Hermanos presbíteros, Hermanas y hermanos católicos:
1. Los saludo a todos con afecto y les agradezco su presencia en esta celebración propiciada por sus señores párrocos y sacerdotes para acompañarme a dar gracias a Dios por los veinticinco años ya próximos de mi servicio episcopal. Al ofrecer el sacrificio de Jesucristo al Padre en acción de gracias por tantos beneficios, los encomiendo a todos ustedes, junto con sus familias, a los santos patronos de sus respectivas parroquias: a Señor San José, a San Judas Tadeo, a San Juan Diego, a Santa Rosa de Lima: todos ellos vivieron el misterio de la divina Piedad, manifestada en el Corazón de Jesús clavado en la Cruz por nosotros. Y Junto a la santa Cruz de Jesús nos acompaña siempre nuestra Madre Dolorosa la Virgen de Soriano, nuestra grande Patrona, que unida a su Hijo en la obra redentora, intercede siempre por nosotros.
2. Hoy la liturgia cuaresmal nos habla del agua que da vida y cura nuestras enfermedades y dolencias. En la primera lectura, el profeta Ezequiel ve brotar, del lado derecho del templo de Jerusalén, al Oriente, un torrente de agua que mana de junto al altar. Ese venero de agua viva va creciendo hasta convertirse en torrente infranqueable que, a su paso, va fecundando las orillas del Arabá, la región desértica, para luego desembocar en el mar Muerto, sanar sus aguas saladas y convertir toda esa región en un jardín maravilloso. Los árboles reverdecidos dan frutos abundantes y sus hojas sirven de medicina. De esa fuente de agua que sale del santuario, ve el profeta brotar la vida y la salud para todo el pueblo.
3. El evangelio nos habla también de otra fuente de vida, en Jerusalén: de la piscina de Betesda, por donde entraban las ovejas y que ahora sirve, gracias a sus virtudes curativas, para albergar a multitud de enfermos que esperan el movimiento de las aguas para obtener la salud. Hay ciegos sin luz, hay cojos sin poder caminar y secos, paralíticos cercanos a la muerte. Allí yace entre toda esa muchedumbre un hombre enfermo que, aunque cercano a las aguas de la salud, no puede beneficiarse de ellas porque está paralítico y no tiene a nadie que lo ayude a bajar al agua para curarse. Treinta y ocho años significa que está próximo al final de su vida, los cuales duraban cuarenta en la contabilidad de entonces. Su situación es desesperada. Sin embargo, Jesús aparece junto a él. Pronuncia su palabra salvadora, le ordena cargar con su camastro de enfermo y le devuelve la salud. Ese hombre, aunque beneficiado gratis por Jesús, todavía no lo conoce. Más tarde, cuando Jesús le sale al encuentro en el templo, se le manifiesta como el autor de su salvación. Le pide cambiar de conducta y no pecar más, para no reincidir en un mal mayor. Toda enfermedad y todo mal, dice relación con el pecado. Jesús, que vino a quitar el pecado del mundo, vino también a darnos la salud.
4. Hermanas y hermanos: La santa Cuaresma es emprender el camino hacia Jerusalén, hacia el Calvario, hacia el altar del sacrificio, hacia la fuente de agua viva de donde brota la salud y la salvación para todos nosotros. El templo nuevo de la nueva alianza y del nuevo testamento es Jesús; el nuevo altar es su cruz y la nueva fuente de agua viva es su corazón abierto, de donde brotó sangre y agua para curar nuestras heridas y darnos vida eterna. Esa fuente de agua viva que fecunda y vivifica el mundo entero es Jesús clavado en la Cruz, a quien vamos a venerar y adorar el Viernes Santo al recordar su santa pasión, a Jesús que baja hasta las profundidades del reino de la muerte el Sábado Santo de su santa sepultura, y que nos devuelve la vida para siempre en su santa y gloriosa Resurrección el Domingo.
5. Nosotros, en cambio, somos ese pobre hombre tirado junto a la fuente de agua que, enfermo y solitario, no tenemos en este mundo a nadie que sea capaz de acercarnos a la fuente de la salud. A nadie, porque ningún hombre nos puede salvar. Ningún hombre salva a otro hombre. Sólo Dios, por su infinita misericordia, se acercó a nosotros en Jesús, para salvarnos. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, compartiendo nuestras fatigas y dolores, y curándonos con el agua del Bautismo y con la sangre de la Eucaristía, es la nueva fuente de vida que brota del altar de nuestros templos católicos, donde podemos acercarnos a beber la salvación. Esta es la fuente de la salud; éste es el nuevo santuario; éste es el nuevo altar; ésta es la nueva víctima por nuestros pecados; éste es el árbol frondoso de frutos abundantes y hojas medicinales, el árbol de la Cruz, donde estuvo clavado el Salvador del mundo. Toda esta riqueza se encuentra en Jesús, el Redentor del hombre. Nos lo ofrece la santa Iglesia católica, ahora en la próxima semana mayor que vamos a celebrar. Que nadie se quede sin beneficiarse de esa salud, de esa vida, de esa salvación.
6. El triduo pascual se abre con la Misa vespertina del Jueves Santo llamada “De la Cena del Señor”. El Señor Jesús, para que no nos olvidáramos de Él, nos dejó el Recuerdo vivo de su Pasión, de su Muerte y de su Resurrección en la santa Eucaristía, la santa Misa. Y nos mandó celebrar este Memorial suyo “hasta que Él vuelva”, hasta su retorno glorioso por nosotros. El Señor Jesús vendrá, lleno de gloria, a juzgar a los vivos y a los muertos al final de los tiempos. Para prepararnos a ese encuentro definitivo, nos mandó celebrar su sacrificio, la santa Misa, precisamente el día de su Resurrección, el Domingo. El Domingo es el día en que nos encontramos con Jesús resucitado en este mundo para preparar el encuentro glorioso con Él. El católico tiene esa hermosa encomienda del Señor Jesús, de recordarlo celebrando su sacrificio y así prepararse para estar siempre con Él: “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte Señor hasta que vuelvas”, decimos al celebrar la Eucaristía. Ser católico es celebrar el Domingo. Sin la santa Eucaristía del Domingo no podemos vivir, decían los católicos de los primeros siglos del cristianismo, y por ello muchos de nuestros mayores dieron la vida. Para un discípulo de Jesucristo, un Domingo sin misa es un Domingo perdido. Un católico sin Misa del Domingo va perdiendo su identidad y se pone en riesgo de perderse.
7. Queridas hermanas, queridos hermanos: En nombre de la santa Iglesia, nuestra Madre, los invito a prepararse para la Semana Mayor confesándose, (ya sé que los hermanos sacerdotes han estado presentes en todas las parroquias ofreciéndoles el sacramento de la reconciliación) y después comulgando y adorando la santa Eucaristía el próximo Jueves Santo y después, cada Domingo, descansando del trabajo ―porque somos hijos de Dios, no somos esclavos―, conviviendo el Domingo con su familia, haciendo el bien a sus hermanos y asistiendo a la Misa en su parroquia para escuchar la Palabra de Dios y participar en la santa Eucaristía. La Iglesia vive de la Eucaristía y el católico de la Misa dominical. El que quiera salvarse pues, que se acerque a la fuente de la salvación: La Misa del Domingo y la Pascua del Señor que nos ofrece nuestra santa Madre la Iglesia todos los días de nuestra vida. Nosotros hermanas y hermanos, tenemos la inmensa dicha de ser hijos de Dios, de tener la fe en Jesucristo, de tener la fuente de la salvación con nosotros en la santa Iglesia nuestra Madre. La Virgen Santísima, también nuestra Madre nos acompaña, nos acerca a su Hijo Jesucristo, que Ella interceda por nosotros, que nos ayude a estar junto con Ella al pie de la cruz de Jesús y alimentarnos de la fuente de la salvación, que el agua y la sangre que brotaron del costado Cristo, cure todas nuestras heridas. Que así sea.
† Mario de Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro