a la santidad de la Iglesia: consagrados y laicos”, a partir de la reciente Exhortación apostólica Alégrense y Regocíjense del Papa Francisco, mediante la cual, el Santo Padre, desea avivar entre los bautizados el deseo a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riegos, desafíos y oportunidades. Pues el Señor “nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”. (cf. n. 1-2).
- Agradezco la atenta invitación que la coordinación nacional presidida por el matrimonio de Josefina Mendoza y Jorge Sánchez, me han hecho para estar con ustedes en este Santuario Nacional de Cristo Rey y poder así, al mismo tiempo que celebramos nuestra fe, reflexionemos desde la Palabra de Dios, sobre “la santidad de los laicos como fuerza que transforma la sociedad”.
- Permítanme que sean los textos de las lecturas que acabamos de escuchar los que nos ayuden para profundizar en esta realidad, tan urgente y necesaria en la propia vida y en la de quienes integran este movimiento.
- En la antífona del Aleluya hemos cantado “El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre le amará y haremos ene él nuestra morada” (Jn 14, 23). Este texto (14, 23), es un versículo tomado del capítulo 14 del evangelio según san Juan y que tiene como contexto el gran “discurso de despedida” que, Jesús le dirige a sus discípulos, justo antes de padecer. Dialogando con ellos, Judas el hermano de Santiago, le pregunta a Jesús: “Señor, ¿Qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?”. Y Jesús, aunque no responde directamente a la interrupción de Judas, le dice: “El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre le amará y haremos ene él nuestra morada”. Esta misma exhortación, Jesús la repite en otras ocasiones (cf. 14, 15. 21), pues intuye que sus discípulos no han en entendido su proyecto. Esa falta de comprensión le da pie para examinar más a fondo, todavía la realidad intima de la presencia divina en la vida del cristiano. Que en último termino a eso es a lo que llamaremos “santidad”.
- La solidez de la adhesión a la persona de Jesús no se mide por el entusiasmo más o menos sentimental que han suscitado en ellos las imágenes triunfales de su apoteosis, sino más bien por su adhesión sencilla y decidida a la palabra de Dios desnuda y auténtica. Si esta palabra no les da más que una revelación velada han de contentarse con ella y aceptarla; entonces el amor del Padre se abrirá, a través de esa palabra un camino hasta ellos. La palabra de Jesús es más que una simple palabra; es toda su persona. Toda su acción. Él es la palabra del padre, no como u instrumento de revelación extraño al ser mismo del Padre, o como una especie de amplificador sino porque el Padre se ha reflejado a él por el amor y le ha encargado, como muestra de la confianza y del amor que le profesa ser revelación del Padre. Por eso insiste tanto él en el artículo de fe, de que el Padre está en el Hijo y que habla y obra en el Hijo. Porque la palabra y los actos de Jesús no solamente están garantizados por el Padre; son verdaderamente las mismas palabras y hechos del Padre en su Palabra hecha carne en su imagen. Por tanto, si los discípulos reciben con una fidelidad total a la fe la plena realidad de esa palabra, esta abrirá en ellos un camino por el cual el Padre y el Hijo descenderán con toda verdad hasta ellos de una manera plenamente personal. La fidelidad a la Palabra es la condición necesaria para que el Padre y el hijo sigan habitando en ellos. la presencia corporal puede terminar; gracias a su fe en la revelación, el Señor – y en el Señor, el Padre- permanecen en ellos. La Palabra es una Presencia. En cambio el que no se adhiere total y exclusivamente a la revelación recibida de Jesús y por Jesús, manifiesta que no acepta verdaderamente la Palabra en ella y por ella, porque no ha presentido la realidad divina tal como el Padre la revela allí. El modo del todo íntimo y espiritual de esta revelación puede ser fuente de desilusiones para los que está ávidos de una manifestación sensible de Dios. pero Dios, el Padre, no se manifiesta entre truenos sino en una brisa ligera que seduce, cautiva y transforma.
- Por lo tanto, el principio de la verdadera santidad consiste en amar a Dios y por ende en cumplir su palabra. La santidad que Dios quiere es aquella que parte de la contemplación de Cristo, Presente en la Sagradas Escrituras y sobretodo en el rostro de aquellos con quienes el mismo ha querido identificarse (cf. G et E, n. 96). Amar a Dios es conocer a la Palabra y conocer la Palabra, nos debe llevar a tener los mismos sentimientos de Cristo.
- Queridos hermanos y hermanas: Jesús, explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). Que “Son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: «¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas. Las bienaventuranzas de ninguna manera son algo liviano o superficial; al contrario, ya que solo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo” (cf. G et E, n. 67-94). Ser bienaventurado es sinónimo de ser santo, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra alcanza, en la entrega de sí, la verdadera dicha.
- Ayudados de la reflexión del Papa Francisco, recordamos y meditemos ahora las distintas bienaventuranzas en la versión del evangelio de Mateo (cf. Mt 5,3-12). De tal forma que podamos aterizar también cada uno de nosotros.
- La primera de ellas es: «Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Ser pobre en el corazón, esto es santidad.
- La segunda es: «Felices los mansos, porque heredarán la tierra». Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.
- La tercera es: «Felices los que lloran, porque ellos serán consolados». Saber llorar con los demás, esto es santidad.
- La cuarta es: «Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados». Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad.
- La quinta es: «Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia». Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad.
- La sexta es: «Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios». Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad.
- La séptima es: «Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios». Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad.
- Por lo tanto, ser santos no significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis. Decía san Juan Pablo II que «si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse». El texto de Mateo 25,35-36 «no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo». En este llamado a reconocerlo en los pobres y sufrientes se revela el mismo corazón de Cristo, sus sentimientos y opciones más profundas, con las cuales todo santo intenta configurarse.
- Lamentablemente, como señala Su Santidad, “a veces las ideologías nos llevan a dos errores nocivos. Por una parte, el de los cristianos que separan estas exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, de la unión interior con él, de la gracia. Así se convierte al cristianismo en una especie de ONG, quitándole esa mística luminosa que también vivieron y manifestaron san Francisco de Asís, san Vicente de Paúl, santa Teresa de Calcuta y otros muchos. A estos grandes santos ni la oración, ni el amor de Dios, ni la lectura del Evangelio les disminuyeron la pasión o la eficacia de su entrega al prójimo, sino todo lo contrario.
- Por otro lado, también es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden. La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente.
- Queridos laicos que conforman este Movimiento, retomando las palabras del Papa Francisco, quiero decirles: “Ante la contundencia de estos pedidos de Jesús es mi deber rogar a los cristianos que los acepten y reciban con sincera apertura, «sine glossa», es decir, sin comentario, sin elucubraciones y excusas que les quiten fuerza. El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas, porque la misericordia es «el corazón palpitante del Evangelio”. Pidamos a Dios que inflame nuestro corazón y conociendo cada vez más su palabra, lo amenos y cumplamos lo que nos dice. Amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro